Podemos mirar a otro lado, ignorarlo,
huir de él y pensar que no nos alcanzará, pero nunca escaparemos de
lo inevitable. Hace seis años que llegué a Francia con un billete
de ida en la maleta. Tan inevitable fue mi partida como el hecho de
empezar a escribir este blog. Estamos habituados a viajar con
billetes de ida y vuelta, con la seguridad de saber que nuestros días
están contados y que pase lo que pase volveremos al lugar del que
procedemos. Cuando la fecha de ida es el único dato impreso en el
billete, la certeza queda sustituida por la incertidumbre de no saber
cómo acabará la aventura y la necesidad de luchar por descubrir
cuál será el siguiente paso, si algún día nos llevará de vuelta
a casa.
No soy el único al que la crisis
española empujó a abandonar inevitablemente su país. Por eso
empiezo este blog. Para informar de lo que lleva consigo una
experiencia de este tipo, con sus buenos y sus malos momentos. Para
contar lo que nuestros políticos desconocen o ignoran
deliberadamente, para hablar de la integración de un exiliado en un
país extranjero y para relativizar la imagen de una España lejana a
la marca que los medios intentan vender.
Me decido a escribir seis años después
de mi partida no sólo porque no haya podido antes, sino sobre todo
porque el paso del tiempo cambia mucho la visión de las cosas.
Porque la euforia y la excitación de los primeros meses dejan paso a
una mirada reposada y crítica, no sólo con el país de origen, sino
con el de acogida. Porque el conocimiento prolongado de unas nuevas
costumbres locales permite la comparación con las ya conocidas, la
confrontación de dos culturas distintas a pesar de su proximidad.
Aterricé en Francia tras acabar la
carrera de arquitectura. Podía haber sido cualquier otro país, pues
cuando damos un salto al vacío poco importa lo que haya bajo
nuestros pies. Lo que de verdad cuenta es volar y sentir el aire
contra nuestro cuerpo. Llegué sin conocer a nadie, con una beca de
prácticas de cuatro meses, pero conseguí un trabajo que me gusta,
hice muy buenos amigos y descubrí al amor de mi vida, con el que
tuve la suerte de casarme.
Durante estos años no he desperdiciado
el tiempo, para qué nos vamos a engañar, y podrán comprobarlo si
siguen este blog, donde espero escribir al ritmo de una página por
semana y contar mis experiencias en el país del queso y la baguette.
Relataré las dificultades de la vida del exiliado, con su eterna
lucha contra el infranqueable muro de los prejuicios culturales, pero
también hablaré de los placeres de vivir en un lugar desconocido
donde se aprende algo nuevo cada día y se disfruta de derechos
ganados no por el simple hecho de haber nacido en un territorio
determinado, sino por haber demostrado con trabajo y esfuerzo ser
merecedor de ellos. No jugaré a la crítica fácil, sino a la que
proviene de la experiencia propia. Al fin y al cabo no tengo licencia
para matar, aunque con el tiempo me haya construido una pequeña
atalaya desde la que jugar al francotirador que busca con paciencia
nuevos objetivos y se lo piensa dos veces antes de disparar.
Echando la vista atrás descubro que mi
vida en el extranjero se ha basado en dos simples principios: cambio
y adaptabilidad. Nunca sabemos de lo que somos capaces hasta que nos
encontramos en una nueva situación y descubrimos aspectos de
nosotros mismos hasta ese momento desconocidos. Así, los primeros y
frenéticos meses de bombardeo constante de nuevas experiencias dan
paso a la estabilidad de la rutina y a la sensación de que nunca
dejaremos de aprender en un entorno ajeno que poco a poco se va
convirtiendo en nuestro.
A pesar de un aparente equilibrio, el
cambio ha sido mi única constante en estos años y nunca me he
permitido hacer planes más allá de los siguientes tres meses. Así
que, de momento, sólo me comprometeré a escribir este blog hasta
enero, pues un cambio muy importante ya está programado para esa
fecha. Aunque imagino la confianza que puedan tener en alguien que se
fue cuatro meses de su país y lleva seis años sin volver... En fin,
a veces las cosas no suceden como las planeamos y lo inevitable acaba
por abrirse paso tarde o temprano.