La
vida nunca se para, por más que intentemos retenerla en nostálgicos
recuerdos o en breves artículos, como acostumbro a hacer cada
semana. El de hoy cierra un año que ha pasado volando si lo comparo
con los otros siete que ya llevo viviendo en el país galo. Han sido
doce meses de blog, de vivencias cotidianas, de anécdotas, de
relatos, de historias de emigrantes, de choques culturales, de
crítica hacia aspectos de mi país que desde la distancia se ven con
otros ojos y, sobre todo, de reflexiones sobre una vida que pasa
igual de rápida en cualquier rincón del mundo. Para celebrar este
aniversario y agradecer vuestra fidelidad (cada día sois más los
que me leéis al otro lado de una pantalla), he preparado un artículo
especial. Se trata de la continuación de algunas historias que han
pasado por este blog y que, como la vida misma, no se han parado tras
el punto y final.
En
"paraísos perdidos" (06/12/2015) relaté la triste
desaparición de una vieja librería de Lyon,
engullida por la imparable maquinaria de una crisis que no pudo
evitar. Unos meses después volví a pasear bajo los árboles de la
avenida de Saxe, sin hojas esta vez, y me detuve frente al escaparate
que un día llamó mi atención. Las molduras de madera habían sido
pintadas, el interior estaba iluminado y al otro lado del cristal
había... ¡libros! Ocho vecinos del barrio se asociaron para impedir
que cerrase una librería de más de sesenta años. Reunieron ochenta
mil euros, reformaron el local, cambiaron el nombre por el de
"librairie classique"
y su hazaña apareció en los periódicos. Se resistieron a la
revolución digital que acorrala al libro impreso y crearon su
particular trinchera. Me alejé con una sonrisa en la boca, pensando
que siempre hay lugar para la esperanza y que a veces recuperamos
cosas que pensamos haber perdido para siempre.
Si
la globalización no pudo con esa librería, sigue en cambio
engullendo almas sin piedad a través de aparentemente inofensivos
teléfonos móviles. Creo que "la cólera del Padrino"
(14/02/2016) tuvo el efecto deseado, pues no he vuelto a ver al tipo
que me daba codazos en el tranvía cuando cambiaba de aplicación.
Sin embargo, cada vez hay más personas que prefieren ignorar el
mundo real en que viven para inclinar la cabeza y rendirse al auge de
la tecnología. El fenómeno que muchos llaman zombificación
aún está en pañales y, aunque yo seguiré pidiendo justicia a Don
Corleone, ya empiezo a asumir que esta batalla será muy difícil de
ganar.
Desde
hace unas pocas semanas cuento con un nuevo lugar en donde reponer
fuerzas cuando mi personal lucha se complica demasiado. Se llama "Don
Miguel", está en Villeurbanne (una ciudad limítrofe con Lyon)
y allí puedo llenar a mis anchas "mi cofre del tesoro"
(27/08/2016) con esos productos españoles insustituibles cuando se
trata de combatir la nostalgia. En Dijon contaba con "Casa
Manolo", que dentro del mercado central, bajo una constelación
de banderas españolas y portuguesas, vende productos ibéricos:
jamones, quesos manchegos o una gran variedad de aceitunas. Me
gustaba comprar a Manolo algo de sobrasada (mi debilidad desde que
vivo en el extranjero) y queso, mientras comentábamos el último
partido de la selección española. No muy lejos está "Spécialités
Vázquez", ya fuera del mercado, donde nuestros turrones se
mezclan con especialidades de la ciudad de la mostaza para hacer las
delicias de todo turista.
Si
volvemos a Lyon, exactamente a mi propia casa, comprobaremos que no
sólo el árbol que veía desde la ventana del salón ha desaparecido
("recuerdos talados", 28/02/2016), sino que todos
los de la calle se han ido con él, las aceras parecen un queso
gruyère tras nueve meses de caóticas obras y el actual paisaje
post-apocalíptico poco tiene que ver con el barrio residencial al
que hace dos años me mudé. En momentos como este me alegro de
llevar una existencia nómada, sin ninguna atadura definitiva ("una
vida de alquiler", 02/10/2016), y poder cambiar de casa con
facilidad. No dejaré la ciudad, pero nunca
viene mal encontrar algo que se adapte mejor a unas necesidades en
constante cambio. En ese nuevo lugar, que todavía no conozco,
seguiré escribiendo este blog hasta que me quede sin historias que
contar o hasta que vuelva a mi país: lo que suceda antes. Lo más
curioso es que, sin importar donde me encuentre, la vida sigue
haciéndome guiños, como muestran estas fotografías que he tomado
por la calle, que me hablan de ese familiar lugar que un día dejé
atrás, pero que nunca me ha dejado de acompañar.