domingo, 31 de enero de 2021

Un mundo inabarcable

 Mientras preparamos el equipaje, nos vemos rodeados por más bártulos que de costumbre. Ya intuíamos que no iba a caber todo, así que no nos sorprende ver la pila de ropa de pequeño formato que queda por encajar. Cogeremos la maleta pequeña, esa naranja, con forma de tigre y ruedas, de la que puede tirar sin problemas y sobre la que se sienta cuando esperamos a embarcar en el avión.

 

Toca repetir la habitual ceremonia: distribuir el peso, utilizar la báscula para evitar sorpresas al facturar y comprobar que no olvidamos nada. No pueden faltar los juguetes para los momentos de descanso en el hotel o en el piso de alquiler, los cuadernos para dibujar y colorear durante las esperas en los restaurantes y lo necesario para llenar esos tiempos muertos que tan largos resultan a un niño pequeño. Porque, desde hace cinco años, él viaja con nosotros para descubrir nuevos lugares y también tiene que divertirse.

 

Cuanto antes asumamos que vivimos en un mundo inabarcable, antes disfrutaremos del viaje con nuestros hijos. Al igual que, en nuestra corta existencia, no podremos ir a todos los lugares, ni leer todos los libros, ni ver todas las películas, ni vivir todas las experiencias que nos gustaría. Cuando reconocemos nuestros límites, nos liberamos de ellos y podemos aprovechar plenamente el presente, sin frustraciones, admitiendo que nuestra acotada percepción no nos hace menos libres. Entonces podremos renunciar a los cargados viajes de otras épocas y seguir el ritmo de nuestro hijo para ver el mundo a través de sus ojos. Sin prisas. Sin más objetivo que disfrutar de cada instante como si fuera el último.

 

Hablo de mi propia experiencia, claro está. Mi hijo cogió un avión por primera vez con un mes y medio de edad y, desde entonces, no ha parado. En nuestro caso, el viaje es una auténtica necesidad. Como vivimos lejos de nuestras familias, nos vemos obligados a movernos con frecuencia para mantener fuertes los lazos que nos unen. A lo que sumamos pequeñas escapadas de placer, pues concebimos el viaje como una forma de vida: un aprendizaje que nos ayuda a entender cuál es nuestro lugar en el mundo. Desde que nació, hemos llevado a nuestro hijo a museos, exposiciones y cualquier lugar de interés. Él explora, se ve expuesto a incontables estímulos y reacciona ante ellos. Ese imprevisible resultado es el bagaje que acumula tras cada periplo, que le servirá para afirmarse como persona y le permitirá enfrentarse a encrucijadas futuras. Tal vez no recuerde los lugares visitados, pero ese mecanismo desarrollado le acompañará durante el resto de su vida.

 

Hace un tiempo descubrimos un documental que comparte estos mismos valores. Se llama “Hola, mundo” y cuenta las experiencias de una pareja que viaja con su hijo desde la más temprana edad. Narrado por Alejandro Sanz, se puede ver íntegramente en YouTube y es muy recomendable. Cuenta con las intervenciones de varios expertos (un neuropsicólogo, una pediatra, una bióloga y un psicólogo) que analizan las consecuencias de los viajes en el desarrollo del niño y desmontan los prejuicios de quienes no se atreven a exponer a su hijo a determinados riesgos, que no son tales. Cuando hablamos de viajes, no se trata de una simple escapada de fin de semana, sino de largas estancias en destinos muy distintos. Además, antes del nacimiento del niño, los padres ya abandonaron sus respectivas ocupaciones para viajar sin interrupciones y vivir del relato de sus aventuras, que podemos seguir en la estupenda web https://algoquerecordar.com/. Así que nos presentan una forma poco convencional de viajar. Incluso si su caso es muy extremo y difícilmente extrapolable, el documental no deja de ser interesante, sobre todo para quienes tenemos el viaje impreso, de un modo u otro, en nuestra genética.

 

Viajar es un intento más de abarcar un mundo inaprensible. Poco importa la edad que se tenga. Cuanto más viajamos, más ganas tenemos de seguir sometiéndonos a ese bombardeo de estímulos que abre nuevas puertas en nuestra mente. Espero que tanto la experiencia de Lucía, Rubén y Koke, como la mía propia, convenza a quienes todavía tengan reparos para viajar con niños pequeños y les anime a hacer las maletas cuando las condiciones sanitarias lo permitan.