Solemos olvidar lo que un
día fuimos incapaces de hacer, lo que nos obligaron a dejar atrás,
lo que tuvimos que rechazar o lo que, por una u otra razón, se alejó
irremediablemente de nuestro camino. Tal vez sea mejor así, pero no
significa que esos recuerdos no estén ahí, en un apartado rincón
de nuestra memoria. No podemos evitar que ciertos fantasmas vengan a
visitarnos, a recordarnos lo que pudimos hacer y no hicimos, lo que
pudimos ser y no fuimos. Vivir en el extranjero abre muchas puertas,
pero también cierra otras, ésas que quedan en la tierra que nos vio
nacer. Y aunque intentemos volver regularmente, seguiremos
perdiéndonos cada vez más cosas, ausentándonos del lado de la
gente que nos importa, sobre todo en esos días especiales que marcan
una vida, en que recordamos a quienes estuvieron y olvidamos a
quienes quisieron estar, y no pudieron.
Solemos consolarnos y
decir que estaremos a su lado en las próximas navidades, en su
cumpleaños o en su boda, pero el tiempo pasa, la lista de cosas
pendientes se alarga y nos damos cuenta de que, muy a nuestro pesar,
no puede llover a gusto de todos. Sin embargo, intentamos no tirar la
lista a la papelera, mirarla de vez en cuando y estudiar cómo
recuperar lo que un día perdimos. A veces no es posible, pero
procuramos que la frustración no nos impida añadir nuevas cosas a
la lista, guardando siempre la esperanza de hacerlas realidad. Más
allá de las buenas intenciones, será difícil evitar que las
obligaciones nos aten y que muchas resoluciones sean al final
abandonadas.
En mi personal lista de
eventos donde no pude estar figuran muchas bodas de gente querida,
pero eso no evita que tenga presente a esas personas especiales. Una
vida entre tres países obliga a partir el tiempo libre en pedazos
tan pequeños que no dan mucho de sí, y cuando la celebración tiene
lugar en una nación distinta, las complicaciones se multiplican.
Hace un tiempo me perdí una boda en Grecia, el año pasado fueron
una en Polonia y otra en Murcia y este año han sido una en Holanda y
otra en Elche. Esta última tuvo lugar ayer, precisamente, y el novio
es otro emigrante español cuya historia merece ser contada.
Se llama José Miguel,
Josemi para los amigos, y nos conocimos en Alicante, entre escuadras
y cartabones. Hace ya más de cinco años, antes de acabar su
proyecto final de carrera, decidió venir a Dijon para visitarme y
ver de primera mano cómo era la vida de un emigrante, más allá del
mundo feliz del estudiante Erasmus y de imágenes deformadas. Sabía
que la arquitectura en España no tenía futuro y quería estudiar
todas las posibilidades a su alcance. Le hablé de mi experiencia, le
dije que al principio no fue fácil, pero salir de España se ha
convertido en la mejor decisión que he tomado en mi vida. El caso es
que le gustó lo que vio y cuando volvió a su casa supo que su
carrera profesional se hallaba en el extranjero.
Le ofrecí toda mi ayuda,
pero no sabía francés y se decidió por otro país. Dominaba el
inglés y tenía un amigo en Bélgica que podía alojarle hasta que
encontrara un trabajo, aunque pronto comprendió que allí las
puertas se cierran a los que no hablan holandés. Los comienzos
fueron duros para Josemi, pero nunca se dio por vencido y quiso coger
nuevas cartas para intentar conseguir una mano ganadora. Empezó a
estudiar holandés y, poco a poco, encontró su camino, donde estaba
Sandra, una estupenda chica mexicana a la que ayer dijo sí quiero.
Ahora trabaja en un estudio de arquitectura, tiene su residencia
habitual en Amberes, junto con Sandra, pero en realidad vive entre
tres países. Y cuando una de esas naciones se encuentra en otro
continente, significa ajustar aún más las tuercas que complican la
vida, pero también la hacen más interesante.
La última vez que vimos
a Josemi y a Sandra fue cuando pasaron por Lyon. Ni ellos pudieron
venir a nuestra boda, ni nosotros a la suya, pero sabemos que
volveremos a reunirnos, incluso si no podemos decir cuándo. Tal vez
Josemi sea una de las personas que más se pueda identificar con este
blog, pues nuestras historias son paralelas y de vez en cuando se
encuentran. Sólo me queda quitarme el sombrero ante quien ha
conseguido tanto, luchando con uñas y dientes, desearle lo mejor en
esta nueva etapa y decirle que todavía estamos lejos, pero un día
nos veremos en la tierra donde nos conocimos y brindaremos por las
vidas difíciles, que rompen fronteras y unen países.
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