domingo, 2 de abril de 2017

Contacto humano

De buenas a primeras no nos caen bien, reconozcámoslo. Solemos tener una deformada imagen de nuestros vecinos franceses y ellos nos ven con los mismos maliciosos ojos. Además, los encuentros deportivos (como el amistoso de fútbol de esta semana) sacan siempre a relucir viejas rencillas: es la excusa perfecta para airear rivalidades que habitualmente escondemos de forma diplomática. Contra todo pronóstico, en los más de siete años que llevo viviendo en las Galias, he hecho buenas migas con muchos franceses. Son las excepciones que confirman la regla. Aunque si hay tantas, tal vez signifique que la regla no exista y los prejuicios sólo sean una imagen impuesta.

Mi primer contacto con ellos no pudo ser mejor. Tuve la suerte de ser acogido en una familia que me recibió con los brazos abiertos. La confianza fue mutua y no necesité mucho tiempo para desmontar los trillados tópicos que muestran a nuestros vecinos como fríos, cerrados, estirados o antipáticos. Inevitablemente aparecieron esos lugares comunes que todos conocemos y que ellos utilizaron para lanzarme pequeñas púas y divertirse con mi reacción. Era su manera de salpimentar la convivencia y prevenir una aburrida rutina. Aquellas confrontaciones eran lógicas: yo estaba conociendo una nueva cultura y el reflejo inicial fue compararla con la mía, con las referencias que, desde la más temprana edad, forman parte de mí. En el trabajo también pude contar con simpáticos compañeros que me permitieron enterrar los pocos prejuicios que aún me quedaban, aunque también les gustara jugar con ellos e incitar el enfrentamiento irónico.

En ese contexto aprendí una costumbre francesa que cambia la fría imagen que tenemos de nuestros vecinos: se dan dos besos o un apretón de manos cuando se saludan. Todos los días. Lo que más me costó asimilar de este hábito es que se repite cada día en el trabajo, aunque veamos regularmente a nuestros compañeros. De todas maneras, quienes peor llevan la adaptación a esta rutina son ellas. A los hombres nos basta con un apretón de manos entre nosotros, pero ellas tienen que besar a todos (y a todas). Al menos cuando falta confianza (en un primer encuentro, entre puestos de distinto rango o trabajadores de diferentes empresas) se recurre al apretón de manos. Una amiga española me contó lo extraño que le resultaba ver a su jefe acercándole la mejilla cada vez que la veía por primera vez en un día. Al principio no supo qué hacer, hasta que vio cómo se besaban sus compañeros y no le quedó más remedio que arrimar su cara. En mi caso, llegué a pensar que se trataba de una práctica puntual en pequeñas empresas donde los empleados forman una especie de familia. No deja de ser una actitud inesperada en el trabajo, donde las relaciones suelen ser más frías (y más tensas) que en el ámbito personal, como cada vez que el dinero se mete de por medio y los intereses económicos reemplazan a los humanos.

Este corriente gesto se llama la "bise" en francés y se traduce en dos besos (mua, mua), aunque en ciertas regiones se dan tres o cuatro cada vez. Así llegamos a situaciones un tanto incómodas, pues no sólo nos preguntamos cuántos besos hay que dar, sino por qué lado empezar (cuestión vital si queremos evitar indeseados encuentros de labios), si damos un verdadero beso o nos contentamos con un simple beso en el aire. Todo dependerá de la confianza que tengamos con la otra persona y hasta de la jerarquía social, como sucede en el trabajo. De hecho la "bise" también se utiliza para definir distintos grados de proximidad dentro de un grupo de amistades. Me refiero a los besos entre hombres, ya que ellas no tienen manera de hacer esa distinción. En España se dan entre hombres de una misma familia, pero en Francia los besos también atañen a amigos muy cercanos. Que me haya acostumbrado a este hábito no significa que no me sienta extraño al ver cómo algunos se besan y otros se dan la mano dentro de un grupo de amigos, materializando una innecesaria exclusión.


Al final yo también tengo amigos gabachos a los que les hago la "bise". Aunque me he adaptado a esta costumbre tan francesa, yo me quedo con el español abrazo de toda la vida. Si es un gesto difícil de ver entre galos (demasiado contacto físico para ellos), no le hacen ascos a una buena palmada en la espalda, de esas que nos devuelven la confianza en nosotros mismos cuando andamos bajos de moral. Nada mejor que sentir a alguien entre nuestros brazos para recordarnos que en esta vida lo más importante es el contacto humano.  

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