La tierra tiembla con
violencia, las recientes grietas se abren cada vez más y el techo no
tardará en caer sobre nosotros. Perdemos nuestro habitual sentido de
la orientación y tenemos que actuar de forma rápida y precisa si
queremos sobrevivir. Poco importa que las decisiones sean las más
acertadas, pues lo único que cuenta es seguir respirando. Si llevo
más de seis años viviendo en el extranjero es porque me he adaptado
a cada situación que he encontrado, recuperando el equilibrio tras
las sucesivas embestidas de la vida. Así que cuando veo la situación
política en España, donde ningún partido ha mostrado la
flexibilidad suficiente ni ha querido adaptarse a un nuevo contexto,
no puedo evitar pensar que con esa actitud no habrían durado ni un
mes en el extranjero.
Existe un equilibrio
entre la defensa de los propios intereses y la adaptación al
entorno. En ese terreno neutral se encuentran las claves que explican
muchas cosas en esta vida. La evolución de cualquier especie animal,
el avance de una sociedad o el éxito profesional y personal dependen
de ese delicado pacto entre el mundo exterior y el interior que debe
ser continuamente renovado. Yin y yang. El control de toda fuerza
contraria a nosotros es un principio tan importante, que me pregunto
para qué sirve avanzar con la rigidez por bandera, además de para
estrellarse contra un muro. En nuestro caso, ese muro se ha
transformado en unas elecciones generales y los partidos políticos
se han convertido en una pasta tan rígida, que al querer darle una
nueva forma, se ha roto.
En el artículo que
escribí antes de las elecciones del 20D ("elegir") dije
que el panorama de la política española me parecía más
esperanzador que el de la francesa. Pensaba que el fin del
bipartidismo traería un poco de luz a una clase política demasiado
oscura. Sin embargo, las nuevas caras no han aportado la frescura que
prometían y las ya conocidas se han refugiado en discursos rancios
que no van a ninguna parte. He buscado algo de consuelo en mi país
anfitrión, pero me he encontrado con un panorama inesperado: el
gobierno acaba de evitar una moción de censura tras haber aprobado
por decreto una discutida reforma laboral que no gozaba del consenso
de la Asamblea Nacional. Si buscamos diálogo, no será en Francia
donde lo encontraremos.
De vuelta al sur de los
pirineos, la última legislatura se ha convertido en un bochornoso
espectáculo que ha costado demasiado caro a los ya saqueados
bolsillos de los españoles. Tal
vez la raíz del problema esté en la forma en que nuestros políticos
son elegidos. Siempre me he preguntado por qué el Estado me ha
obligado a estudiar una carrera de cinco años para ser arquitecto
mientras que para ser presidente del gobierno no hace falta una
formación específica. Dejamos nuestro país en manos de gente a
menudo inculta y oportunista cuyo único mérito es convencer a los
electores con discursos vacíos, para luego quejarnos de que sean
corruptos y se enriquezcan a nuestra costa. Y así, aunque los
partidos se renueven, todos vienen con el mismo defecto de fábrica,
que ya detectamos en gobiernos anteriores y que debemos corregir. Se
reparten carteras ministeriales como chavales que en un patio de
colegio deciden quién jugará de delantero. ¿Para cuándo un
sistema que otorgue tan importantes competencias a quien realmente
esté capacitado para afrontarlas?
Y
no olvidemos la imposibilidad de abandonar ese callejón sin salida
del "estás conmigo o contra mí", esos ibéricos genes que
han condicionado tanto nuestra historia y parecen habernos condenado
de antemano. En esa dicotomía, los partidos políticos están más
preocupados en arremeter contra sus enemigos, en vetar al contrario,
que en dar razones para que les sigan. Se trata de un contexto
incompatible con la proposición de ideas para construir un mañana
mejor o simplemente (bajaré mis expectativas al ver que nuestros
políticos no dan para tanto) menos oscuro que el presente. Y
así llegamos a unas nuevas elecciones, con lo puesto, sin una muda
que refresque un poco. Tal vez sea lo más triste de todo: que nos
obliguen a votar a los mismos del 20D, ese
desfile de rostros derrotados sin haber entablado batalla. Los
resultados serán similares, salvo que habremos perdido un año por
el camino que, visto el estado del país, parece una eternidad: en
julio empezarán a analizar la situación, en agosto se irán de
vacaciones y de septiembre a diciembre, no esperemos que lleguen tan
rápido a un acuerdo. Así que si creen que les voy a volver a votar
por culpa de su incompetencia, que esperen sentados o se vayan de
vacaciones a Panamá. Lo que más les guste.
Lyon, 19/03/2013
Siempre están ahí, pero sólo la luz adecuada muestra los hilos de los que pendemos y que, sin reconocerlo, dirigen nuestras vidas.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario