La
explosiva mezcla está lista para estallar. Ha sido preparada de
forma metódica durante años, añadiendo moderadas dosis para no
hacer peligrar la estabilidad del conjunto. Aunque la máquina se
forzó durante demasiado tiempo, los buenos resultados obtenidos
fueron el mejor argumento para seguir echando leña al fuego. Algunos
pensaron que cuanta más pólvora se añadiera, más fuerte sería la
explosión final, pero otros se dieron cuenta de que, sin mecha, es
imposible que alguien prenda fuego a distancia. Y los que están
suficientemente cerca como para detonar la bomba, evitan cualquier
movimiento brusco que les pueda poner en peligro. Si la triste
situación política de nuestra corrupta España no cambiará nunca,
es porque nadie está dispuesto a provocar la chispa que haga
explotar todo.
Siempre
me he preguntado por qué en España todavía no ha estallado una
revolución. Los escándalos se han multiplicado desde que unas
penosas decisiones políticas provocaran el difícil contexto
económico que acabó empujándome fuera de mi país. Innumerables
recortes, vergonzosos casos de corrupción, un rescate económico, un
año sin gobierno, una declaración unilateral de independencia... La
lista es larga y detallarla es un necesario ejercicio de humildad que
nuestros políticos deberían hacer, sin excepción. De forma tardía
surgió la indignación: el movimiento del 15-M, un atisbo de ganas
de cambiar las cosas. El resto del mundo siguió de cerca,
expectante, esa "spanish revolution", pero acabó
dándole la espalda por simple aburrimiento, ante el inmovilismo de
los supuestos revolucionarios. Y yo me pregunto qué ha pasado,
porque las razones que provocaron aquel sentimiento de malestar
siguen vigentes, incluso si los medios pretenden silenciar cuanto
sucede en la calle, en los hogares de la gente humilde que está
lejos de salir de la crisis. Nos dicen que lo peor ha pasado y hablan
de recuperación y crecimiento económico. Como si, de un día para
otro, nos hubiéramos despertado en un lugar ideal en donde nunca
hubo corrupción, todos tienen trabajo y viven en la abundancia. He
podido comprobar ese contraste en "comando actualidad", el
programa de reportajes, cámara en mano, de Televisión Española. Si
durante la crisis pusieron frente al objetivo a familias que tenían
a todos sus miembros en el paro y vivían gracias a la pensión de
los abuelos, hace un par de semanas se dedicaron a mostrar los pisos
con los alquileres más elevados. Unos años atrás comprar una
vivienda se convirtió en un sueño inalcanzable, pero hoy parece que
alquilar sea una solución demasiado cara. O bien me he perdido algo,
o bien hay una clara voluntad de pasar página, como si al ignorar
los problemas los hiciéramos desaparecer. Nos sobran los motivos
para seguir indignándonos, reclamar un cambio y construir un mundo
mejor.
Sin
embargo, para que esta nueva revolución sea efectiva, es necesario
que se imponga de forma natural, sin forzar las cosas. El cambio
deseado será tan necesario y evidente, que se llevará a cabo sin
hallar resistencia, gracias al sentido común. Tan incuestionable,
que incluso quienes hoy se oponen no tendrán más remedio que dejar
sus intereses a un lado y rendirse por el bien de todos. Porque si
caemos en el error de imponer las ideas por la fuerza, la nueva
situación nunca será legitimada. Algo así se está viviendo en
Cataluña, donde muchos piensan que el fin justifica los medios. No
todo vale con tal de alcanzar un mundo ideal, que allí llaman
república independiente. Podía haber sido un sueño generalizado o
el motivo para negociar con el gobierno central un verdadero cambio,
pero el hecho de forzar las cosas e imponer ideas lo ha convertido en
una causa perdida. Hay ciertas normas que nos ayudan a convivir, que
nos ha costado demasiado tiempo y esfuerzo lograr y que se no se
pueden obviar, por muy noble que sea el objetivo final.
Sigo
pensando que necesitamos una revolución, cambiar muchas cosas antes
de que todo salte por los aires, pero ésta debe hacerse paso en
silencio, poco a poco, convenciendo a los más reacios. Sin
violencia, sin imposiciones, sin repetir los errores del pasado. No
lo conseguirá ella sola, pues cada uno de nosotros debe contribuir a
su avance, algo difícil en este país conformista que siempre espera
que los demás muevan ficha antes, en donde se prefiere lo malo
conocido a lo bueno por conocer. Solo espero que cuando la mayoría
se dé cuenta de la necesidad de cambiar, no sea demasiado tarde para
reaccionar.