Más
que una palabra, es un arma de doble filo. Una posibilidad que, como
tantas otras, está ahí y a veces ronda por nuestra cabeza,
reclamando un poco de la atención que merece. Nos tienta de igual
manera que nos asusta, pues no sabemos si seremos capaces de asumir
las consecuencias que conlleva su elección. A veces la ignoramos y
seguimos avanzando en el tablero de la vida, aunque aceptamos que en
el momento menos pensado, si los dados nos llevan a ella, volveremos
a la casilla de salida. Es raro el expatriado que no piensa, o ha
pensado, en volver al país que le vio nacer.
Nos
asaltan sentimientos encontrados: unos días estamos pletóricos y
disfrutamos de nuestra vida en el extranjero, pero otros días
echamos de menos cuanto dejamos al sur de los Pirineos y sentimos
demasiada nostalgia por personas y lugares que nos gustaría tener
más cerca. Entonces echamos la vista atrás y vemos el momento en
que partimos. Ahora recordamos con cariño lo que en su día fue un
angustioso salto al vacío, ya que con el paso del tiempo tejimos la
red que evitó nuestra caída. Pensamos en lo bien que nos hemos
integrado en nuestro país de acogida, en todo lo aprendido, en los
logros obtenidos, en las experiencias vividas, en los amigos ganados
y en la nueva familia que hemos formado. Y olvidamos que la comodidad
es la trampa de la vida, que el que no arriesga no gana, que si ya lo
hicimos una vez, podremos volver a dar ese salto que tanto deseamos,
pero que tanto vértigo nos produce.
Aunque
parezca lo contrario, tomar la decisión de volver es más difícil
que la de partir. Nos alienta el hecho de contar con familia y amigos
que estarán a nuestro lado y nos ayudarán de forma incondicional
con todo, algo con que no contábamos cuando llegamos a otro país.
Sin embargo, tenemos que estar dispuestos a aceptar que esas personas
no serán las mismas que un día dejamos (sin olvidar que nosotros
también habremos cambiado) y que será imposible retomar la vida que
tuvimos, por más que esta idea preconcebida nos pueda tentar. Nos
sentiremos extranjeros en nuestra propia tierra y tendremos que
empezar desde cero: encontrar un nuevo trabajo, una nueva casa y unas
nuevas fuerzas para seguir luchando (si en algún momento flaquearan
las que durante tanto tiempo nos acompañaron). También
comprobaremos que las razones por las que nos fuimos seguirán
estando de actualidad. La crisis estará lejos de acabar, el paro
será todavía el segundo más alto de Europa, las ayudas sociales
alcanzarán mínimos históricos y nuestros políticos batirán los
récords de corrupción e incompetencia del viejo continente.
El
abismo entre España y los países a los que emigramos es más
profundo que nunca. Estas diferencias saltan a la vista cuando
formamos una familia en el extranjero y el bienestar de nuestros
hijos pesa demasiado sobre los hombros. Cuando vemos que un regreso a
nuestro país no sólo supone aceptar un salario inferior y unas
condiciones de trabajo precarias, sino también vivir sin apenas
ayudas económicas para las familias. Cuando nos damos cuenta de que
no es lo mismo saltar al vacío solo que arrastrar a más gente a una
caída sin red.
Elegí
"todavía lejos" como título para este blog porque guardo
la esperanza, unas veces más fuerte que otras, de volver a mi país.
Ese todavía
implica un regreso sin fecha, pero con el paso del tiempo asumo que
ese momento queda cada día más lejos. Parece difícil dejar un
trabajo estable y una vida encauzada para recuperar una existencia
sin garantías. Estoy convencido de que esa vuelta es casi imposible
sin el apoyo del Estado español, sin la aprobación de unas medidas
excepcionales que incentiven económicamente a quienes nos fuimos,
como una reducción de impuestos o unas ayudas temporales. Hubo un
momento en que nuestros políticos se lamentaron por el masivo éxodo
de jóvenes y por la involución demográfica del país. Ahora vemos
que ese problema no sólo ha quedado a un lado, sino que ha
desaparecido ante la incapacidad de constituir siquiera un gobierno.
Volver
es una idea romántica que supone rechazar muchas cosas para luchar
por un ideal. Reconocer que al final las personas, los sentimientos y
los recuerdos pesan más que el bienestar económico. Estando bien
acompañados, podemos ser felices en cualquier parte del mundo.
Siempre que sepamos mantener a raya la nostalgia por todo lo que un
día vivimos y que difícilmente volverá.
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