Tumbado
bajo las estrellas, el mundo le parecía más sencillo. Los problemas
se empequeñecían y revelaban que su importancia siempre es
relativa. Le gustaba pensar que aquellos astros eran los mismos que
veían su familia y amigos desde el país que había dejado hacía
apenas cuatro meses. Esa idea les unía de forma invisible y le hacía
sentir más cerca de ellos. La distancia desaparecía cuando veía
que ese cielo es el mismo para todos y que no entiende de fronteras
ni prejuicios.
A
su lado, ella empezó a tiritar. Él también sentía cómo el frío
de la madrugada helaba sus huesos, pero no se permitía mostrar el
menor signo de debilidad en su presencia. Cruzó los brazos para
retener algo más de calor corporal y se concentró en aquel fondo
negro para olvidar cualquier molestia terrenal y viajar lejos. Cada
vez que prestaba atención al cielo nocturno, escuchaba dos historias
que siempre le sobrecogían. Por un lado estaba la realidad, la
impresión de que el cielo diurno es una cortina tras la que se
esconde el verdadero mundo en que vivimos. Por otro lado, aquel
oscuro paisaje le hablaba de profundidad, donde la vista se pierde
más allá de lo imaginable mientras distingue constelaciones y viaja
con la luz hasta el origen de la vida.
Una
estrella fugaz cruzó el firmamento, sin avisar, cerca de la uve
doble de Casiopea. Pide un deseo, le dijo ella. Entonces él imaginó
que prosperaba en el país al que había llegado recientemente, que
obtenía todo aquello que su patria le había negado o le había
quitado de las manos. Fantaseó con la hermosa chica que tenía a su
lado, que había nacido en esa patria ajena y se presentaba como la
anfitriona perfecta para conocer ese nuevo lugar con paso firme.
Sería su mejor baza para integrarse en una familia local, mejorar su
conocimiento del idioma y perder el estigma que siempre acompaña a
todo forastero. Se vio viviendo con ella en una gran casa, con el eco
de voces de niños sonando de fondo. Sonrió al futuro y guardó en
secreto sus pensamientos.
Una
nueva estrella, aún más brillante que la anterior, se dejó ver.
Ahora te toca a ti, le dijo él. Ella viajó al país de ese chico
que conocía desde hacía pocas semanas, pero que tanto le atraía.
Nunca había estado allí y le asaltaban las ganas de encontrar otra
cultura, de aprender otro idioma, de sentir el calor bajo el sol que
bañaba aquella lejana tierra. Desde pequeña había estado ligada al
lugar en que había nacido y su mayor deseo era librarse de las
ataduras que hasta ahora le habían impedido volar. Anhelaba coger la
mano de aquel chico cuyo acento le seducía, correr y sentirse viva.
Él era su excusa para abandonar ese entorno que tanto la limitaba.
Ella quería aventuras y él, que ya estaba cansado de ellas, sólo
buscaba estabilidad.
Continuaron
observando en silencio el interminable y cautivador espectáculo de
las Perseidas. Aunque las esterillas les aislaban del húmedo césped,
el frío empezaba a hacerse insoportable en medio de aquel monte. Era
su primera cita, cada uno se mantenía a una estudiada distancia del
otro y ambos estaban absortos en el intenso ejercicio de invocar sus
anhelos. Les irritaba la dificultad de ver una estrella fugaz de
frente. Su carácter huidizo les llevaba a surgir de soslayo y
mostrar una corta estela. Algunas, las más atrevidas, eran
deslumbrantes y se alargaban más de lo habitual. A ellas había que
confiar los sueños que parecen inalcanzables.
Si
cada estrella fugaz representaba un deseo, ambos esperaban con
ansiedad aquella en que al final coincidirían. Esta no. Esa tampoco.
Pensaron que sería aquella otra, pero se equivocaron. Al fin vieron
una y se besaron de forma instintiva, intuyéndose en la oscuridad de
la noche. Era ésa la que cumplió el deseo más simple y evidente de
todos. Su primer beso. Su primer paso juntos en la carrera de
obstáculos de la vida. De poco servía querer resolver el problema
de su existencia en una sola noche o anticiparse a situaciones que
seguramente nunca llegarían. Sabían
que los deseos, siempre fugaces, cambian a lo largo de una vida,
mientras las estrellas nos contemplan sin que les influya la
situación en que nos encontremos. No sabían
hasta dónde llegarían, pero querían recorrer el camino juntos.
Poco importaba que procedieran de países y culturas distantes, que
la lengua pudiera representar una barrera o que su forma de ver la
vida no fuera exactamente la misma. Compartían las mismas estrellas
y eso era lo único que contaba.
Lyon, 10/12/2011
Olvidamos su presencia porque solemos andar mirando al suelo, pero siempre está ahí e influye en nosotros más de lo que estamos dispuestos a admitir.
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