Son
fríos, van a lo suyo y se creen más de lo que son, pues tienen la
capacidad de controlar muchas vidas bajo su tiranía. Aunque los
números retratan la realidad de forma objetiva, las sucesiones de
cifras no me dicen nada y las suelo olvidar con facilidad. Sin
embargo, leyendo la prensa española, me he encontrado con una
estadística que no me ha dejado indiferente: en el año 2015, 52.109
emigrantes españoles volvieron a casa, un 27% más que en 2014. Y a
pesar del optimista dato, conservé mi habitual recelo hacia los
números antes de seguir leyendo el artículo.
Es
el mayor regreso que se ha producido desde el inicio de la crisis,
pero durante el 2015 también salieron 94.645 españoles del país,
la cifra más alta desde que hay datos, que ensombrece la anterior y
confirma un saldo migratorio negativo. Así que ya estaba a punto de
olvidar esos números cuando leí algo mucho más interesante: las
medidas adoptadas para promover la vuelta de expatriados. Como la de
volvemos.org, una plataforma creada por y para emigrantes, que
relaciona a quienes quieren volver con empresas deseosas de contratar
a alguien con experiencia en el extranjero. Otra iniciativa que
merece ser aplaudida es la lanzada por el ayuntamiento de Valladolid,
que otorga ayudas económicas a las citadas empresas, así como a los
emigrantes interesados en volver (ayudándoles a iniciar un proyecto
innovador o con los gastos de un alojamiento temporal).
No
es la primera vez que menciono las ganas de regresar a la que se
enfrenta todo emigrante tarde o temprano. He hablado de casos
concretos, e incluso de mi propia experiencia, para acabar
concluyendo que una vuelta masiva nunca será posible sin una ayuda
de las instituciones públicas. Por eso no me ha sorprendido la
lógica idea del ayuntamiento de Valladolid, gobernado por el PSOE
con apoyo de Podemos, dicho sea de paso. Es la única manera de
provocar el movimiento migratorio inverso, ya que frenar la huida de
cerebros sigue siendo una utopía. Por eso me indigna la falta de
ideas del gobierno central, que en lugar de fomentar y coordinar la
distribución de este tipo de ayudas por todo el país, se dedica a
promover la creación de contratos basura. Así que, tras casi ocho
años viviendo en el extranjero, sólo puedo sentirme escéptico
cuando leo los datos del INE. Pero pondré un ejemplo que ilustre
mejor mi forma de ver las cosas, poniéndome en el lugar de quienes
no tienen la suerte de ser vallisoletanos o de encontrar una solución
en volvemos.org.
Digamos
que se llama Pepe. Es ingeniero y hace diez años que se instaló en
Suiza. Le gustaría volver, pero lo ve difícil, sobre todo cuando
trabaja en una reconocida institución y gana cinco veces más que
sus compañeros de promoción en España. Aunque los alquileres y el
coste de la vida están por las nubes, consigue ahorrar bastante. Así
que se pudo permitir una boda por todo lo alto y criar dos niños sin
problemas económicos. Se va de viaje cuando tiene vacaciones, esquía
en los Alpes en invierno y navega en el lago Lemán en verano. Vamos,
que Pepe no vive nada mal.
Hasta
que un día le llama un amigo suyo, que es un avispado político del
gobierno central, y le dice que ya se puede volver a España, que la
crisis es cosa del pasado y hay tanto trabajo como antes. Se acabó
eso de desperdiciar talento español en el extranjero. "Vente a
casa, Pepe, que aquí se está de lujo y hay más sol que en los
Alpes". Pepe se interesa por el tema, está dispuesto a hacer sacrificios para volver y escucha ilusionado cómo
su amigo le ofrece un puesto de camarero en un bar de tapas. Aunque
se trata de un contrato temporal que tendrá que romper y volver a
firmar cada vez que quiera coger vacaciones, le dice que con el
tiempo podrá darle algo mejor, porque el país va realmente bien y
el optimismo es desbordante. Pepe no parece convencido, pues con un
sueldo seis veces inferior al actual no podrá mantener a su joven
familia. Entonces su amigo le propone algo mejor: un puesto de
camarero en un gastrobar, de ésos que ahora están de moda y
salen como setas. Ante una nueva negativa de Pepe, el político
insiste en que hay trabajo para dar y vender y, como en el país
alpino ha aprendido francés e italiano, puede llegar a ser
recepcionista en un hotel de lujo. Con un poco de suerte, piensa,
acabará recibiendo a los que hoy son sus compañeros de trabajo, que
van a España en busca de precios bajos, sol y playa. Pero Pepe acaba
cansándose y le cuelga. El político no puede entender tal rechazo.
"Si los emigrantes no vuelven es porque no quieren",
predicará a partir de ese momento. Y lo peor es que habrá quien se
lo crea.