Camina
sin reparar en dónde pisa, absorto en pensamientos que sólo él
conoce. Gira la cabeza a un lado, pero no ve nada. Su mirada está
perdida en un lugar tan lejano, que un regreso se aventura
complicado. Desde esa distancia, el bullicio de la calle le es ajeno.
Parece distraído, pero nunca ha estado tan concentrado. En su
interior, el joven se ve a sí mismo, dentro de unas semanas, unos
meses o unos años, en una situación que tal vez nunca llegue.
Es
algo que nos sucede a diario y no podemos evitar. Imaginarnos en
circunstancias que todavía no nos afectan forma parte de nuestra
naturaleza. Esa capacidad de anticipación nos ayuda a elegir lo que
más nos conviene (o nos debería convenir), a evitar fracasos o
tropiezos inútiles. Para llegar a ese elevado estado necesitamos
mucha información, detalles que van a determinar la efectividad de
nuestra visión y el acierto de la decisión final. Así nos
preparamos para todo evento que nos ponga a prueba: una entrevista de
trabajo, una presentación en público, una reunión o cualquier
cambio (temporal o permanente) en nuestras vidas.
A
veces el salto es demasiado grande y nos faltan pistas de un entorno
extraño. Nuestra mente sigue proyectándonos de forma natural en el
futuro, pero la imaginación se ve obligada a llenar los huecos que
la realidad deja. Tomar decisiones basándonos en algo tan impreciso
se volverá arriesgado. Entonces tendremos que confiar en la
intuición, la única forma de guiarnos en la oscuridad y perder el
miedo a lo desconocido. Hay que dejar la lógica a un lado y
considerar que, a veces, actuar de forma irracional nos puede
beneficiar mucho más de lo que pensamos.
Es
lo que le ocurre a cualquier expatriado. Cambiar de ciudad o de país
supone un paso importante y es demasiado difícil tener en cuenta
todas las variables sin haber pisado el lugar adonde vamos. El
carácter de sus gentes, los matices de la cultura, la lengua, la
atmósfera, los olores... son parámetros que no se pueden medir en
una simple foto de Google Street View. Resulta imposible imaginar un
contexto tan complejo a partir de información encontrada en la red,
escrita por otros, con la que no tenemos un contacto directo. De poco
nos sirven esas opiniones subjetivas si no es para seguir caminos ya
trazados. Por mucho que el emigrante imagine su nueva situación, ese
mundo idealizado se hallará lejos de la realidad y se verá obligado
a lanzarse a lo desconocido. Se enfrentará a uno de los pocos retos
que quedan en un mundo donde todo está al alcance de un clic. Deberá
encontrar sus propias soluciones, las que no aparecen en un socorrido
motor de búsqueda de internet.
Cuando
vivimos en el extranjero y cada situación es nueva, nos preparamos
para reaccionar en esos inesperados contextos y adaptarnos de la
forma más rápida posible. Proyectarse en el futuro, anticiparse a
cualquier situación, es una estrategia de supervivencia imposible de
obviar, pero también un arma de doble filo que se puede volver en
nuestra contra. Si dedicamos demasiado tiempo a esa práctica
corremos el riesgo de desconectarnos de la realidad, de vivir en un
presente cuya única razón de existir sea preparar el futuro. Esa
situación ideal que anticipamos acaba condicionando nuestra vida
cotidiana, dirigiendo nuestros movimientos para concretizar un día
esa imagen difusa que da vueltas en nuestra cabeza. Es un esfuerzo
del que nunca descansamos y que acaba ahogándonos en un mar de
ilimitadas expectativas.
Cuando
vamos por la calle, a veces sólo vemos a las personas con quienes
nos identificamos o hacia las que nos sentimos atraídos. Suele ser
gente de nuestra misma edad o grupo social, con las que creemos
compartir preferencias y aspiraciones. El resto desaparece y se
confunde entre la multitud. Tal vez por eso yo sólo veo al chico que
camina con el aire distraído, pensando en su futuro. Le sigo con la
mirada durante unos minutos, desde lejos, estudiando sus movimientos,
esperando que tropiece con cualquier obstáculo que no haya visto.
Sin embargo, compruebo que en realidad se mueve rápido y decidido
entre la muchedumbre. Los semáforos se ponen en verde a su paso y
disfruta siempre de un camino libre que le permite ganar velocidad.
Parece demostrar que el mundo se rinde ante quien sabe a donde va.
Cree que tiene el futuro bajo control, o al menos una pequeña parte
de él. Sólo el tiempo puede darle la razón.
![]() |
Clermont Ferrand, 16/04/2011
Si miramos arriba y nos abruma el camino por recorrer, no debemos perder de vista nuestro objetivo, pues desaparecerá cuanto nos separa de él.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario