domingo, 24 de enero de 2016

Una cuestión de respeto

No podemos evitar ser juzgados, sucede cada día con todo desconocido que encontramos, pero podemos esperar que el veredicto no se base en cuestiones arbitrarias como nuestro físico o nuestra nacionalidad, aun cuando juegan un papel determinante en nuestra personalidad. Podemos pedir ser tratados con el respeto que merecemos. Nadie elige donde nace. Nadie elige la imagen que se formará en los ojos de otro. Que nadie nos lo tenga en cuenta y, menos aún, nos lo reproche.

En la esfera personal no doy importancia a los prejuicios, pues cada uno es libre de pensar como quiera. De igual manera yo soy libre de elegir a quien quiero tratar y de ignorar a quien no me aporta nada. Sin embargo, en el mundo profesional las cosas son distintas y a menudo nos vemos obligados a tratar con gente que desconocemos, hacia la que no sentimos ninguna afinidad pero cuya opinión sobre nosotros puede influir seriamente en nuestro trabajo. Es una cuestión de confianza, de crear el ambiente propicio para que un cliente se sienta satisfecho y se deje llevar, para que nuestro superior nos delegue tareas cada vez más importantes, para que nuestros subordinados se sientan apreciados y necesarios. Es una cuestión de respeto.

En este contexto los prejuicios nunca ayudan y pondré como ejemplo la imagen que los franceses tienen de España. Si bien la mayoría piensa que es un país donde se vive muy bien y no dudan en elegirlo para ir de vacaciones, no creen que España sea sinónimo de trabajo bien hecho. Aunque no me guste generalizar, el sentimiento de superioridad de los franceses hacia nuestro país está muy extendido. Siempre he intentado evitar que esta degradada imagen influya en el juicio que otros puedan tener sobre mi trabajo. En las primeras reuniones con gente que no conozco intento ser discreto, hablar lo justo para no desenmascarar mi acento, dejar que mi propio trabajo defina el concepto que los demás tendrán de mí. Cuando ya me he ganado su confianza, algunos no tardan en preguntarme de dónde viene mi acento, aunque a muchos no les importa y ni siquiera se interesan. A veces me gusta jugar y dejar que lo adivinen para comprobar hasta dónde llegan las imágenes preconcebidas. Han pensado que vengo del sur de Francia, de Italia o hasta de Argentina, pero no muchos aciertan y se sorprenden cuando les comento cuál es mi país de origen. Entonces no tardan en hablar de sus vacaciones, sobre todo cuando eran niños, y descubrimos que hemos pisado los mismos lugares y nos hemos bañado en las mismas playas. Murcia, La Manga, Torrevieja, Alicante, El Campello o Benidorm. Nos damos cuenta de lo pequeño que es el mundo, empezamos a hablar de paisajes compartidos en nuestra memoria y en unos minutos parecemos viejos amigos.

Hay otra imagen complementaria a ese eterno país de vacaciones low cost que también he podido ver de cerca. En el estudio de arquitectura donde trabajo solemos recibir currículums cada semana y muchos de ellos son españoles. Una vez, en uno de esos emails, el interesado reconocía no tener idea de francés y afirmaba estar dispuesto a trabajar incluso sin recibir nada a cambio, poniendo de manifiesto no sólo la precariedad de la arquitectura española, sino la desesperación de todo un país en donde el empleo es un bien escaso. Yo ya conocía aquella situación, pero mi jefe me miró, incrédulo, y me dijo: "no sé cómo hacéis en España, pero aquí lo que me está proponiendo es ilegal y no puedo arriesgarme a tener a alguien sin contrato". Tenía razón y aquel email suponía un paso atrás en la lucha diaria que mantengo por ganar el respeto de los franceses y demostrar que se puede confiar en nuestro país. Me entristeció leer aquella candidatura y ver que mi compatriota antepusiera la posibilidad de trabajar gratis a sus propios méritos, que de cara afuera nos hayamos convertido en un simple país de mano de obra barata. Hay principios por los que debemos luchar y nunca abandonar. Si renunciamos a ellos en la primera batalla, la guerra estará perdida de antemano.

Hace unas semanas escribí mi opinión sobre la conocida "marca España" que nuestro antiguo gobierno se afanaba en vender, pero puede que no haya sido lo bastante claro. Pondré un ejemplo muy explícito para que cualquier político pueda entender con facilidad la verdadera imagen de nuestro país en el extranjero. La marca "España" es algo así como la marca "Hacendado": la gente la elige atraída por el precio, después comprueba que la calidad es buena, pero, que no se engañe nadie, si la elige una segunda y hasta una tercera vez, sigue siendo por el precio.   

2 comentarios:

  1. Me encantan tus artículos, Marcos. Siempre hablan de realidades que la mayoría de los españoles desconocen. Yo también me conozco bien a los franceses y su visión enclaustrado en viejos tópicos. Por otra parte, colectivamente en España, se ha tenido un comportamiento bastante absurdo con la llegada de la crisis. Todos hemos escuchado alguna vez: "No te preocupes, es normal que al principio tengas que trabajar de gratis...". Desafortunadamente algunos lo han llevado a la práctica desvaluandose a ellos mismos y a sus colegas de profesión. Yo respondería a ese Sr./a que tanto quiere que trabaje de gratis: "...Es normal que me quiera ir a otro país en el que no tenga que escuchar ese tipo de consejos de prostitución barata."

    Un abrazo desde Polonia.
    Manu

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    1. Muchas gracias Manu. Intento reflejar realidades, aunque a veces no sean muy agradables. Desgraciadamente en España el trabajo no remunerado es visto como una realidad frecuente, mientras que en otros países es difícil de imaginar... Es una simple cuestión de respeto por el trabajo bien hecho que en España parece imposible de instaurar.

      Un abrazo

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