Cuando
el futuro se dibujó ante sus ojos, vaciló un instante. Nunca
imaginó que tuviera aquella forma, pero sabía que sería
impredecible y que lo reconocería desde la distancia. Siempre
quedaba la opción de volver atrás, olvidar los problemas, imaginar
que nunca existieron y regresar al punto de partida. No sería capaz
de admitirlo, pero durante unos segundos contempló esa posibilidad.
Tan grande era la nueva empresa, tan difícil la última batalla. Un
camino acababa y otro empezaba. ¿Sería capaz de enfrentarse a su
futuro, mirarlo a los ojos y asumir todas sus consecuencias? ¿Tendría
las fuerzas necesarias para luchar aun sabiendo que la victoria no
estaba a su alcance?
Frente
a él, su porvenir tomó el aspecto de un parque eólico: los molinos
se alineaban hasta donde alcanzaba la vista. Hacía tiempo que los
había visto despuntar en el horizonte, pero ahora la silueta de
aquellos extraños y desafiantes seres era inconfundible. Pasado el
fugaz momento de duda, espoleó su caballo y siguió adelante. No
miró atrás, pues sabía que los verdaderos amigos, los más fieles,
nos acompañan sea cual sea el camino a seguir y sus consejos son los
más valiosos. ¡Mira cómo alzan sus picas al cielo y las mueven
para provocarnos, Sancho! Esos gigantes piensan que su movimiento
hipnótico nublará nuestra vista. Están demasiado seguros de sí
mismos, pero no saben que su prepotencia inclinará la balanza a
nuestro favor. Así nuestro ataque será aún más inesperado. Es la
única baza que podemos jugar si queremos ganar. ¡Por eso tenemos
que ser rápidos!
Siento
decirle que no son gigantes sino molinos, que producen electricidad
cuando el viento mueve las aspas que usted confunde con picas,
respondió Sancho Panza. Don Quijote lamentó que la cobardía se
manifestara de aquella manera en las palabras de su escudero, capaz
de encontrar cualquier argumento para no entablar batalla. Se sintió
como extranjero en tierra de nadie, sin apoyos, con la única opción
de luchar para seguir adelante. Si esperaba la ayuda de su holgazán
compañero, sería demasiado tarde. Sabía que estaba solo y que el
tiempo jugaba en su contra. Si la empresa fuera fácil, nunca
merecería el corazón de su amada Dulcinea. Antes de dirigirse al
galope hacia los molinos, dedicó una dura réplica a Sancho: ansías
la gloria, pero huyes del combate y tu actitud te convierte en un
mero espectador de la vida. No te muevas si no quieres arriesgarte a
que tu asno tire las viandas que guardan tus alforjas. ¡Acomódate,
bebe de tu bota y disfruta de la mayor contienda que jamás hayas
soñado!
Se
lanzó cuán rápido pudo hacia uno de los molinos. Por un momento
olvidó lo que era y escapó de una realidad que rechazaba,
manipulada por políticos corruptos más preocupados por su bienestar
personal que por el bien común de un país. ¿Por qué no podía
crear otro mundo, uno en que mereciera la pena vivir y donde la
victoria fuera posible? ¿Por qué no podía manipular lo que veía
para hacer la vida más soportable? Por un momento se refugió en su
querida literatura, consciente de poder vivir en otro lugar con el
simple hecho de desearlo. Por un momento fue feliz. Agarró con
fuerza su lanza, cerró los ojos y se vio inmerso en una aventura que
nunca olvidaría.
El
ejército de esbeltos gigantes se dispersaba ante sus ojos. Las tres
picas que cada uno esgrimía eran inmensas y en caso de ser lanzadas
hacia él, la muerte estaba asegurada. Don Quijote se vio
empequeñecido, pero su determinación no cambió. Sabía que era
demasiado tarde para una huída y su reputación estaba en juego.
Eligió una de las blancas columnas y la embistió con toda la fuerza
que la velocidad de Rocinante le proporcionó. La lanza produjo un
sonido metálico al chocar contra el molino y el caballo esquivó el
poste mientras el hidalgo caía al suelo. Su
fiel escudero no tardó en llegar para socorrerle.
¿Para
qué decías que sirven estos molinos, Sancho? Para producir
electricidad, señor. No utilices palabras inventadas para esconder
tu ignorancia, mi simple escudero. No la he inventado yo, señor, la
electricidad es una energía que permite dar vida a casi todos los
aparatos que nos facilitan la existencia. Esa magia invisible de la
que hablas, Sancho, ha transformado un ejército de gigantes en
extraños molinos. Don Quijote se sacudió la armadura y suspiró
aliviado, convencido de que, a pesar de su derrota, la guerra no
estaba perdida. Todavía podía seguir luchando.
[Relato participante en el concurso literario "¿qué haría hoy Don Quijote con los molinos?", convocado por Zenda (www.zendalibros.com) y patrocinado por Iberdrola]
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