domingo, 26 de mayo de 2019

Una de madres, padres e hijos

A veces celebramos que sin ciertas cosas la vida sería imposible. Suele ser una vez al año, obligados por una sociedad cada vez más consumista, ávida de ritos con que esclavizar a la creciente población. Si bien hoy toca felicitar a las madres, conviene refrescar unos cuantos principios antes de regalar lo que se tercie. 

No, no me he equivocado de fecha, pues en Francia el día de la madre se celebra el último domingo del mes de mayo. Es el momento en que pensamos en ellas y en su siempre infravalorada labor. Incluso la sociedad actual, que se acerca a grandes pasos a la igualdad, sigue ejerciendo una enorme presión sobre ellas, que hacen frente a las mismas exigencias laborales que sus compañeros masculinos, pero sin descuidar sus obligaciones como madres. Cuando se trata de los padres la presión es menor, porque, aunque hayamos cambiado, todavía arrastramos un modelo de familia tradicional. La verdadera igualdad no llegará hasta que los padres no asumamos todas nuestras responsabilidades y carguemos con la mitad del peso de la familia. 

Yo he afrontado el reto y reconozco que no es fácil, pues supone entrar en un mundo habitualmente femenino. Cuando voy a recoger a mi hijo, tanto antes en la guardería como ahora en el colegio, suelo estar rodeado de madres. Cuando busco ayuda en publicaciones de puericultura, descubro que la mayoría está dirigida a mujeres. Y si echamos mano a libros más antiguos, vemos que asignan a la mujer el cuidado exclusivo de los hijos, hasta que llegan a cierta edad. Los padres parecemos relegados a un segundo plano en el caso de la educación de los niños, y cuando intentamos equilibrar la balanza nos encontramos muy solos, con la cabeza llena de dudas, sobre todo cuando vivimos en el extranjero y no tenemos familiares cerca. Y es que la educación secundaria debería incluir una asignatura obligatoria que nos preparara a afrontar el reto de criar a un niño (o una niña) con solvencia. Resulta sorprendente que no recibamos formación alguna para uno de los trabajos más importantes que vayamos a desempeñar en nuestra vida. Y así nos va, dejando a los críos bajo el cuidado del todopoderoso internet, quejándonos cuando vemos que carecen de todo tipo de valores o educación. 

Y para darle la vuelta a la tortilla, me gustaría recordar que sin hijos no habría madres. Es decir, que sin políticas que incentiven la natalidad, el número de madres seguirá disminuyendo. La ausencia de ayudas estatales, los contratos precarios, la inestabilidad laboral y la pérdida de poder adquisitivo hace que nos lo pensemos más de una vez antes de traer un niño al mundo. De este modo, países como España e Italia sustentan las peores tasas de natalidad de Europa. Y encabezando la lista se encuentran Irlanda, Suecia, Reino Unido y Francia. En el país galo contamos con numerosas ayudas, que van desde los mil euros en el nacimiento hasta una mensualidad que se recibe durante toda la infancia del niño, adaptada al poder adquisitivo de cada familia. De momento España ha dado un gran paso con la prolongación de la baja por paternidad, pero el camino para evitar el crecimiento negativo sigue siendo largo. 

No es fácil ser madre, o padre, pero si dejáramos de intentar algo por el simple hecho de ser difícil, nunca haríamos nada. Se trata, en definitiva, de usar más el sentido común, no solo en la creación de nuevas políticas familiares, sino en las decisiones que tomamos en nuestro día a día. No hay que esperar a que los astros se alineen y nos encontremos con la mejor situación posible. Basta con que cambiemos nosotros, con que tomemos la iniciativa y hagamos caso a nuestro instinto, convencidos de nuestras capacidades. Y entonces veremos que esas condiciones perfectas que pensábamos inalcanzables (la utópica igualdad o las necesarias ayudas) acaban tomando forma, rendidas ante el peso de nuestro propio esfuerzo.