A
veces me pregunto hasta dónde puede llegar la indecencia de nuestros
políticos. La respuesta es bien sencilla: hasta donde nosotros les
permitamos. Mientras sigan siendo votados, tengan los bolsillos
llenos y el ego bien alimentado, ahí los tendremos. Sin importarles
valores morales que vayan más allá de su propia codicia. Están ahí
gracias a nosotros, aun cuando es cuestionable la validez de un voto
ganado con mentiras, gracias al miedo y a promesas que nadie se
molestará en cumplir. Por eso nos merecemos ración doble de Mariano
Rajoy, de Brexit y de Donald Trump. Porque nuestra democracia ha sido
tan adulterada, que ha perdido todo su sentido. Porque nuestros
políticos gastan más dinero en campañas difamatorias y en elaborar
discursos sin fondo, que en tender la mano a quien de verdad lo
necesita. Y, sobre todo porque, por desgracia, no hay una alternativa
convincente en el horizonte.
A
veces me pregunto por qué tenemos que aguantar a semejantes
personajes. No hay día que pase sin que aparezcan en el telediario,
en el periódico o en la red social de turno, diciendo la última
majadería que se les ha ocurrido, jaleados por los suyos o
abucheados por el resto, creyéndose mucho más de lo que en realidad
son. No encuentro un sentido a este circo vacío, perdido en palabras
repetidas hasta la saciedad, que sólo muestran una preocupante falta
de ideas y una subestimación del electorado. No sé si algún día
podremos acotar el infame espectáculo. Si en algunos lugares
prohíben los circos con animales, ¿por qué no prohibir la
democracia con políticos corruptos? Tal vez porque sentiríamos que
nos falta algo. Tal vez porque necesitamos otro sistema donde los que
tomen las decisiones importantes estén realmente preparados para
ello.
A
veces me pregunto qué pasaría si redujéramos el espacio que los
medios dedican a la política. Podríamos sustituir las
intervenciones diarias e inútiles de los cuatro jinetes del
Apocalipsis (Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera) por opiniones e
ideas de gente que vale la pena escuchar, que llevan vidas ejemplares
capaces de cambiar las nuestras. Me refiero a gente perteneciente a
ámbitos generalmente olvidados por los medios, como el científico,
el espiritual o el cultural. Stephen Hawking (que precisamente estuvo
esta semana en Tenerife) o el Dalai Lama son los primeros nombres que
me vienen a la cabeza, pero la lista es larga y su capacidad de hacer
avanzar la sociedad es importante. Necesitamos que el periodismo
recupere el rumbo que parece haber perdido y se apoye en quienes
quieren contar la verdad sin deformarla con intereses personales. Las
redes sociales prometían un soplo de aire fresco que se ha
transformado en una ola de calor alimentada por la violencia y la
gratuidad de comentarios que sólo buscan hacer daño o apoyar sin
argumentos.
A
veces me pregunto qué lograríamos si, de un día para otro, todos
dejáramos de hablar de política. En los bares, en la televisión,
en los periódicos, en internet. Tal vez los políticos vieran su ego
desinflado y empezaran a ocupar ese vacío con lo que realmente
necesitamos: que hagan su trabajo y luchen por mejorar la vida de los
ciudadanos. Me gustaría saber cuánto tiempo dedican a dar
entrevistas, organizar ruedas de prensa, analizar sondeos sobre su
popularidad o ver qué se dice de ellos en internet y compararlo con
el tiempo que pasan estudiando las medidas que pueden hacer de la
tierra que pisamos un lugar mejor. Sería un aplastante ejercicio de
transparencia que pondría a cada uno en su sitio y nos diría si es
realmente útil poner nuestro voto en una urna.
A
veces, y menos mal que sólo a veces, me pregunto por qué no cojo la
próxima nave espacial que salga de la Tierra y me embarco con las
personas a las que más aprecio (Stephen Hawking y Dalai Lama
incluidos) y con un disco duro repleto de buenos libros, buena música
y buenas películas. Tal vez mi experiencia como emigrante me haya
dado una visión demasiado derrotista, pues en mi éxodo he
comprobado que ningún país propone nada realmente distinto. Nos
exiliaríamos a un nuevo mundo. Recorreríamos el universo en busca
de vida realmente inteligente que nos pudiera aconsejar sobre el
mejor camino a seguir. Esperaríamos encontrar el agujero negro que
nos llevara a millones de años luz de aquí, a un nuevo planeta,
lejos de inútiles fronteras o de infantiles líneas rojas, donde
empezar desde cero, ocuparnos de lo que realmente importa y, esta vez
sí, aprender de nuestros errores.
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