domingo, 1 de mayo de 2016

El último aventurero


Cuando el futuro se dibujó ante sus ojos, vaciló un instante. Nunca imaginó que tuviera aquella forma, pero sabía que sería impredecible y que lo reconocería desde la distancia. Siempre quedaba la opción de volver atrás, olvidar los problemas, imaginar que nunca existieron y regresar al punto de partida. No sería capaz de admitirlo, pero durante unos segundos contempló esa posibilidad. Tan grande era la nueva empresa, tan difícil la última batalla. Un camino acababa y otro empezaba. ¿Sería capaz de enfrentarse a su futuro, mirarlo a los ojos y asumir todas sus consecuencias? ¿Tendría las fuerzas necesarias para luchar aun sabiendo que la victoria no estaba a su alcance?

Frente a él, su porvenir tomó el aspecto de un parque eólico: los molinos se alineaban hasta donde alcanzaba la vista. Hacía tiempo que los había visto despuntar en el horizonte, pero ahora la silueta de aquellos extraños y desafiantes seres era inconfundible. Pasado el fugaz momento de duda, espoleó su caballo y siguió adelante. No miró atrás, pues sabía que los verdaderos amigos, los más fieles, nos acompañan sea cual sea el camino a seguir y sus consejos son los más valiosos. ¡Mira cómo alzan sus picas al cielo y las mueven para provocarnos, Sancho! Esos gigantes piensan que su movimiento hipnótico nublará nuestra vista. Están demasiado seguros de sí mismos, pero no saben que su prepotencia inclinará la balanza a nuestro favor. Así nuestro ataque será aún más inesperado. Es la única baza que podemos jugar si queremos ganar. ¡Por eso tenemos que ser rápidos!

Siento decirle que no son gigantes sino molinos, que producen electricidad cuando el viento mueve las aspas que usted confunde con picas, respondió Sancho Panza. Don Quijote lamentó que la cobardía se manifestara de aquella manera en las palabras de su escudero, capaz de encontrar cualquier argumento para no entablar batalla. Se sintió como extranjero en tierra de nadie, sin apoyos, con la única opción de luchar para seguir adelante. Si esperaba la ayuda de su holgazán compañero, sería demasiado tarde. Sabía que estaba solo y que el tiempo jugaba en su contra. Si la empresa fuera fácil, nunca merecería el corazón de su amada Dulcinea. Antes de dirigirse al galope hacia los molinos, dedicó una dura réplica a Sancho: ansías la gloria, pero huyes del combate y tu actitud te convierte en un mero espectador de la vida. No te muevas si no quieres arriesgarte a que tu asno tire las viandas que guardan tus alforjas. ¡Acomódate, bebe de tu bota y disfruta de la mayor contienda que jamás hayas soñado! 

Se lanzó cuán rápido pudo hacia uno de los molinos. Por un momento olvidó lo que era y escapó de una realidad que rechazaba, manipulada por políticos corruptos más preocupados por su bienestar personal que por el bien común de un país. ¿Por qué no podía crear otro mundo, uno en que mereciera la pena vivir y donde la victoria fuera posible? ¿Por qué no podía manipular lo que veía para hacer la vida más soportable? Por un momento se refugió en su querida literatura, consciente de poder vivir en otro lugar con el simple hecho de desearlo. Por un momento fue feliz. Agarró con fuerza su lanza, cerró los ojos y se vio inmerso en una aventura que nunca olvidaría.

El ejército de esbeltos gigantes se dispersaba ante sus ojos. Las tres picas que cada uno esgrimía eran inmensas y en caso de ser lanzadas hacia él, la muerte estaba asegurada. Don Quijote se vio empequeñecido, pero su determinación no cambió. Sabía que era demasiado tarde para una huída y su reputación estaba en juego. Eligió una de las blancas columnas y la embistió con toda la fuerza que la velocidad de Rocinante le proporcionó. La lanza produjo un sonido metálico al chocar contra el molino y el caballo esquivó el poste mientras el hidalgo caía al suelo. Su fiel escudero no tardó en llegar para socorrerle. 

¿Para qué decías que sirven estos molinos, Sancho? Para producir electricidad, señor. No utilices palabras inventadas para esconder tu ignorancia, mi simple escudero. No la he inventado yo, señor, la electricidad es una energía que permite dar vida a casi todos los aparatos que nos facilitan la existencia. Esa magia invisible de la que hablas, Sancho, ha transformado un ejército de gigantes en extraños molinos. Don Quijote se sacudió la armadura y suspiró aliviado, convencido de que, a pesar de su derrota, la guerra no estaba perdida. Todavía podía seguir luchando.

[Relato participante en el concurso literario "¿qué haría hoy Don Quijote con los molinos?", convocado por Zenda (www.zendalibros.com) y patrocinado por Iberdrola]

No hay comentarios:

Publicar un comentario