domingo, 3 de enero de 2016

Dos bodas y media (I) : Formalizando lo informalizable

Si hace diez años alguien me hubiera dicho que acabaría emigrando y casándome dos veces en dos países distintos, le habría dicho que se equivocaba de persona, que el truco de leer la mano no funciona conmigo. Y sin embargo aquí estoy, probando que quien está dispuesto a todo y no tiene miedo a correr riesgos, debe aceptar consecuencias inesperadas. A veces no es necesario dar muchas vueltas a las cosas y lo más importante es dejarse llevar, obtener el impulso suficiente que nos permita dar el salto. Cuando crucemos la frontera, nuestra nueva condición de emigrantes nos atraerá de forma irremediable hacia toda persona que se encuentre en la misma situación que nosotros. No vale la pena oponer resistencia, pues es algo inevitable a lo que nos enfrentaremos tarde o temprano. Nos encontraremos rodeados de amigos de cualquier nacionalidad y no hará falta mucho tiempo para descubrir a personas con historias más o menos difíciles y empezar una amistad intensa. Más tarde veremos que quien está frente a nosotros nos devuelve la misma profunda mirada y entonces será demasiado tarde para volver atrás. Formalizar la relación será un mero trámite, un humilde intento de crear algo estable en medio de un mundo donde el cambio es la única constante.

Fue así como acabé casándome con mi mujer, de nacionalidad rumana, como una simple provocación del destino, para demostrar que podemos ser libres, vivir donde queramos y, sobre todo, con quien queramos. Sabíamos que no sería nada fácil, que luchar contra la burocracia de un país es más difícil que romper prejuicios, pero también sabíamos que nadie puede parar a quien está dispuesto a todo. Nos armamos de valor para participar en una carrera de obstáculos que sería larga y tediosa, pero no imposible de acabar. Nos parecía lógico casarnos en el país en que vivimos, en la ciudad que unió nuestros caminos y donde vivíamos en aquel momento, Dijon, como igual de natural nos pareció hacer otra celebración en el país de la novia. La carrera ya había empezado.

Una visita al ayuntamiento bastó para obtener la lista de documentos necesarios para dos extranjeros que deciden casarse en Francia. Sólo diré que no es corta y que dos de los papeles más curiosos son la "déclaration de coutume", que versa sobre las leyes que conciernen el matrimonio en el país de cada cónyuge y el "certificat de célibat", que debe demostrar que estamos legalmente solteros antes de la boda. Estos documentos los expide el consulado de cada país. Vale la pena mencionar que la obtención de casi todos los documentos españoles es gratuita (excepto el certificado de coutume, por el que desembolsé 35€), mientras que Rumanía obliga a pagar 50€ por cada papelito, algo que resulta difícil de comprender en un país donde el salario medio es de tan sólo 500€ al mes y que acentúa la desigualdad entre sus habitantes, ya demasiado presente.

Uno de los papeles más importantes es el certificado de nacimiento y en el ayuntamiento de Dijon insistieron en que sólo aceptarían un documento expedido en mi ciudad natal y correctamente traducido (que no es barato, claro está). En Francia dos más dos son cuatro y no vale la pena malgastar tiempo explicando al funcionario de turno que seis menos dos también son cuatro, porque no pondrá el más mínimo interés en entenderlo. Así que hice como me indicaron, todo para que en el consulado me dijeran que ellos podían haber expedido el mismo documento directamente en francés y gratis, además. Bueno es saberlo... Visto lo visto, con tales problemas de coordinación y desigualdad entre unos y otros países, uno se pregunta cuánto tendremos que esperar para ver una nacionalidad europea que simplifique toda esta burocracia y nos haga un poco más libres.

Tras superar los problemas administrativos nos concentramos en la celebración, que queríamos fuera lo más nuestra posible, aunque fuera sinónimo de atípica. Acabamos reuniendo a españoles, rumanos, italianos, mexicanos, peruanos, portugueses, mauricianos, ucranianos y una gran mayoría de franceses, personas muy especiales. No todos se conocían entre ellos y más tarde nos confesaron que la boda fue el punto de partida de buenas amistades, agradeciéndonos la enriquecedora mezcla de rostros, lenguas, países e historias que confluyeron aquel día. Nuestro espíritu inquieto, curioso y viajero no nos dejó demasiado tiempo para descansar, pues al día siguiente cogimos un avión que nos llevó a Rumanía, donde celebraríamos una boda religiosa tradicional, aunque lo que viviríamos sería imposible de incluir en la definición española del término... (Continuará)  

Lyon, 18/05/2016

El cielo se rompe y surge lo inesperado, que llama a nuestra ventana para invitarnos a abrirla, sentir la lluvia en nuestra cara y recordar que vivimos en un mundo único.


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