domingo, 17 de noviembre de 2019

La fiesta del hartazgo

Aprender de nuestros errores nos ayuda a seguir adelante, no solo en un país extranjero, sino en cualquier ámbito de la vida. Evitar la autocrítica a toda costa y pensar que los problemas desaparecen si los ignoramos nos puede llevar a situaciones esperpénticas, como la vivida durante los últimos meses en la política española, cuyo mal sabor de boca recuerda que siempre se puede ir a peor.

Ya he comentado en alguna ocasión que nunca me ha gustado la política y, menos aún, hablar de ella. Pero ver las cosas desde lejos me ha llevado a adentrarme en un terreno minado, donde me sirvo de la distancia para conservar cierta objetividad o, al menos, comparar cuanto sucede a cada lado de la frontera. Así que, si hasta yo puedo convertirme en un acertado analista político (mi artículo“decepciones anticipadas” ya se adelantaba a la triste situación que siguió a las elecciones de abril), significa que el panorama es demasiado triste. Y como han sucedido más cosas en los últimos siete días que en los últimos siete meses, la situación bien merecía otro artículo.

Tras la sonada decepción de este verano, sentimos que nos habían tomado el pelo: los depositarios de nuestra confianza no estuvieron a la altura de la encrucijada (una vez más) y su incapacidad de dialogar devolvió la pelota a nuestro tejado, como si nosotros hubiéramos sido los responsables. Se nota que a nuestros incompetentes políticos les encantan los domingos electorales, cuando ponen la papeleta en la urna, sonríen y el fotógrafo de turno inmortaliza el idílico momento. “Es la fiesta de la democracia”, dicen sin remordimientos. Yo la llamaría más bien “la fiesta del hartazgo”, porque ya estamos hartos de votar para nada. Ingenuos, esperaban que resolviésemos sus problemas y se han encontrado con lo previsible: aún más problemas. Ahora el panorama es más complicado que el anterior, pero ¿quién esperaba lo contrario? La situación es tan ridícula, que nuestros políticos (quién los ha visto y quién los ve) se han afanado en encontrar una solución por la vía rápida, como si nada hubiera pasado antes. Sin aprender de sus errores, o tal vez empujados por ellos a un incierto futuro del que nadie sabe (o quiere saber) nada, con una crisis económica asomando el plumero y una ultraderecha más contenta que unas pascuas. 

Curiosamente el pasado domingo también fue un día electoral en Rumanía. Allí, para elegir al presidente de la República, recurren a dos vueltas. Solo los dos candidatos más votados pasan a la segunda convocatoria, sistema similar al utilizado en Francia. Sin olvidar que las elecciones legislativas del país galo, que permiten elegir a los componentes de la cámara baja, también se sirven de la doble vuelta. Si bien resulta difícil extrapolarlo a España, donde la monarquía parlamentaria impide que elijamos al jefe del Estado, tal vez sea una pista a explorar para evitar el bloqueo político en que nos hemos instalado. Creo que deberíamos aprender de los errores de los últimos meses y revisar un sistema caduco; hacer autocrítica y madurar como democracia. Otro de esos persistentes errores es el voto rogado, que sufrimos todos los residentes en el extranjero. Un complejo método que nos obliga a meter nuestra papeleta dentro de un sobre que introducimos a su vez en otro: uno destinado al consulado, que a su vez envía el segundo a la delegación en cuyo censo figuramos, que debe recibirlo antes de la fecha oficial del recuento. Y utilizando una documentación electoral que solo llega a nuestro domicilio, cuando lo hace, si la solicitamos antes. Eso significa que debemos votar antes incluso de la campaña electoral, sin ver esos debates que dan vergüenza ajena, con trozos de adoquín, falsos gráficos y demás parafernalia inútil.

Como parece difícil que estas reflexiones sean escuchadas algún día por quienes podrían servirse de ellas, no me queda más remedio que recurrir a una viñeta de Mafalda que el azar ha puesto en mis manos esta semana. Una envenenada ironía que conjuga sutilmente la historia de mi vida con la de nuestros apreciados políticos.