La primera vez que lo vemos, nos atrae por su novedad. La
segunda pensamos que la casualidad lo ha cruzado en nuestro camino. A la
tercera empezamos a pensar que hay algo detrás de esa repetición inesperada. A
la cuarta estamos convencidos de ello y a la quinta vez ya forma parte de nuestro
carácter. Acabamos haciendo nuestro todo lo que, de forma espontánea u obligada,
se repite, como las impuestas tradiciones, que representan la manera en que un
colectivo entiende el mundo. Durante estos años de vida entre tres países, no
sólo he aprendido que un mismo hecho es interpretado de forma distinta en cada
tierra, sino que lo más importante es enriquecerse comprendiendo cada cultura y
punto de vista. De la misma manera que un objeto sólo puede ser percibido en su
totalidad si lo observamos desde todos los ángulos posibles.
Muchas de las tradiciones que unen países tienen un
origen religioso, aunque la distinta forma de seguirlas define a cada nación.
La Pascua de resurrección, por poner un ejemplo, se resume en Francia, como en
buena parte de Europa, en los clásicos huevos y figuras de chocolate que llenan
los escaparates de las tiendas. La semana santa no se celebra y el único día
festivo es el lunes. Los más religiosos van el domingo a misa, pero la mayoría
pasa el día buscando los ansiados huevos, que la costumbre manda esconder en el
jardín, junto con regalos para los más pequeños de la casa.
En Rumanía, la Pascua ortodoxa es una gran celebración
familiar, incluso más importante que la Navidad. La mesa se queda pequeña
cuando recibe los platos preparados durante días. Entre ellos no falta la
ensaladilla rusa (“ensalada de buey” la llaman, si traducimos literalmente) ni
el sarmale, imprescindible en todo
festejo, que consiste en rollitos de hojas de col fermentada, rellenos de carne
de cerdo, arroz y tomate. Los rumanos, grandes amantes de los rituales, van
antes a la misa de las doce de la noche para cumplir con una ancestral
costumbre: encender una vela en la iglesia y llevar el fuego hasta su casa,
antes de pasar por el cementerio para ofrecerlo a los que ya se han ido. La
Pascua es también la esperada excusa para jugar con los típicos huevos de
colores, intentando romper el huevo del adversario y guardar el propio intacto.
En el país de Drácula, cada momento importante de la vida
se ve acompañado de innumerables ritos. Cuando un niño celebra su primer
cumpleaños, por ejemplo, los padres organizan una gran fiesta que culmina con
una curiosa costumbre: los padrinos le cortan su primer mechón de pelo,
pasándolo antes por una especie de roscón que después se comen los invitados.
Además, disponen sobre una mesa una serie de objetos para que el niño elija
entre ellos. Según la tradición, lo que coja en primer lugar, impulsado por su
instinto más visceral, hablará de su futura profesión.
De vuelta a Francia, anteayer celebramos el catorce de
julio, la fiesta nacional, día en que todo hijo de vecino puede tirar petardos
donde y como quiera. Los clásicos fuegos artificiales, que se tiran en todos
los pueblos y ciudades, dibujan el inevitable telón de fondo de este día
festivo, que acaba con el no menos tradicional baile de los bomberos. Todas las
estaciones de bomberos se abren al público para convertirse en improvisadas
discotecas donde bailar hasta la madrugada. La tradición surgió en la época de
entreguerras, cuando un equipo de bomberos regresaba a su estación de Montmartre,
tras haber participado en el desfile de los Campos Elíseos, y se vio seguido
por una inesperada multitud. Al llegar decidieron mostrarles la estación, así
como alguna que otra técnica de extinción de fuegos y, sin saberlo, crearon un
hábito que se extendió por todo el país.
Pero ni en Francia ni en Rumanía he encontrado todavía
nada que se parezca a las tradiciones de nuestra España cañí, donde el patrón (o
patrona) de cualquier localidad se convierte en el cómplice perfecto de un
desmadre colectivo. En estos días de sanfermines, vienen a mi memoria todas
esas celebraciones que se suceden con la precisión de un reloj suizo. Aunque los
españoles no tengamos fama de puntuales, en lo que a festividades se refiere respetamos
cada día y hora del calendario. Personalmente, no suelo seguir costumbres que
no haya creado yo mismo. Tal vez porque mi vida, en general, no es nada
tradicional. Pero si la tradición en cuestión supone pasar un buen rato en buena
compañía, no seré yo el que la rechace. Esté donde esté.
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