sábado, 17 de septiembre de 2016

Ocho apellidos franceses

La especie invasora llega a un territorio desconocido para ella. Tiene que defenderse, pero también adaptarse si quiere sobrevivir. Acabará consiguiéndolo, pues las leyes de la evolución son inexorables. Los que alertaron del peligro de su llegada se alarman al ver que no han podido impedirla y acusan a quienes la facilitaron o ignoraron sus consecuencias. Al final descubren que el daño no es tan dramático como pensaban, pero sí irreversible. Tanto la especie invasora como su nuevo entorno han cambiado y ya no volverán a ser como antes. No es el momento de añorar lo perdido, sino la hora de aceptar los principios de la naturaleza y mirar hacia el futuro con esperanza.

Podría hablar de los problemas de inmigración que asaltan la actualidad, pero es un dilema tan viejo como el mundo y prefiero recordar cuando fuimos nosotros, españoles, los que abandonamos nuestras fronteras para buscar mejores oportunidades. No me hace falta ir muy lejos, pues yo soy uno de ellos y durante mis casi siete años de exilio he podido identificarme con otros expatriados. Lo que busco ahora son las consecuencias de esa inmigración en el país de acogida, los rasgos que, con el paso de los años, se han asimilado como propios y ahora se confunden con los autóctonos. 

A mi llegada al país de la baguette me sorprendió uno de los más evidentes signos de ese mestizaje: me encontré rodeado de franceses con apellidos españoles. Al principio preguntaba, curioso, si habían nacido en España o sus padres venían de allí, pero dejé de hacerlo tras recibir las más variopintas respuestas. Muchos eran hijos de emigrantes y sabían hablar español, en otros casos eran nietos de españoles y habían viajado al menos una vez al lugar de donde se remontan sus orígenes. Pero también estaban los que no guardaban ninguna relación con el país del que procedía su apellido, herencia de un pariente demasiado lejano.

Los apellidos son una clara manifestación de nuestra memoria genética. Muchos aspectos de nuestro carácter son determinados por la familia que ellos representan y nos recuerdan que pertenecemos a algo mucho mayor que nosotros mismos. Por más que queramos huir de las ataduras de la sociedad y de sus restrictivas leyes, volveremos a ellas, pues es donde nacimos y donde moriremos. Por más que queramos evitar ciertos hábitos familiares que nunca nos gustaron, acabaremos trasmitiéndolos, sin quererlo, a nuestra descendencia, cuyo mestizaje los enriquecerá. A veces no somos conscientes de la responsabilidad que recae en nosotros o de las consecuencias de nuestros actos, que siempre están ahí, aun cuando no somos capaces de advertirlas.

Así es como el país galo se ha visto contaminado por nuestro carácter y nuestras costumbres y no ha tenido más remedio que aceptar como franceses no pocos apellidos de origen español. Los ocho más comunes son: García, Martínez, López, Sánchez, Pérez, Fernández, Rodríguez y Ruiz. Es difícil reconocerlos de oídas, porque los franceses los pronuncian a su manera y hasta cambian algunas letras para simplificar su dicción. Vale la pena recordar que el sonido de la letra z al que estamos acostumbrados en España no existe en su fonética y, por ejemplo, ya me he encontrado con más de un Lopes (que ellos dicen Lopés, pues siempre enfatizan la última sílaba) o Martinet.

En este contexto hay una película francesa que ilustra de forma simpática la emigración española y lo que puede llegar a aportar a unos franceses demasiado estirados. "Las chicas de la sexta planta" (les femmes du sixième étage), protagonizada por unas estupendas Natalia Verbeke y Carmen Maura, narra la historia de un grupo de mujeres españolas que vive en el París de los años sesenta y trabaja limpiando casas. Huelga decir que el doblaje español quita toda la gracia de la película, que sólo puede ser apreciada en la versión original, donde el acento de las actrices españolas da lugar a hilarantes juegos de palabras, difíciles de comprender si no se habla la lengua de Victor Hugo.

No sé si mi hijo querrá vivir en Francia, si tendrá descendencia aquí o si mi apellido pasará a formar parte de la particular lista que el mestizaje ha creado. Sólo quiero que respete los valores que ha heredado y los transmita a quien pueda, junto con todos esos principios que definen nuestro camino, que sólo reconocemos cuando ya los hemos asimilado y forman para siempre parte de nosotros.

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