domingo, 12 de febrero de 2017

Agitado, pero no revuelto

Golpean tres veces la puerta de entrada y el pasillo se encarga de dirigir el sonido hasta el cuarto de baño. Me parece oír algo, así que cierro el grifo de la ducha para evitar cualquier interferencia. Silencio. Tres nuevos golpes, más fuertes, son ahora inconfundibles. Son las siete de la mañana y habría seguido duchándome si hubiera pensado que se trata de una equivocación, pero una extraña intuición me dice que es algo grave. Salgo de la ducha, me enrollo la toalla alrededor de la cintura y me dirijo a la entrada mientras otros tres enérgicos golpes hacen temblar la puerta. Abro y me encuentro a cuatro hombres: tres policías de paisano y un comisario, que me muestra su identificación y me pide que les enseñe mi piso. No tengo elección, así que me hago a un lado y les dejo pasar. Parece demasiado tarde para una explicación.

Inspeccionan el salón. Uno empieza a hacer fotos, otro parece analizar cada objeto con atención y el resto se dirige hacia las ventanas que dan a la calle. No hay duda, dice uno de ellos al comisario, que mueve la cabeza afirmativamente y abre una ventana para observar la calle perpendicular a la fachada de mi edificio, una larga vía que se prolonga hasta donde alcanza la vista. Quieren ver la habitación contigua, pero les digo que mi mujer aún duerme y no insisten. Me preguntan sobre mi situación laboral y personal. Aunque se trata de cuestiones generales, una de ellas destaca por su precisión: quieren saber lo que hice el pasado martes por la noche, entre las diez y las once. Cuando les conté todo lo que sabía, se despidieron secamente, sin disculparse siquiera por las molestias causadas. Sólo tuve derecho a un escaso minuto de explicaciones.

Me dijeron que en la calle que se ve desde mi salón se encuentra una escuela judía, algo que yo desconocía. En la noche del mencionado martes, alguien se dedicó a apuntar con un láser a los militares que custodiaban la entrada del local, que era utilizado para todo tipo de reuniones del colectivo judío que vive en mi barrio. Los militares, utilizando métodos que no detallaron, determinaron que el láser procedía exactamente de una ventana de mi piso y me denunciaron a la policía. Al principio me resultó algo cómico que el motivo de la inspección y de la cara larga del comisario fuera una simple chiquillada. Aunque me explicó que el militar había sufrido lesiones en la córnea, me pareció difícil de creer y me dio por reír. Los policías no estaban para bromas, así que me citaron a declarar en comisaría. Como la denuncia había sido formalizada por un militar, el asunto era bastante serio y no se podía saldar con una fútil sonrisa. No tenía otra opción que firmar una declaración jurada: sería mi palabra contra la suya.

La anécdota sucedió hace dos años, en una Francia consternada por el atentado contra Charlie Hebdo y el ataque al supermercado kosher. Un sentimiento de desconfianza y paranoia se instaló en la sociedad y llegó de aquella brusca manera hasta mi calle, donde no dudó en llamar a mi puerta. Vivo en un barrio variopinto, dicho sea de paso, donde la proximidad de la estación y los precios asequibles atraen a todo tipo de extranjeros. Pero lejos de sentirme inseguro, me veo arropado por su calidez. Me identifico con ellos y su amabilidad, que busca devolver un poco de la ayuda que no todo emigrante recibe al llegar. También es el barrio judío de Lyon, donde cada sábado se suceden tirabuzones, trajes negros, kipás y grandes sombreros. Shabbat shalom.


Me gusta pasear por mi barrio y sentir bajo los pies el hormigueo de un mundo vivo y rico. La convivencia es pacífica y me recuerda a la agitación de una colmena. Los expatriados que recibe Francia poco se parecen a los que solemos ver en España. Lo reconozcamos o no, el país galo tiene un mejor nivel de vida y atrae a personas de muchas más nacionalidades. Todo esto me hace pensar en la crucial integración de todo emigrante y en su aportación al país de acogida. Por eso me sorprende que una diversidad tan arraigada se vea amenazada por la desconfianza que instalan los reiterados atentados terroristas. Por eso me preocupa el auge del conservador Front National, tendencia que confirma su carácter global con el Brexit o Donald Trump, en un país donde la inmigración es tan evidente como inevitable. Por eso me indigna que se aprovechen del miedo para atraer los votos de gente sin criterio. Por eso aborrezco a quien apuntó con un láser a aquella escuela judía y me llevó a comisaría, alguien cuya supuesta identidad me llevó un año averiguar. (Continuará)

Metz, Centro Pompidou, 28/05/2011

Las cosas se tuercen y pensamos que los problemas no tienen solución, pero cuando llega la calma añoramos aquellos momentos de tensión.

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