La
noche cae en la plaza de la Victoria de Bucarest. Rodeado por medio
millón de personas, el duro invierno le parece más soportable. Se
llama Miluta Flueras y se pregunta si su lucha servirá para algo.
Hace dos años, este fotógrafo a tiempo parcial estuvo a punto de
perder la vida mientras cubría un concierto en el Club Colectiv,
donde un incendio mató a 27 personas y
destapó un entramado de corrupción que sufre todo el país. La
primera semana del pasado mes de febrero, decenas de miles de
personas inundaron las calles de Bucarest para protestar contra una
ley demasiado permisiva con los casos de corrupción. El gobierno se
vio obligado a derogarla en pocos días, recordando que las últimas
grandes manifestaciones del pueblo rumano (conocidas como la
revolución de 1989) acabaron con la ejecución de sus dirigentes. Y
al ver los ojos tristes de Miluta en la pantalla de mi ordenador, me
pregunto si en España todavía podemos hacer algo contra esta
arraigada lacra o si seguiremos el mismo trágico camino que nuestros
vecinos del Este.
Las
comparaciones son odiosas, pero necesarias a veces. Mi vida entre
tres países me permite mirar a uno y otro lado para acabar
constatando que todos somos iguales. Compartimos los mismos problemas
y la misma incapacidad para resolverlos. Las únicas diferencias son
las formas en que se manifiestan, las ganas de luchar para
erradicarlos y las acciones que finalmente se llevan a cabo. En
Francia, por ejemplo, nos encontramos con un decepcionante panorama
electoral donde los políticos, igual de incompetentes que en
cualquier otro lugar, administran el dinero público con dudoso
juicio o siguiendo intereses personales. Entre los últimos
escándalos que han salido a la luz se encuentra el de François
Fillon, candidato a la presidencia por el partido conservador "Les
Républicains" (algo así como el PP francés). El que fuera
primer ministro ha empleado a su mujer durante años en un puesto
que, por supuesto, nunca ocupó. Y recientemente el ministro del
interior del actual gobierno socialista se vio obligado a dimitir por
haber empleado de la misma manera a su hija, menor de edad. Sin
hablar de Marine Le Pen, que ha recurrido a su inmunidad
parlamentaria como eurodiputada para escapar de similares acusaciones
y seguir con su carrera hacia la presidencia, respaldada por un
electorado supuestamente harto de esta desvergonzada clase política.
Pero
volvamos a Bucarest, donde Miluta sigue gritando hasta quedarse sin
voz, esta vez frente al parlamento. Es el segundo edificio más
grande del mundo y nos da una idea del uso que el dictador Ceaucescu
hizo del dinero público. Lejos de ser un problema reciente, en
Rumanía la corrupción es una habitual moneda de cambio con la que
toda la población convive a diario. Mi familia me permite seguir de
cerca estas penosas situaciones y poner nombre y apellidos a cada
práctica abusiva. Si los sobornos son corrientes en todas las
instituciones públicas, desde el sistema educativo hasta el más
mínimo trámite administrativo, el caso más preocupante es el de la
sanidad. El tratamiento que recibamos dependerá de los "regalos"
(bonito nombre para esconder tan sucio principio) que podamos dar. El
interés que el médico de turno muestre hacia nosotros dependerá de
ese incentivo. Lo peor tal vez sea que la mayoría de los médicos
considere esta forma de trabajar como algo normal, teniendo en
cuenta sus bajos sueldos. De esta manera, las diferencias entre
clases sociales se vuelven insalvables y la gente muere por
enfermedades que podrían ser tratadas. Es lo que sucedió con 37
supervivientes del incendio del Club Colectiv, que fallecieron días
más tarde por culpa de infecciones hospitalarias que podían haber
sido evitadas.
Cuando
un cuerpo está tan gangrenado, no se
sabe qué miembro extirpar. Me refiero a los dirigentes del pueblo
rumano, que se amparan en su victoria en las urnas para favorecer una
corrupción presente en todos los ámbitos. Y esto me suena de
algo... En España los recientes y polémicos casos que han salido a
la luz nos recuerdan que sólo vemos la punta del iceberg y nunca
descubriremos el verdadero alcance de un sistema podrido. Así que me
pregunto por qué los españoles no han salido a la calle como
hicieron los rumanos en febrero, por qué no se han vuelto a levantar
como hicieron los indignados en la Puerta del Sol. Piensan que no
pueden cambiar nada, pero se equivocan. Basta con recordar la
revolución que acabó con la dictadura de Ceaucescu. Basta con que
Miluta Flueras les mire con sus tristes ojos o les muestre las
quemaduras que cubren buena parte de su cuerpo. Basta con recordar
que siempre se puede ir a peor si no se hace nada para evitarlo.
Puerto de Singapur, 01/05/2015
Reducidos a una ínfima pieza en un gigantesco rompecabezas, debemos evitar a quienes pretenden utilizarnos como moneda de cambio para favorecer sus intereses.
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