Sus
siluetas se recortan al fondo de la plaza y, aunque todavía son
borrosas, ya sé quienes son. Ellos también me han reconocido desde
lejos. Todos hemos cambiado: unos tienen más canas, otros menos
pelo, alguno ha ganado más de un kilo y también hay quien lo ha
perdido. Poco importa, porque volvemos a estar juntos y a abrazarnos
después de tanto tiempo. Han pasado unos cuantos meses desde la
última vez, pero la plaza y el ritual siguen siendo los mismos. Son
mis amigos y siempre lo serán. Y aunque la distancia y el tiempo nos
separen más de lo que nos guste, seguiremos viéndonos en el mismo
lugar, con las mismas ganas de recuperar esos años que se perdieron
por el camino de vuelta al momento en que nos conocimos.
A
veces no sabemos qué hacer, o qué decir, después de tanto tiempo.
Los primeros intercambios toman la forma de frases hechas y de
utilización obligada. Cuando nos preguntamos cómo nos va y pensamos
en los meses pasados desde el último reencuentro, resulta difícil
resumirlos en una frase o en un relato que no sea largo o aburrido.
La cena o la comida se interrumpirá con esas anécdotas, que
actuarán como las pinceladas que, poco a poco, van componiendo un
lienzo que nunca llegamos a ver en su totalidad. Cada uno ha tomado
un camino distinto en la vida y, cuando ponemos sobre la mesa todos
los mapas trazados, acabamos demostrando que cualquier opción es
válida si somos capaces de aprender de ella.
A
veces las comparaciones no son agradables, porque descubrimos quién
ha tenido más suerte, quién ha encontrado más dificultades de las
deseables, quién no ha avanzado tanto como le hubiera gustado, quién
se ha pasado de frenada o quién se mantiene en una situación
estable. Aunque sea un trámite obligado, a veces conviene obviarlo o
dedicarle el menor tiempo posible. Si algo he aprendido en estas
esporádicas reuniones, es a actuar como si no hubiera pasado más de
una semana del último abrazo. No es difícil, porque cuando nos
vemos todos en torno a la mesa, la memoria recupera la vitalidad
perdida. Después de todo seguimos siendo los mismos y lo único que
importa es volver a compartir un tiempo juntos. Y aunque rememoramos
viejas anécdotas, comprendemos la necesidad de crear las nuevas, de
vivir intensamente cada momento para convertirlo en una historia que
recordaremos con una sonrisa y una copa de sangría.
Al
final siempre llega la amarga despedida. Las horas pasan demasiado
rápido y nos entristece no haber visto a los que esta vez no
pudieron coincidir con nosotros. Con el paso de los años nos
acostumbramos a estas fugaces citas, comprendemos su mecánica y la
inutilidad de lamentarse por lo que no se puede cambiar. Así que nos
abrazamos por penúltima vez, con una palmada en la espalda más
sentida que unos momentos antes, y nos resistimos a decir adiós.
Hasta luego, acabamos pronunciando, con la esperanza de que pase
menos tiempo antes de volver a vernos.
A
propósito de reencuentros y despedidas, recuerdo un curioso sueño
en el que volvía de una visita a mi tierra. Estaba en el aeropuerto,
mirando las pantallas en busca de mi vuelo, cuando algo llamó mi
atención. Bajé la cabeza tras memorizar la puerta de embarque y me
encontré con un amigo que no veía desde que me fui a Francia. Nos
saludamos, sorprendidos. Mientras hablamos descubro que otro rostro
familiar destaca entre la multitud. Me dirijo a él y, por el camino,
una nueva mano me saluda. Al final nos juntamos una decena de viejos
amigos. Eran compañeros del instituto, o de la carrera, y muchos no
se conocían entre ellos. Decidimos aprovechar el tiempo de espera
para tomar un café y ponernos al día. Comprobamos que todos
habíamos seguido caminos paralelos y cada uno, arrastrado por la
misma crisis, trabajaba en un país distinto. Habíamos vuelto a casa
para reencontrar a familiares y amigos y coincidíamos en el viaje de
vuelta a la rutina. Intercambiamos anécdotas y nos sentimos
identificados con situaciones similares. Pero apenas una hora
después, tuvimos que despedirnos para no perder nuestros respectivos
vuelos. Lo hicimos con tristeza, conscientes de la dificultad de
revivir algo parecido. Nuestros destinos estaban demasiado alejados y
lo más probable es que nunca nos volviéramos a ver. Ello no impidió
que nos abrazáramos con la confianza en un nuevo encuentro. Hasta
luego, amigos. Hasta que la vida vuelva a cruzar nuestros caminos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario