domingo, 15 de enero de 2017

Buscando un hogar

Solemos asociar nuestro hogar a un sitio determinado. Cuando llevamos una vida nómada y las circunstancias nos obligan a cambiar de ciudad e incluso de país, reconocemos ese lugar en nuestra tierra de origen, el punto de partida de nuestra aventura. Pero, con el tiempo, esa percepción cambia: seguimos viendo el lugar en que nacimos como nuestro hogar, pero empezamos a asumir que ese aspecto físico carece de importancia. Entonces descubrimos que el verdadero hogar lo formamos con las personas que tenemos a nuestro lado, que es una sensación que nace y reside en nuestro interior, viaja con nosotros y no le importa dónde estemos.

Es donde nos sentimos a gusto, donde reencontramos la calma, si nos ha abandonado, y las fuerzas que nos ayudan a seguir luchando. Es la piedra angular que asegura nuestro equilibrio. Es donde nos reconocemos: el fiel espejo ante el que nos descubrimos tal y como somos, despojados de las armaduras que la vida nos obliga a llevar. Es donde pasamos nuestra infancia o juventud, cuando la seguridad que nos aporta es clave para nuestro desarrollo. Hay quienes no llegan a abandonarlo del todo, quienes no se alejan demasiado, quienes lo ven desaparecer o quienes ponen cierta distancia de por medio y esperan volver algún día.

Al principio pensamos que ese lugar sagrado permanecerá inamovible, que siempre nos esperará, que podremos confiar en él y refugiarnos bajo su techo cuando la lluvia arrecie. Pero este mundo cambiante no tarda en recordarnos que nada conserva sus cualidades durante mucho tiempo. Hasta lo que creemos imperecedero, acaba cambiando tarde o temprano. Nos sentimos decepcionados, pero nosotros, ilusos que un día creímos en lo eterno, somos los únicos culpables de esa sensación.

Cuando vivimos en el extranjero, a veces nos sentimos algo desorientados, como si una brújula interna nos indicara que el camino a seguir está lejos de donde nos encontramos. Miramos a nuestro alrededor y, por más que preguntamos, nadie nos sabe decir dónde se encuentra lo que buscamos. Tampoco faltan quienes nos aconsejan según sus intereses y nos confunden aún más. Volvemos a nuestro primer hogar en busca de respuestas, pero empezamos a verlo como un lugar de vacaciones. Ha perdido la magia que antes tenía y lo dejamos más aturdidos todavía. Nuestro sitio ya no está allí y no vale la pena aferrarse a la nostalgia por un mundo que nunca volverá.

Al mismo tiempo vemos que otros sitios se nos hacen más familiares, a pesar de estar lejos de donde nacimos. Es donde hemos trabajado alguna vez o hemos ido de vacaciones en más de una ocasión. Sin quererlo, hemos dejado una parte de nosotros en ellos, establecido un vínculo invisible que aparece cada vez que los visitamos y entra en resonancia con una parte de nuestra memoria. Conocemos realmente una ciudad cuando alguien nos pregunta por una calle y somos capaces de dar, al menos, unas vagas indicaciones. Volver a una ciudad y asociar cada rincón a un recuerdo, a un momento que marcó una vida, es el privilegio de quienes recorren el mundo en busca de un hogar perdido.

Insisto en que ese hogar no tiene por qué ser un espacio físico. Puede tratarse de libros o películas que marcaron nuestra infancia o juventud, personajes con los que nos identificamos más que con cualquier otra persona y con los que compartimos tantos buenos momentos como con un verdadero hermano. Además, un reencuentro con ellos siempre es posible cuando lo necesitamos, en cualquier momento o lugar.


¿Dónde queda entonces ese lugar ideal que llamamos hogar? Se trata de una cuestión muy personal y cada uno lo hallará en sitios distintos. Yo lo encuentro en el presente, en quienes me acompañan aquí y ahora, sin importarme dónde. Así evito ahogarme en la nostalgia de un pasado que nunca vuelve o agobiarme con un futuro que nunca llega. Como el presente cambia sin remedio, no me asusta que mi hogar cambie con él y se adapte a nuevas condiciones. Sólo me preparo para que, cuando llegue ese momento, esté dispuesto a quitar el piloto automático, que tanta seguridad ofrece, cambiar el rumbo, reglar las velas y aprovechar el impulso que la nueva racha de viento aporte.  

Marsella, MUCEM, 09/11/2013

A veces el laberinto de la vida parece no tener salida, pero basta tomar un poco de distancia para decidir cuál será el próximo paso.

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