domingo, 17 de julio de 2016

Donde no pude estar

Solemos olvidar lo que un día fuimos incapaces de hacer, lo que nos obligaron a dejar atrás, lo que tuvimos que rechazar o lo que, por una u otra razón, se alejó irremediablemente de nuestro camino. Tal vez sea mejor así, pero no significa que esos recuerdos no estén ahí, en un apartado rincón de nuestra memoria. No podemos evitar que ciertos fantasmas vengan a visitarnos, a recordarnos lo que pudimos hacer y no hicimos, lo que pudimos ser y no fuimos. Vivir en el extranjero abre muchas puertas, pero también cierra otras, ésas que quedan en la tierra que nos vio nacer. Y aunque intentemos volver regularmente, seguiremos perdiéndonos cada vez más cosas, ausentándonos del lado de la gente que nos importa, sobre todo en esos días especiales que marcan una vida, en que recordamos a quienes estuvieron y olvidamos a quienes quisieron estar, y no pudieron.

Solemos consolarnos y decir que estaremos a su lado en las próximas navidades, en su cumpleaños o en su boda, pero el tiempo pasa, la lista de cosas pendientes se alarga y nos damos cuenta de que, muy a nuestro pesar, no puede llover a gusto de todos. Sin embargo, intentamos no tirar la lista a la papelera, mirarla de vez en cuando y estudiar cómo recuperar lo que un día perdimos. A veces no es posible, pero procuramos que la frustración no nos impida añadir nuevas cosas a la lista, guardando siempre la esperanza de hacerlas realidad. Más allá de las buenas intenciones, será difícil evitar que las obligaciones nos aten y que muchas resoluciones sean al final abandonadas.

En mi personal lista de eventos donde no pude estar figuran muchas bodas de gente querida, pero eso no evita que tenga presente a esas personas especiales. Una vida entre tres países obliga a partir el tiempo libre en pedazos tan pequeños que no dan mucho de sí, y cuando la celebración tiene lugar en una nación distinta, las complicaciones se multiplican. Hace un tiempo me perdí una boda en Grecia, el año pasado fueron una en Polonia y otra en Murcia y este año han sido una en Holanda y otra en Elche. Esta última tuvo lugar ayer, precisamente, y el novio es otro emigrante español cuya historia merece ser contada.

Se llama José Miguel, Josemi para los amigos, y nos conocimos en Alicante, entre escuadras y cartabones. Hace ya más de cinco años, antes de acabar su proyecto final de carrera, decidió venir a Dijon para visitarme y ver de primera mano cómo era la vida de un emigrante, más allá del mundo feliz del estudiante Erasmus y de imágenes deformadas. Sabía que la arquitectura en España no tenía futuro y quería estudiar todas las posibilidades a su alcance. Le hablé de mi experiencia, le dije que al principio no fue fácil, pero salir de España se ha convertido en la mejor decisión que he tomado en mi vida. El caso es que le gustó lo que vio y cuando volvió a su casa supo que su carrera profesional se hallaba en el extranjero.

Le ofrecí toda mi ayuda, pero no sabía francés y se decidió por otro país. Dominaba el inglés y tenía un amigo en Bélgica que podía alojarle hasta que encontrara un trabajo, aunque pronto comprendió que allí las puertas se cierran a los que no hablan holandés. Los comienzos fueron duros para Josemi, pero nunca se dio por vencido y quiso coger nuevas cartas para intentar conseguir una mano ganadora. Empezó a estudiar holandés y, poco a poco, encontró su camino, donde estaba Sandra, una estupenda chica mexicana a la que ayer dijo sí quiero. Ahora trabaja en un estudio de arquitectura, tiene su residencia habitual en Amberes, junto con Sandra, pero en realidad vive entre tres países. Y cuando una de esas naciones se encuentra en otro continente, significa ajustar aún más las tuercas que complican la vida, pero también la hacen más interesante.

La última vez que vimos a Josemi y a Sandra fue cuando pasaron por Lyon. Ni ellos pudieron venir a nuestra boda, ni nosotros a la suya, pero sabemos que volveremos a reunirnos, incluso si no podemos decir cuándo. Tal vez Josemi sea una de las personas que más se pueda identificar con este blog, pues nuestras historias son paralelas y de vez en cuando se encuentran. Sólo me queda quitarme el sombrero ante quien ha conseguido tanto, luchando con uñas y dientes, desearle lo mejor en esta nueva etapa y decirle que todavía estamos lejos, pero un día nos veremos en la tierra donde nos conocimos y brindaremos por las vidas difíciles, que rompen fronteras y unen países.

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