domingo, 28 de febrero de 2021

Nosotros, los olvidados

Olvidamos lo que se aleja de nuestros sentidos. Lo que perdemos. Lo que un día desaparece de nuestras vidas. El vacío dejado no tarda en ser ocupado. Y la sociedad de la inmediatez, con su constante bombardeo de información y su ley del usar y tirar, lo llena con una niebla cuya única función es distraer de lo que realmente importa. Por eso, cuando quienes dejamos nuestra tierra volvemos a ella, tenemos la extraña sensación de haber perdido nuestro sitio, de haber caído en el insondable abismo del olvido.

 

La vida sigue su curso y sería insensato querer detenerlo. Hay cosas que podemos cambiar y cosas que no queda más remedio que asumir. Quienes salimos de nuestro país hace un tiempo, nos enfrentamos a la realidad de haber desaparecido para quienes ya no piensan en nosotros. Me refiero a personas (las que se alejan del círculo de familiares y amigos más cercanos, que siempre nos tendrán presentes), pero también a instituciones, para las que pasamos a ser un simple número en un censo que nadie tiene en cuenta. Oficialmente somos los españoles residentes en el extranjero, y no podemos evitar preguntarnos qué significa esa etiqueta, qué derechos da o qué nos distingue del resto de compatriotas. Aunque nadie hable de ello, somos unos dos millones y medio de personas y, lo que es más preocupante, más de la mitad ha nacido en el extranjero. Eso quiere decir que los españoles que viven lejos, además de no volver, se establecen y forman familias con hijos que tampoco vuelven. Yo soy un vivo ejemplo de ello y conozco a unos cuantos más.   

 

Nosotros vivimos en otro país, cumplimos con los deberes que dicta el Estado local, pagamos sus impuestos y acatamos sus leyes, como cualquier otro ciudadano, pero no tenemos los mismos derechos, pues no podemos participar en las elecciones generales, que tienen repercusiones directas en nuestra vida cotidiana, entre otras cosas. Estamos obligados a votar en nuestro país de origen, aunque sea algo anecdótico, un vestigio nostálgico de lo que un día fuimos, a la vista del poco caso que nos hacen nuestros políticos.

 

Somos los olvidados de nuestro país de acogida y, lo que es aún más grave, de nuestro país natal. Doblemente desdeñados, nos preguntamos cuál es nuestro verdadero lugar en la sociedad. Nuestras voces deberían ser escuchadas, porque, aunque vivamos lejos del lugar que nos vio nacer, podríamos regresar en cualquier momento y aportar nuestra experiencia en el extranjero. Y entonces, cuando volvamos a ser “útiles” para nuestros políticos, les trataremos con el mismo desdén que nos dedicaron en nuestra ausencia.

 

Hace un tiempo, a propósito de las últimas elecciones generales, surgió una excepción que confirmó la regla: recibí una carta del PSOE en la que Pedro Sánchez pedía mi voto. Nuestro voto. El de todos los expatriados olvidados. Por primera vez leí un discurso que se interesaba por nuestra situación y quería presentarnos un país acogedor, dispuesto a recibirnos con los brazos abiertos si un día decidimos volver, dispuesto a cambiar las cosas para que un día tengamos ganas de volver ("medidas de retorno del talento", las llamaba). El texto era esperanzador, pero también oportunista, todo hay que decirlo, porque Pedro Sánchez sabe perfectamente cómo los partidos políticos nos ningunean (PSOE incluido) y quería sacar rédito político siendo el primero en acordarse de nosotros.

 

Bueno, no está mal para empezar, me dije al leer la carta, pero las cosas no son tan sencillas y las buenas promesas se olvidan tan pronto como se formulan. Una amarga sonrisa terminó de dibujarse en mi cara al recordar que, cuando recibí la carta, el plazo para enviar el voto por correo ya había terminado. Una incomprensible ley electoral, que complica la existencia a quienes vivimos en el extranjero, nos obliga a enviar nuestra papeleta con la antelación suficiente para que llegue hasta la urna de nuestra población de origen antes del día D. “Comprendemos las dificultades del voto rogado. Lo vamos a eliminar y a devolverte tu voz, porque tu voto es decisivo” decía en su carta Pedro Sánchez. A estas alturas me parece que ha olvidado su promesa, como tantas otras. Y es que, antes de pedir nuestro voto, todavía quedan muchas cosas por cambiar.