sábado, 10 de septiembre de 2016

Volver


Más que una palabra, es un arma de doble filo. Una posibilidad que, como tantas otras, está ahí y a veces ronda por nuestra cabeza, reclamando un poco de la atención que merece. Nos tienta de igual manera que nos asusta, pues no sabemos si seremos capaces de asumir las consecuencias que conlleva su elección. A veces la ignoramos y seguimos avanzando en el tablero de la vida, aunque aceptamos que en el momento menos pensado, si los dados nos llevan a ella, volveremos a la casilla de salida. Es raro el expatriado que no piensa, o ha pensado, en volver al país que le vio nacer. 

Nos asaltan sentimientos encontrados: unos días estamos pletóricos y disfrutamos de nuestra vida en el extranjero, pero otros días echamos de menos cuanto dejamos al sur de los Pirineos y sentimos demasiada nostalgia por personas y lugares que nos gustaría tener más cerca. Entonces echamos la vista atrás y vemos el momento en que partimos. Ahora recordamos con cariño lo que en su día fue un angustioso salto al vacío, ya que con el paso del tiempo tejimos la red que evitó nuestra caída. Pensamos en lo bien que nos hemos integrado en nuestro país de acogida, en todo lo aprendido, en los logros obtenidos, en las experiencias vividas, en los amigos ganados y en la nueva familia que hemos formado. Y olvidamos que la comodidad es la trampa de la vida, que el que no arriesga no gana, que si ya lo hicimos una vez, podremos volver a dar ese salto que tanto deseamos, pero que tanto vértigo nos produce.

Aunque parezca lo contrario, tomar la decisión de volver es más difícil que la de partir. Nos alienta el hecho de contar con familia y amigos que estarán a nuestro lado y nos ayudarán de forma incondicional con todo, algo con que no contábamos cuando llegamos a otro país. Sin embargo, tenemos que estar dispuestos a aceptar que esas personas no serán las mismas que un día dejamos (sin olvidar que nosotros también habremos cambiado) y que será imposible retomar la vida que tuvimos, por más que esta idea preconcebida nos pueda tentar. Nos sentiremos extranjeros en nuestra propia tierra y tendremos que empezar desde cero: encontrar un nuevo trabajo, una nueva casa y unas nuevas fuerzas para seguir luchando (si en algún momento flaquearan las que durante tanto tiempo nos acompañaron). También comprobaremos que las razones por las que nos fuimos seguirán estando de actualidad. La crisis estará lejos de acabar, el paro será todavía el segundo más alto de Europa, las ayudas sociales alcanzarán mínimos históricos y nuestros políticos batirán los récords de corrupción e incompetencia del viejo continente.

El abismo entre España y los países a los que emigramos es más profundo que nunca. Estas diferencias saltan a la vista cuando formamos una familia en el extranjero y el bienestar de nuestros hijos pesa demasiado sobre los hombros. Cuando vemos que un regreso a nuestro país no sólo supone aceptar un salario inferior y unas condiciones de trabajo precarias, sino también vivir sin apenas ayudas económicas para las familias. Cuando nos damos cuenta de que no es lo mismo saltar al vacío solo que arrastrar a más gente a una caída sin red.

Elegí "todavía lejos" como título para este blog porque guardo la esperanza, unas veces más fuerte que otras, de volver a mi país. Ese todavía implica un regreso sin fecha, pero con el paso del tiempo asumo que ese momento queda cada día más lejos. Parece difícil dejar un trabajo estable y una vida encauzada para recuperar una existencia sin garantías. Estoy convencido de que esa vuelta es casi imposible sin el apoyo del Estado español, sin la aprobación de unas medidas excepcionales que incentiven económicamente a quienes nos fuimos, como una reducción de impuestos o unas ayudas temporales. Hubo un momento en que nuestros políticos se lamentaron por el masivo éxodo de jóvenes y por la involución demográfica del país. Ahora vemos que ese problema no sólo ha quedado a un lado, sino que ha desaparecido ante la incapacidad de constituir siquiera un gobierno.

Volver es una idea romántica que supone rechazar muchas cosas para luchar por un ideal. Reconocer que al final las personas, los sentimientos y los recuerdos pesan más que el bienestar económico. Estando bien acompañados, podemos ser felices en cualquier parte del mundo. Siempre que sepamos mantener a raya la nostalgia por todo lo que un día vivimos y que difícilmente volverá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario