domingo, 12 de junio de 2022

El Don Tancredo de Kiev

 Quedarse o partir. Resistir o huir. Afrontar la situación como viene o buscar otras maneras de cambiar las cosas. No hay decisiones mejores que otras cuando se está dispuesto a asumir las consecuencias de cada una de ellas. Siempre hay motivos para inclinar la balanza de un lado u otro. Basta con elegir los más coherentes con nuestras convicciones y seguir adelante. Sin mirar atrás.

 

La actualidad ha vuelto a sacar a la palestra el eterno tema de la injusticia y los flujos migratorios. De las personas que se ven obligadas a tomar una decisión que cambia sus vidas para siempre. No voy hablar del contexto, de las circunstancias ajenas a ellas mismas que acaban interviniendo, muy a su pesar, sino que voy a centrarme en las personas, que son, al fin y al cabo, lo más importante.

 

En este blog he hablado mucho de migrantes y compartido mi experiencia como uno de ellos. El éxodo es un tema recurrente que ha acompañado a la humanidad desde siempre. El cambio del lugar en donde uno nace y crece bajo la protección parental siempre ha estado sujeto a controversia. La movilidad forzada sigue y seguirá repitiéndose, así que cuesta asumir que, frente a un problema global al que cualquiera puede verse expuesto en algún momento de su vida (solo basta con estar en el lugar y el momento equivocados), se hagan distinciones. Como si ignorásemos que pertenecemos a una única humanidad y debemos ayudarnos los unos a los otros, sin recurrir a una justificación particular. Hoy por ti, mañana por mí.

 

Hoy son ucranianos, pero ayer fueron iraquíes, afganos, sirios, marroquíes… El corazón se nos rompe cuando los vemos huyendo de las bombas, desafiando a la muerte y enfrentándose a una suerte que ellos no han decidido. Por desgracia, los conflictos armados, los daños colaterales, las consecuencias humanas de una geopolítica fría y cruel, siempre han existido y seguirán existiendo. ¿Por qué dar más privilegios a unos frente a otros? ¿Quién decide esa jerarquía? ¿Nuestra proximidad al lugar del conflicto, nuestra capacidad de empatizar con el mismo? Como si quienes luchan, huyen y mueren lejos de nuestras fronteras fueran menos humanos. Como si solo importase lo que aparece en los medios. Desde el comienzo de esta estúpida guerra me pareció obscena la excesiva cobertura que se le daba, imponiendo un discurso marcado por un único punto de vista, sin proporcionar al espectador el espacio que necesita para crear su propia opinión. Porque las cosas nunca son negras o blancas, y la vida se muestra en los matices que, por desgracia, unos medios polarizados son incapaces de mostrar.

 

Solo espero que todo esto nos sirva de lección, sobre todo a quienes pensaban que las guerras ocurrían siempre lejos, a otros, porque la distancia genera despreocupación. Ahora aprenden que todo cuanto sucede en este mundo tiene consecuencias, aunque no las veamos o las ignoremos deliberadamente. Y es que cuando esas consecuencias tocan nuestro bolsillo o nuestra rutina, ya es otro cantar. Como sucedió en el colegio de mi hijo, en donde decidieron que el carnaval de este año sería el de la “paz”, prohibiendo la entrada a piratas, superhéroes, militares o armas de cualquier tipo. Obviando la oportunidad de explicar a nuestros hijos que la vida no es un camino de rosas, que respetar las reglas, tener una buena actitud, esforzarse y pensar que todo va a salir bien no es suficiente. Porque hay variables de la ecuación que no dependen de nosotros y debemos aprender a despejarlas.

 

Entre todas las imágenes que han inundado los medios de información desde el principio de la guerra, yo me quedo con la de quien medita en una plaza de Kiev, cerrando los ojos y concentrándose en su respiración, esperando que la consciencia universal reaccione ante su desesperada llamada. Como el Don Tancredo que escucha, imperturbable, los toros que entran al ruedo y corren a su alrededor. Su única defensa es su inmovilidad, su capacidad de conservar su calma, por muy amenazante e insoportable que se vuelva su entorno. Y, desde su sencillo pedestal, desea con todas sus fuerzas que la situación cambie, porque él sabe que todo cambia, antes de volver a abrir los ojos.