domingo, 10 de julio de 2016

Días especiales

Hay días que brillan con luz propia. Instantes a los que prestamos más atención porque, de una u otra manera, significan algo para nosotros. Son fechas señaladas en el calendario, que se hacen esperar con impaciencia o se ignoran deliberadamente. Son jornadas especiales de antemano, aun cuando no hayan hecho nada para merecerlo. Son momentos fijados por un recuerdo más o menos agradable, que conmemoran un hecho importante de vidas propias o ajenas. Su singular condición hace que un año se vea menos vacío y nos fuerza a preparar una jornada que parecemos obligados a disfrutar. Son días que dependen de cada persona, pero también del país que los quiere imponer.

Los más importantes son los que decidimos nosotros, directa o indirectamente: cumpleaños, aniversarios, santos... cuando festejar es un acuerdo tácito entre nosotros y la persona que un día fuimos, que un día se casó, empezó una relación importante o cualquier otra cosa que merezca ser recordada. Hay otros días que buscan también tocar nuestra fibra sensible, pero con los que no tenemos una relación íntima y que son impuestos por una nación, una religión, una tradición (local o importada) o un centro comercial. Se trata del día de la constitución, navidad, halloween o el black friday, por poner algunos nombres y apellidos. Mi vida entre tres países me ha permitido observar cómo cada territorio cambia estas celebraciones, acepta unas o rechaza otras.

Sin ir más lejos, el pasado diecinueve de junio fue el día del padre en Francia, aunque cambia cada año al estar ligado al tercer domingo del sexto mes. La fecha está tan alejada en el tiempo del día del padre español, como su origen. Todo se remonta a cuando un fabricante de mecheros, en mil novecientos cuarenta y nueve, decidió promocionar un nuevo encendedor de gas con el novedoso lema "día del padre". No sólo tuvo un éxito arrollador, sino que empezó una tradición que obligó a todo hijo de vecino a comprar el mechero de turno a su padre. Aunque el objeto haya cambiado, el trasfondo consumista, que apela a nuestra sensibilidad para gastar, como si de un vil chantaje se tratara, sigue estando ahí. En Rumanía este día ni siquiera existe.

En el caso del día de la madre, cada país recurre a una fecha y a una razón distintas para celebrarlo. Los franceses reservan el último domingo del mes de mayo gracias al impulso del mariscal Pétain en mil novecientos cuarenta y dos, aunque la festividad no se hizo oficial hasta ocho años más tarde. En el contexto de la Segunda Guerra Mundial, surge como un homenaje a las responsables de engendrar "hombres sanos y pueblos fuertes", según el machista discurso de Pétain, que intentaba consolar a aquellas mujeres que habían perdido marido e hijos en la contienda.

En Rumanía la celebración coincide con el Día Internacional de la Mujer (el ocho de marzo), en un notable ejercicio de coherencia. Allí es una fiesta importante donde nadie (ya sea hombre o mujer) duda en felicitar a todas las mujeres que forman parte de su vida y el festejo traspasa el ámbito materialista al que estamos acostumbrados. Además, supone la culminación de una semana de festividades que empieza el uno de marzo y gira en torno a la primavera. Es el momento de regalar los entrañables "martisor", pequeños accesorios portadores de fortuna que las mujeres lucen toda la semana, atados con un hilo blanco y rojo. El país de Drácula celebra también el día de los niños, el uno de junio, en el que, una vez más, el lado humano se impone al material para felicitar simplemente a los pequeños de la casa u ofrecerles una fiesta en vez de colmarles de regalos. Y como los mayores también se merecen una pequeña consideración, en España tenemos el día de los abuelos, el veintiséis de julio. En Francia, sin embargo, sólo existe el día de la abuela (el primer domingo de marzo), como si los hombres, menos longevos, no tuviéramos derecho a tener nietos...

Pero en medio de todas estas celebraciones impuestas, tan políticamente correctas, no termino de sentirme a gusto. ¿Por qué no dejar la puerta abierta a la improvisación del detalle fortuito o a la magia del "te quiero" inesperado en lugar de privilegiar gestos forzados? Así que yo prefiero ir a tomar el té con el sombrerero loco y celebrar nuestro no cumpleaños, por la simple razón de que podemos hacerlo trescientas sesenta y cuatro veces al año. Como ya dijo el gran Joaquín Sabina, "que todas las noches sean noches de boda; que todas las lunas sean lunas de miel".  

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