domingo, 5 de febrero de 2017

Antes de tiempo

Camina sin reparar en dónde pisa, absorto en pensamientos que sólo él conoce. Gira la cabeza a un lado, pero no ve nada. Su mirada está perdida en un lugar tan lejano, que un regreso se aventura complicado. Desde esa distancia, el bullicio de la calle le es ajeno. Parece distraído, pero nunca ha estado tan concentrado. En su interior, el joven se ve a sí mismo, dentro de unas semanas, unos meses o unos años, en una situación que tal vez nunca llegue.

Es algo que nos sucede a diario y no podemos evitar. Imaginarnos en circunstancias que todavía no nos afectan forma parte de nuestra naturaleza. Esa capacidad de anticipación nos ayuda a elegir lo que más nos conviene (o nos debería convenir), a evitar fracasos o tropiezos inútiles. Para llegar a ese elevado estado necesitamos mucha información, detalles que van a determinar la efectividad de nuestra visión y el acierto de la decisión final. Así nos preparamos para todo evento que nos ponga a prueba: una entrevista de trabajo, una presentación en público, una reunión o cualquier cambio (temporal o permanente) en nuestras vidas.

A veces el salto es demasiado grande y nos faltan pistas de un entorno extraño. Nuestra mente sigue proyectándonos de forma natural en el futuro, pero la imaginación se ve obligada a llenar los huecos que la realidad deja. Tomar decisiones basándonos en algo tan impreciso se volverá arriesgado. Entonces tendremos que confiar en la intuición, la única forma de guiarnos en la oscuridad y perder el miedo a lo desconocido. Hay que dejar la lógica a un lado y considerar que, a veces, actuar de forma irracional nos puede beneficiar mucho más de lo que pensamos.

Es lo que le ocurre a cualquier expatriado. Cambiar de ciudad o de país supone un paso importante y es demasiado difícil tener en cuenta todas las variables sin haber pisado el lugar adonde vamos. El carácter de sus gentes, los matices de la cultura, la lengua, la atmósfera, los olores... son parámetros que no se pueden medir en una simple foto de Google Street View. Resulta imposible imaginar un contexto tan complejo a partir de información encontrada en la red, escrita por otros, con la que no tenemos un contacto directo. De poco nos sirven esas opiniones subjetivas si no es para seguir caminos ya trazados. Por mucho que el emigrante imagine su nueva situación, ese mundo idealizado se hallará lejos de la realidad y se verá obligado a lanzarse a lo desconocido. Se enfrentará a uno de los pocos retos que quedan en un mundo donde todo está al alcance de un clic. Deberá encontrar sus propias soluciones, las que no aparecen en un socorrido motor de búsqueda de internet.

Cuando vivimos en el extranjero y cada situación es nueva, nos preparamos para reaccionar en esos inesperados contextos y adaptarnos de la forma más rápida posible. Proyectarse en el futuro, anticiparse a cualquier situación, es una estrategia de supervivencia imposible de obviar, pero también un arma de doble filo que se puede volver en nuestra contra. Si dedicamos demasiado tiempo a esa práctica corremos el riesgo de desconectarnos de la realidad, de vivir en un presente cuya única razón de existir sea preparar el futuro. Esa situación ideal que anticipamos acaba condicionando nuestra vida cotidiana, dirigiendo nuestros movimientos para concretizar un día esa imagen difusa que da vueltas en nuestra cabeza. Es un esfuerzo del que nunca descansamos y que acaba ahogándonos en un mar de ilimitadas expectativas.


Cuando vamos por la calle, a veces sólo vemos a las personas con quienes nos identificamos o hacia las que nos sentimos atraídos. Suele ser gente de nuestra misma edad o grupo social, con las que creemos compartir preferencias y aspiraciones. El resto desaparece y se confunde entre la multitud. Tal vez por eso yo sólo veo al chico que camina con el aire distraído, pensando en su futuro. Le sigo con la mirada durante unos minutos, desde lejos, estudiando sus movimientos, esperando que tropiece con cualquier obstáculo que no haya visto. Sin embargo, compruebo que en realidad se mueve rápido y decidido entre la muchedumbre. Los semáforos se ponen en verde a su paso y disfruta siempre de un camino libre que le permite ganar velocidad. Parece demostrar que el mundo se rinde ante quien sabe a donde va. Cree que tiene el futuro bajo control, o al menos una pequeña parte de él. Sólo el tiempo puede darle la razón.

Clermont Ferrand, 16/04/2011

Si miramos arriba y nos abruma el camino por recorrer, no debemos perder de vista nuestro objetivo, pues desaparecerá cuanto nos separa de él.

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