sábado, 31 de octubre de 2015

Lo inevitable

Podemos mirar a otro lado, ignorarlo, huir de él y pensar que no nos alcanzará, pero nunca escaparemos de lo inevitable. Hace seis años que llegué a Francia con un billete de ida en la maleta. Tan inevitable fue mi partida como el hecho de empezar a escribir este blog. Estamos habituados a viajar con billetes de ida y vuelta, con la seguridad de saber que nuestros días están contados y que pase lo que pase volveremos al lugar del que procedemos. Cuando la fecha de ida es el único dato impreso en el billete, la certeza queda sustituida por la incertidumbre de no saber cómo acabará la aventura y la necesidad de luchar por descubrir cuál será el siguiente paso, si algún día nos llevará de vuelta a casa.

No soy el único al que la crisis española empujó a abandonar inevitablemente su país. Por eso empiezo este blog. Para informar de lo que lleva consigo una experiencia de este tipo, con sus buenos y sus malos momentos. Para contar lo que nuestros políticos desconocen o ignoran deliberadamente, para hablar de la integración de un exiliado en un país extranjero y para relativizar la imagen de una España lejana a la marca que los medios intentan vender.

Me decido a escribir seis años después de mi partida no sólo porque no haya podido antes, sino sobre todo porque el paso del tiempo cambia mucho la visión de las cosas. Porque la euforia y la excitación de los primeros meses dejan paso a una mirada reposada y crítica, no sólo con el país de origen, sino con el de acogida. Porque el conocimiento prolongado de unas nuevas costumbres locales permite la comparación con las ya conocidas, la confrontación de dos culturas distintas a pesar de su proximidad.

Aterricé en Francia tras acabar la carrera de arquitectura. Podía haber sido cualquier otro país, pues cuando damos un salto al vacío poco importa lo que haya bajo nuestros pies. Lo que de verdad cuenta es volar y sentir el aire contra nuestro cuerpo. Llegué sin conocer a nadie, con una beca de prácticas de cuatro meses, pero conseguí un trabajo que me gusta, hice muy buenos amigos y descubrí al amor de mi vida, con el que tuve la suerte de casarme.

Durante estos años no he desperdiciado el tiempo, para qué nos vamos a engañar, y podrán comprobarlo si siguen este blog, donde espero escribir al ritmo de una página por semana y contar mis experiencias en el país del queso y la baguette. Relataré las dificultades de la vida del exiliado, con su eterna lucha contra el infranqueable muro de los prejuicios culturales, pero también hablaré de los placeres de vivir en un lugar desconocido donde se aprende algo nuevo cada día y se disfruta de derechos ganados no por el simple hecho de haber nacido en un territorio determinado, sino por haber demostrado con trabajo y esfuerzo ser merecedor de ellos. No jugaré a la crítica fácil, sino a la que proviene de la experiencia propia. Al fin y al cabo no tengo licencia para matar, aunque con el tiempo me haya construido una pequeña atalaya desde la que jugar al francotirador que busca con paciencia nuevos objetivos y se lo piensa dos veces antes de disparar.

Echando la vista atrás descubro que mi vida en el extranjero se ha basado en dos simples principios: cambio y adaptabilidad. Nunca sabemos de lo que somos capaces hasta que nos encontramos en una nueva situación y descubrimos aspectos de nosotros mismos hasta ese momento desconocidos. Así, los primeros y frenéticos meses de bombardeo constante de nuevas experiencias dan paso a la estabilidad de la rutina y a la sensación de que nunca dejaremos de aprender en un entorno ajeno que poco a poco se va convirtiendo en nuestro.

A pesar de un aparente equilibrio, el cambio ha sido mi única constante en estos años y nunca me he permitido hacer planes más allá de los siguientes tres meses. Así que, de momento, sólo me comprometeré a escribir este blog hasta enero, pues un cambio muy importante ya está programado para esa fecha. Aunque imagino la confianza que puedan tener en alguien que se fue cuatro meses de su país y lleva seis años sin volver... En fin, a veces las cosas no suceden como las planeamos y lo inevitable acaba por abrirse paso tarde o temprano.