domingo, 2 de julio de 2017

Reencuentros

Sus siluetas se recortan al fondo de la plaza y, aunque todavía son borrosas, ya sé quienes son. Ellos también me han reconocido desde lejos. Todos hemos cambiado: unos tienen más canas, otros menos pelo, alguno ha ganado más de un kilo y también hay quien lo ha perdido. Poco importa, porque volvemos a estar juntos y a abrazarnos después de tanto tiempo. Han pasado unos cuantos meses desde la última vez, pero la plaza y el ritual siguen siendo los mismos. Son mis amigos y siempre lo serán. Y aunque la distancia y el tiempo nos separen más de lo que nos guste, seguiremos viéndonos en el mismo lugar, con las mismas ganas de recuperar esos años que se perdieron por el camino de vuelta al momento en que nos conocimos.

A veces no sabemos qué hacer, o qué decir, después de tanto tiempo. Los primeros intercambios toman la forma de frases hechas y de utilización obligada. Cuando nos preguntamos cómo nos va y pensamos en los meses pasados desde el último reencuentro, resulta difícil resumirlos en una frase o en un relato que no sea largo o aburrido. La cena o la comida se interrumpirá con esas anécdotas, que actuarán como las pinceladas que, poco a poco, van componiendo un lienzo que nunca llegamos a ver en su totalidad. Cada uno ha tomado un camino distinto en la vida y, cuando ponemos sobre la mesa todos los mapas trazados, acabamos demostrando que cualquier opción es válida si somos capaces de aprender de ella.

A veces las comparaciones no son agradables, porque descubrimos quién ha tenido más suerte, quién ha encontrado más dificultades de las deseables, quién no ha avanzado tanto como le hubiera gustado, quién se ha pasado de frenada o quién se mantiene en una situación estable. Aunque sea un trámite obligado, a veces conviene obviarlo o dedicarle el menor tiempo posible. Si algo he aprendido en estas esporádicas reuniones, es a actuar como si no hubiera pasado más de una semana del último abrazo. No es difícil, porque cuando nos vemos todos en torno a la mesa, la memoria recupera la vitalidad perdida. Después de todo seguimos siendo los mismos y lo único que importa es volver a compartir un tiempo juntos. Y aunque rememoramos viejas anécdotas, comprendemos la necesidad de crear las nuevas, de vivir intensamente cada momento para convertirlo en una historia que recordaremos con una sonrisa y una copa de sangría.

Al final siempre llega la amarga despedida. Las horas pasan demasiado rápido y nos entristece no haber visto a los que esta vez no pudieron coincidir con nosotros. Con el paso de los años nos acostumbramos a estas fugaces citas, comprendemos su mecánica y la inutilidad de lamentarse por lo que no se puede cambiar. Así que nos abrazamos por penúltima vez, con una palmada en la espalda más sentida que unos momentos antes, y nos resistimos a decir adiós. Hasta luego, acabamos pronunciando, con la esperanza de que pase menos tiempo antes de volver a vernos.


A propósito de reencuentros y despedidas, recuerdo un curioso sueño en el que volvía de una visita a mi tierra. Estaba en el aeropuerto, mirando las pantallas en busca de mi vuelo, cuando algo llamó mi atención. Bajé la cabeza tras memorizar la puerta de embarque y me encontré con un amigo que no veía desde que me fui a Francia. Nos saludamos, sorprendidos. Mientras hablamos descubro que otro rostro familiar destaca entre la multitud. Me dirijo a él y, por el camino, una nueva mano me saluda. Al final nos juntamos una decena de viejos amigos. Eran compañeros del instituto, o de la carrera, y muchos no se conocían entre ellos. Decidimos aprovechar el tiempo de espera para tomar un café y ponernos al día. Comprobamos que todos habíamos seguido caminos paralelos y cada uno, arrastrado por la misma crisis, trabajaba en un país distinto. Habíamos vuelto a casa para reencontrar a familiares y amigos y coincidíamos en el viaje de vuelta a la rutina. Intercambiamos anécdotas y nos sentimos identificados con situaciones similares. Pero apenas una hora después, tuvimos que despedirnos para no perder nuestros respectivos vuelos. Lo hicimos con tristeza, conscientes de la dificultad de revivir algo parecido. Nuestros destinos estaban demasiado alejados y lo más probable es que nunca nos volviéramos a ver. Ello no impidió que nos abrazáramos con la confianza en un nuevo encuentro. Hasta luego, amigos. Hasta que la vida vuelva a cruzar nuestros caminos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario