domingo, 3 de marzo de 2019

Buenos deseos

Todo empieza siempre con buenos deseos. Cuanto emprendemos, ya sea una actividad, un trabajo, unas vacaciones…, debe comenzar bien y acabar de la misma manera. Queremos que todo suceda lo mejor posible, que el camino no tenga baches y que nada nos impida lograr nuestros objetivos. Y tiene sentido, porque no vale la pena empezar algo si no estamos convencidos de que acabaremos con éxito. Luego la realidad se encargará de demostrar si estábamos en lo cierto, de comprobar si nuestras aptitudes eran las necesarias y de poner las cosas en su debido sitio.

Es algo recurrente en año nuevo, como un reflejo que repetimos de forma instintiva, no sabemos si movidos por un verdadero sentimiento de empatía o por la simple reiteración de una convención social de obligado uso. Deseamos un feliz año a quien está junto a nosotros, pero también a quien se encuentra al otro lado de un teléfono o de una pantalla, a quien vemos de forma ocasional o a quien cuya vida nos importa lo más mínimo. 

En Francia, donde la educación y las buenas formas llegan a límites insospechados, este hábito roza con demasiada frecuencia lo obsceno. Más allá de los primeros días o semanas, se puede felicitar el año hasta finales de enero. Si durante esas fechas nos encontramos con alguien a quien no vemos desde el año pasado, ya sabemos cómo debemos empezar la conversación. Pero si soltar un “feliz año” a bocajarro durante las dos primeras semanas es lo más normal del mundo, su uso en la segunda quincena se vuelve cada vez más raro. Salvo en el ámbito laboral, donde la imagen que aparentamos importa demasiado y muchas aberraciones están permitidas. Así, todos los emails empiezan con artificiosas construcciones que desean lo mejor (e incluso más) a su lector. Poco importa lo que venga después, si escribimos a compañeros que aborrecemos o si ponemos a caldo al destinatario por incompetente, dando lugar a cómicos contrastes. Las fórmulas de cortesía son infinitas en la lengua francesa, donde nada es lo suficientemente cursi, y ponen en evidencia una hipocresía subyacente en cada palabra de forzada condescendencia. 

También está la costumbre de los “vœux” (deseos). Se trata de las típicas tarjetas que se envían por correo para felicitar el año (aunque los emailsya son mayoritarios) y los destinatarios son antiguos y futuros clientes. Suponen un pretexto para decir “estoy aquí, acuérdate de mí porque yo he pensado en ti”. También se les llama “vœux” a unas ceremonias que organizan todos los ayuntamientos galos. En ellas, el alcalde de turno prepara un discurso en que habla de los principales logros del ejercicio anterior y de los que depara el nuevo año, seguido por un cóctel o “vin de l’amitié” (vino de la amistad), donde todos los vecinos intercambian opiniones con una copa en la mano. Y cada vez más empresas comparten este hábito, prolongación de las cenas navideñas, en donde desean un productivo año a sus empleados y clientes, ofrecen una fiesta más o menos suntuosa y demuestran de lo que son capaces.

Ni que decir tiene que yo también me he visto atrapado en esta ineludible red de apariencias. Yo también he empezado mis emailscon la frase “antes de nada…” y yo también he enviado los obligados vœux, aunque, eso sí, utilizando frases originales que ofrezcan una alternativa a las manidas palabras ñoñas. Ya sé que acabamos de empezar el mes de marzo y todo esto queda un poco lejos, pero nunca lo había mencionado en este blog y me apetecía comentarlo. Además, quería desear a todos mis lectores que este año 2019, simplemente, pase. Para bien o para mal. Deseo que nos reencontremos dentro de un año en esta página, tal y como somos. No deseo salud, amor, dinero o éxito profesional. Deseo simplemente que no perdamos las ganas de hacer lo que quiera que hagamos. Porque de poco sirve ser afortunados si no valoramos lo que tenemos o nos faltan ganas para disfrutarlo.