No
podemos evitar ser juzgados, sucede cada día con todo desconocido
que encontramos, pero podemos esperar que el veredicto no se base en
cuestiones arbitrarias como nuestro físico o nuestra nacionalidad,
aun cuando juegan un papel determinante en nuestra personalidad.
Podemos pedir ser tratados con el respeto que merecemos. Nadie elige
donde nace. Nadie elige la imagen que se formará en los ojos de
otro. Que nadie nos lo tenga en cuenta y, menos aún, nos lo
reproche.
En
la esfera personal no doy importancia a los prejuicios, pues cada uno
es libre de pensar como quiera. De igual manera yo soy libre de
elegir a quien quiero tratar y de ignorar a quien no me aporta nada.
Sin embargo, en el mundo profesional las cosas son distintas y a
menudo nos vemos obligados a tratar con gente que desconocemos, hacia
la que no sentimos ninguna afinidad pero cuya opinión sobre nosotros
puede influir seriamente en nuestro trabajo. Es una cuestión de
confianza, de crear el ambiente propicio para que un cliente se
sienta satisfecho y se deje llevar, para que nuestro superior nos
delegue tareas cada vez más importantes, para que nuestros
subordinados se sientan apreciados y necesarios. Es una cuestión de
respeto.
En
este contexto los prejuicios nunca ayudan y pondré como ejemplo la
imagen que los franceses tienen de España. Si bien la mayoría
piensa que es un país donde se vive muy bien y no dudan en elegirlo
para ir de vacaciones, no creen que España sea sinónimo de trabajo
bien hecho. Aunque no me guste generalizar, el sentimiento de
superioridad de los franceses hacia nuestro país está muy
extendido. Siempre he intentado evitar que esta degradada imagen
influya en el juicio que otros puedan tener sobre mi trabajo. En las
primeras reuniones con gente que no conozco intento ser discreto,
hablar lo justo para no desenmascarar mi acento, dejar que mi propio
trabajo defina el concepto que los demás tendrán de mí. Cuando ya
me he ganado su confianza, algunos no tardan en preguntarme de dónde
viene mi acento, aunque a muchos no les importa y ni siquiera se
interesan. A veces me gusta jugar y dejar que lo adivinen para
comprobar hasta dónde llegan las imágenes preconcebidas. Han
pensado que vengo del sur de Francia, de Italia o hasta de Argentina,
pero no muchos aciertan y se sorprenden cuando les comento cuál es
mi país de origen. Entonces no tardan en hablar de sus vacaciones,
sobre todo cuando eran niños, y descubrimos que hemos pisado los
mismos lugares y nos hemos bañado en las mismas playas. Murcia, La
Manga, Torrevieja, Alicante, El Campello o Benidorm. Nos damos cuenta
de lo pequeño que es el mundo, empezamos a hablar de paisajes
compartidos en nuestra memoria y en unos minutos parecemos viejos
amigos.
Hay
otra imagen complementaria a ese eterno país de vacaciones low
cost que también he podido ver de cerca. En el estudio de
arquitectura donde trabajo solemos recibir currículums cada semana y
muchos de ellos son españoles. Una vez, en uno de esos emails, el
interesado reconocía no tener idea de francés y afirmaba estar
dispuesto a trabajar incluso sin recibir nada a cambio, poniendo de
manifiesto no sólo la precariedad de la arquitectura española, sino
la desesperación de todo un país en donde el empleo es un bien
escaso. Yo ya conocía aquella situación, pero mi jefe me miró,
incrédulo, y me dijo: "no sé cómo hacéis en España, pero
aquí lo que me está proponiendo es ilegal y no puedo arriesgarme a
tener a alguien sin contrato". Tenía razón y aquel email
suponía un paso atrás en la lucha diaria que mantengo por ganar el
respeto de los franceses y demostrar que se puede confiar en nuestro
país. Me entristeció leer aquella candidatura y ver que mi
compatriota antepusiera la posibilidad de trabajar gratis a sus
propios méritos, que de cara afuera nos hayamos convertido en un
simple país de mano de obra barata. Hay principios por los que
debemos luchar y nunca abandonar. Si renunciamos a ellos en la
primera batalla, la guerra estará perdida de antemano.
Hace
unas semanas escribí mi opinión sobre la conocida "marca
España" que nuestro antiguo gobierno se afanaba en vender, pero
puede que no haya sido lo bastante claro. Pondré un ejemplo muy
explícito para que cualquier político pueda entender con facilidad
la verdadera imagen de nuestro país en el extranjero. La marca
"España" es algo así como la marca "Hacendado":
la gente la elige atraída por el precio, después comprueba que la
calidad es buena, pero, que no se engañe nadie, si la elige una
segunda y hasta una tercera vez, sigue siendo por el precio.
Me encantan tus artículos, Marcos. Siempre hablan de realidades que la mayoría de los españoles desconocen. Yo también me conozco bien a los franceses y su visión enclaustrado en viejos tópicos. Por otra parte, colectivamente en España, se ha tenido un comportamiento bastante absurdo con la llegada de la crisis. Todos hemos escuchado alguna vez: "No te preocupes, es normal que al principio tengas que trabajar de gratis...". Desafortunadamente algunos lo han llevado a la práctica desvaluandose a ellos mismos y a sus colegas de profesión. Yo respondería a ese Sr./a que tanto quiere que trabaje de gratis: "...Es normal que me quiera ir a otro país en el que no tenga que escuchar ese tipo de consejos de prostitución barata."
ResponderEliminarUn abrazo desde Polonia.
Manu
Muchas gracias Manu. Intento reflejar realidades, aunque a veces no sean muy agradables. Desgraciadamente en España el trabajo no remunerado es visto como una realidad frecuente, mientras que en otros países es difícil de imaginar... Es una simple cuestión de respeto por el trabajo bien hecho que en España parece imposible de instaurar.
EliminarUn abrazo