domingo, 22 de enero de 2017

Traducir sentimientos

Condiciona nuestro carácter, nuestra manera de sentir y ver las cosas. Pensamos que la lengua que hablamos es sólo un medio para expresarnos, la paleta de colores con que pintamos el cuadro de nuestra vida, e ignoramos que tiene una personalidad bien definida. Sin saberlo, nos controla y moldea según reglas que sólo intuimos. Necesitamos dominar una lengua extranjera para apreciar las diferencias, los matices que la distinguen de la nuestra y conforman ese alma propia.

Hay determinadas palabras que no encuentran traducción, que expresan de forma concisa un sentimiento que necesitaría una larga frase en otro idioma. Sensaciones que no tienen la misma importancia en ese país y son tratadas de distinto modo. Cuando tenemos la oportunidad de hablar varias lenguas, podemos ver lo que enfatiza cada una de ellas. Al cambiar el chip y dejar a un lado las palabras que desde la infancia nos acompañan, descubrimos que nos resulta más fácil utilizar términos que en nuestro país nunca osaríamos pronunciar. El hecho de insultar o decir tacos pierde su cariz habitual y nos sorprendemos hablando de una forma distinta. Al fin y al cabo, sólo son palabras nuevas con las que jugar. A veces, para expresar bien lo que se nos pasa por la cabeza, nos parece útil mezclar más de una lengua en una misma frase, aunque resulte incomprensible.

De pequeño escuchaba hablar francés sin entenderlo y lo veía como una bonita melodía. El subconsciente colectivo me decía que es la lengua del amor, de la seducción, del erotismo... oh là là ! Sin embargo, cuando llegué a dominarla me di cuenta de que, como siempre, las apariencias engañan y los estereotipos quedan lejos de la realidad. Se me cayó un mito. No voy a poner en duda la belleza de la lengua francesa, cuya musicalidad no admite comparaciones. Sólo diré que es más cursi que romántica. Mis amigos franceses me perdonarán, pero las cosas son como son.

El francés está lleno de fórmulas que buscan endulzar cualquier momento de la vida. Tal vez en España nos haga falta un poco más de tacto para decir ciertas cosas, pero el exceso de glucosa suele dar lugar a hipócritas situaciones. En Francia es frecuente utilizar circunloquios, frases vacías, muy bonitas todas, que eluden lo importante y pintan las cosas de un color que no tienen. Hay palabras comodín, como "voilà quoi", "du coup", "en fait" que no quieren decir nada y sólo buscan ganar tiempo. Es raro decir las cosas a la cara y se llega fácilmente a montajes tan falsos, que el propio aludido los reconoce. Poco importa, porque son las reglas del juego y todo el mundo recurre a ellas.

Es un claro síntoma de la omnipresente educación francesa. En cierto modo les envidio por conservar una forma de hablar que en España se ha perdido, pero en muchos casos llegan a la exageración y utilizan tantas fórmulas de cortesía, que me suelo perder. Como cuando mi interlocutor se despide encadenando tres de esas fórmulas, me deja descolocado y sólo acierto a decir una. Y es que no hay encuentro que acabe sin desear algo bueno. Bon courage, bonne continuation, bonne journée, bon après-midi, bonne soirée, bonne semaine, bon week-end, bon dimanche... La frase cambia dependiendo del momento del día, de la semana o del año y, por supuesto, es compatible con muchas otras fórmulas de cortesía. Es la prueba de que el francés está lleno de buenos deseos, que muchas veces son falsos, pero no dejan de ser obligatorios. Un gran clásico es la forma de acabar cualquier carta o email. Poco importa que hayamos puesto a parir al destinatario, porque todo termina con composiciones artificiosas para despedirse de forma educada.


Dominar una lengua extranjera acaba cambiando una parte de nuestro carácter. Nos sumerge en la cultura de un país e incluso nos hace comprender mejor su historia. Aunque se utilice libremente, siempre queda algo que une a todos los hablantes: una tendencia, una predisposición. No me gusta generalizar, pero para los franceses tal vez se trate de la preocupación por crear una imagen y utilizarla como escudo tras el que ocultarse. Ahí guardan sus mejores armas y esperan con paciencia a que llegue el momento de utilizarlas. A los españoles, sin embargo, se nos va la fuerza por la boca, somos directos y se nos ve venir de lejos. Son dos actitudes distintas que nos motivan a aprender otras lenguas, hasta llegar a aquella que más nos convenza, que más se corresponda con nuestra forma de ser y que pueda traducir nuestros sentimientos de la manera más eficaz. Si acaso existe.   

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