domingo, 16 de abril de 2017

Hacia lo salvaje

Hay algo de locura en nuestro interior cuando tomamos la definitiva decisión de emigrar y trabajar en el extranjero. Hay algo atrevido, un instinto de supervivencia que se despierta en nosotros antes de que sea demasiado tarde para actuar. Hay algo imprudente que nos hace obviar las consecuencias de una elección sin vuelta atrás. Hay algo irracional, una sensación inexplicable que nos fulmina y nos empuja a ir hacia delante. Hay algo salvaje en nuestra forma de buscar una ideal libertad.

Es un sentimiento que la estupenda canción de Amaral describe a la perfección, como un jarro de agua fría que pone las cosas en su sitio y nos hace ver la realidad tal y como es. La letra no tiene desperdicio, me identifico con cada una de sus palabras y todo expatriado podría afirmar lo mismo. Dice a gritos lo que a veces nos cuesta reconocer, lo que removió nuestras entrañas durante una época convulsa de nuestras vidas: una sensación que cualquiera ha experimentado en un momento dado. Cuenta verdades como puños, de ésas que nos vapulean con su rotundidad, van directas al corazón y nos dejan la piel de gallina cuando acaban atravesándolo.

El tema habla de una decisión irrevocable, la de quien elige ir a lo desconocido aun sabiendo que es el camino más difícil. La protagonista de la historia es consciente de que nadie le va a regalar nada y deberá pelear cada día, pero sigue adelante porque su realidad le resulta insoportable. Asume que es un paso inevitable, necesario para demostrarse a sí misma (y a los demás) de lo que es capaz. Es un momento de reafirmación personal y de asunción de riesgos: significa reconocer que el fracaso es una posibilidad más. Cuando la canción termina, nos invade una sensación de desasosiego, porque el final de la historia no está escrito y la incertidumbre tiene un rol importante.

Esas son las reglas que todo emigrante acepta al salir de su país, cuando decide jugar a una ruleta rusa de imprevisibles consecuencias. Muchos no soportan ese riesgo, otros no podemos vivir sin él. Emigrantes o no, todos tenemos un lado salvaje. Unos lo muestran de forma voluntaria, otros sólo lo sacan cuando una situación límite les obliga a ello. Algunos no saben que lo tienen y a muchos les gustaría hacerle caso más a menudo. Que la sociedad nos haya domesticado con innumerables métodos no significa que no queramos salir de vez en cuando a tomar el aire y sentir que estamos vivos, que podemos decidir por nosotros mismos aunque sea para echarnos una soga al cuello. Optar por la huida supone el primer paso de una interminable aventura, pero no hay que olvidar que es el fruto de una elección y quedarse en el punto de partida es una posibilidad a considerar.

“Cada día era un regalo, libre de sol a sol”. La voz de Eva Amaral suena enérgica, cual grito de guerra, y transmite más que nunca antes. Tiene la fuerza de quien se mueve gracias a una convicción inquebrantable. “Cada golpe que le dieron era una cuenta atrás”. Habla alto y claro, tomando el tiempo necesario para pronunciar cada letra y asegurarse de que llega al oyente sin confusión alguna. “Ha elegido caminar…” La música pasa a un segundo plano e incluso desaparece al final del estribillo, consciente del poder del mensaje. “Hacia lo salvaje”.

Todas estas ideas vinieron a mi cabeza hace unos días, cuando un pájaro se quedó encerrado en el salón de mi casa. Con el buen tiempo aprovechamos para abrirlo todo y, el pobre, entró atraído por la luz. Me di cuenta cuando empezó a revolotear en el momento en que cerraba la puerta de la terraza. Intenté ayudarle a salir, pero no fue fácil. Estaba aturdido y cada vez que alzaba el vuelo se topaba con el vidrio de la puerta. Me recordó una situación similar que se produjo cuando vivía en Dijon y un murciélago desorientado entró de igual manera en mi piso. Pero, sobre todo, me recordó a mí mismo, o al menos a quien fui hace ocho años, cuando acabé la carrera de arquitectura y daba tumbos por la vida, tanto en el ámbito profesional como en el personal, sin saber a donde ir. Era consciente de que la salida estaba en algún sitio, pero era incapaz de dar con ella y la ayuda que recibía sólo servía para desconcertarme aún más. Al final el pájaro, como el murciélago y como yo mismo, encontró la forma de salir. Lo hizo él solo. Avanzó dando pequeños saltos, alcanzó la terraza, se posó en la barandilla y alzó el vuelo. Entendió que mi casa no era su medio. Perseguía la libertad, la posibilidad de caer, pero también de volar más alto de lo que nunca podría imaginar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario