domingo, 28 de marzo de 2021

Nada es imposible

 Las diferencias culturales saltan a la vista en cuanto cambiamos de entorno. Cuando miramos alrededor y vemos que las reglas no son las mismas que antes. Desde que vivo en Francia me gusta jugar a buscar esas sutiles variaciones. Más que un pasatiempo entretenido, es una forma de comprender mejor el mundo en que vivimos.

 

Aunque ya conocía una de esas diferencias, mi llegada al país galo me permitió corroborarla. Se trata de la forma en que los medios tratan el deporte en general y la vela en particular. Los telediarios franceses no tienen una sección dedicada a los deportes, que son tratados en España con bombo y platillo, como si fueran la única píldora capaz de hacer digerir la cruda actualidad. La información deportiva más relevante aparece junto al resto de noticias, cuando hay un evento importante o algún francés ha ganado una competición.

 

La relevancia de cada noticia depende de la popularidad del deporte en cuestión y, por ende, de la cultura local. Si bien no hace falta mencionar cuál es el deporte que atrae todas las miradas, cuyos resultados no faltan en una crónica de lunes, en Francia vemos cómo otros deportes también tienen cierto peso, como el rugby, el tenis (Roland Garros goza de una popularidad inquebrantable) o la vela. Antes de venir al país galo ya sabía que la vela obtiene aquí un reconocimiento que va más allá del deportivo. En España la percepción no es la misma y el hecho de ser el deporte preferido de la familia real no ha ayudado a quitarle la elitista lacra de la que siempre ha adolecido. Tener un barco es caro, no voy a decir lo contrario, pero hay muchos tipos de veleros y de formas de subirse a uno para sentir cómo nos deslizamos sobre el agua, gracias al único impulso del viento, para perder todo vínculo con la tierra firme.

 

Así que no sé si algún medio español se ha hecho eco de la hazaña de Didac Costa, el bombero de Barcelona que el pasado trece de febrero se convirtió en el segundo español en completar una vuelta al mundo a vela, en solitario, sin escalas y sin asistencia, veinticuatro años después de José Luis de Ugarte. Ha sido el cuarto español en participar en la regata más dura que existe, la Vendée Globe, que sale cada cuatro años de Les Sables d’Olonne, pues Javier Sanso y Unaï Basurko no consiguieron acabar en ediciones anteriores. Durante los últimos meses, las noticias de la regata han sido como una bocanada de aire fresco en estos tiempos de movilidad limitada. Y no hace falta tener un vínculo directo con la vela para sentirse atraído por la belleza de un barco deslizándose entre las olas, luchando contra los elementos y desafiando la capacidad de resistencia del ser humano.

 

La última edición ha vuelto a demostrar que la Vendée Globe es una apasionante aventura humana que encierra tantas historias de perseverancia y superación como participantes. Como la de Kevin Escoffier, cuyo velero se partió literalmente en dos tras impactar contra una enorme ola. Solo tuvo tiempo de enviar un mensaje de MAYDAY antes de desplegar la balsa salvavidas. Un rescate bajo unas rudas condiciones de mar y viento habría tardado varios días en llegar. Por eso la dirección de la regata dirigió hacia la zona del hundimiento a los tres primeros clasificados. Jean Le Cam, que con sus sesenta y un años era el decano de la flota, fue el que llegó antes y recogió a Kevin, entre olas de cuatro metros.  

 

Y una de las historias más emotivas fue la protagonizada por Samantha Davies, que tomó la salida dispuesta a convertirse en la primera mujer en ganar una Vendée Globe. Iba en cuarta posición cuando el violento choque contra un OFNI (objeto flotante no identificado) en la noche le rompió varias costillas y dañó su velero. El accidente le obligó a parar en Ciudad del Cabo y abandonar la regata, pero, lejos de desanimarse, Sam decidió reparar el barco y terminar su vuelta al mundo. Porque navegaba, además, por una buena causa: salvar a niños de países desfavorecidos, nacidos con malformaciones cardíacas que necesitan una costosa operación. Sam publicaba en Facebook vídeos en los que relataba su aventura y cada “me gusta” se traducía en la donación de un euro por parte de los patrocinadores.

 

La imagen de su regreso a Les Sables d’Olonne, en la proa de su barco, cogiendo en brazos a uno de los ciento dos niños que pudieron ser operados gracias a su perseverancia, es una de ésas que humedecen los ojos y demuestran que la Vendée Globe es mucho más que una simple competición deportiva invisible para ciertos medios. Es una lección de vida que se resume en la frase que pronunció Alexia Barrier a su llegada a puerto, tras ciento once días pasados en alta mar: “nada es imposible”.