domingo, 23 de octubre de 2016

Deseos fugaces

Tumbado bajo las estrellas, el mundo le parecía más sencillo. Los problemas se empequeñecían y revelaban que su importancia siempre es relativa. Le gustaba pensar que aquellos astros eran los mismos que veían su familia y amigos desde el país que había dejado hacía apenas cuatro meses. Esa idea les unía de forma invisible y le hacía sentir más cerca de ellos. La distancia desaparecía cuando veía que ese cielo es el mismo para todos y que no entiende de fronteras ni prejuicios.

A su lado, ella empezó a tiritar. Él también sentía cómo el frío de la madrugada helaba sus huesos, pero no se permitía mostrar el menor signo de debilidad en su presencia. Cruzó los brazos para retener algo más de calor corporal y se concentró en aquel fondo negro para olvidar cualquier molestia terrenal y viajar lejos. Cada vez que prestaba atención al cielo nocturno, escuchaba dos historias que siempre le sobrecogían. Por un lado estaba la realidad, la impresión de que el cielo diurno es una cortina tras la que se esconde el verdadero mundo en que vivimos. Por otro lado, aquel oscuro paisaje le hablaba de profundidad, donde la vista se pierde más allá de lo imaginable mientras distingue constelaciones y viaja con la luz hasta el origen de la vida.

Una estrella fugaz cruzó el firmamento, sin avisar, cerca de la uve doble de Casiopea. Pide un deseo, le dijo ella. Entonces él imaginó que prosperaba en el país al que había llegado recientemente, que obtenía todo aquello que su patria le había negado o le había quitado de las manos. Fantaseó con la hermosa chica que tenía a su lado, que había nacido en esa patria ajena y se presentaba como la anfitriona perfecta para conocer ese nuevo lugar con paso firme. Sería su mejor baza para integrarse en una familia local, mejorar su conocimiento del idioma y perder el estigma que siempre acompaña a todo forastero. Se vio viviendo con ella en una gran casa, con el eco de voces de niños sonando de fondo. Sonrió al futuro y guardó en secreto sus pensamientos.

Una nueva estrella, aún más brillante que la anterior, se dejó ver. Ahora te toca a ti, le dijo él. Ella viajó al país de ese chico que conocía desde hacía pocas semanas, pero que tanto le atraía. Nunca había estado allí y le asaltaban las ganas de encontrar otra cultura, de aprender otro idioma, de sentir el calor bajo el sol que bañaba aquella lejana tierra. Desde pequeña había estado ligada al lugar en que había nacido y su mayor deseo era librarse de las ataduras que hasta ahora le habían impedido volar. Anhelaba coger la mano de aquel chico cuyo acento le seducía, correr y sentirse viva. Él era su excusa para abandonar ese entorno que tanto la limitaba. Ella quería aventuras y él, que ya estaba cansado de ellas, sólo buscaba estabilidad.

Continuaron observando en silencio el interminable y cautivador espectáculo de las Perseidas. Aunque las esterillas les aislaban del húmedo césped, el frío empezaba a hacerse insoportable en medio de aquel monte. Era su primera cita, cada uno se mantenía a una estudiada distancia del otro y ambos estaban absortos en el intenso ejercicio de invocar sus anhelos. Les irritaba la dificultad de ver una estrella fugaz de frente. Su carácter huidizo les llevaba a surgir de soslayo y mostrar una corta estela. Algunas, las más atrevidas, eran deslumbrantes y se alargaban más de lo habitual. A ellas había que confiar los sueños que parecen inalcanzables.


Si cada estrella fugaz representaba un deseo, ambos esperaban con ansiedad aquella en que al final coincidirían. Esta no. Esa tampoco. Pensaron que sería aquella otra, pero se equivocaron. Al fin vieron una y se besaron de forma instintiva, intuyéndose en la oscuridad de la noche. Era ésa la que cumplió el deseo más simple y evidente de todos. Su primer beso. Su primer paso juntos en la carrera de obstáculos de la vida. De poco servía querer resolver el problema de su existencia en una sola noche o anticiparse a situaciones que seguramente nunca llegarían. Sabían que los deseos, siempre fugaces, cambian a lo largo de una vida, mientras las estrellas nos contemplan sin que les influya la situación en que nos encontremos. No sabían hasta dónde llegarían, pero querían recorrer el camino juntos. Poco importaba que procedieran de países y culturas distantes, que la lengua pudiera representar una barrera o que su forma de ver la vida no fuera exactamente la misma. Compartían las mismas estrellas y eso era lo único que contaba.

Lyon, 10/12/2011

Olvidamos su presencia porque solemos andar mirando al suelo, pero siempre está ahí e influye en nosotros más de lo que estamos dispuestos a admitir.

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