domingo, 7 de febrero de 2016

Protesta si puedes

Si no luchamos por nuestros intereses, nadie lo hará por nosotros. De poco servirá que nos quejemos si no acompañamos ese descontento con una acción, con una aportación para cambiar las cosas, por pequeña que sea, pues las palabras se pierden si están solas. Este sentimiento de protesta y reivindicación constante está muy arraigado en la cultura francesa desde que estallara en forma de una revolución de la que se sienten muy orgullosos.

Admito que fue una de las cosas que más me costó aceptar desde mi llegada a Francia. Raro es el mes que pasa sin que alguna huelga haga acto de presencia por cualquier motivo. Cuando llegamos tarde al trabajo porque hay huelga de transporte público, cuando no podemos hacer una escapada de fin de semana porque hay huelga de trenes, cuando nuestro vuelo ha sido indefinidamente aplazado porque hay huelga de controladores aéreos es difícil no ver a sus responsables con malos ojos. Son algunos de los casos que me ha tocado vivir, aunque siempre puede ser peor. En los colegios, las huelgas de comedores son frecuentes y obligan a los padres a coger el día libre en el trabajo para recoger a los críos y llevarlos a casa a comer, por poner otro ejemplo, cuando no hay huelga de profesores o guarderías. Otras pasan desapercibidas, pero siempre hay una huelga en el tintero.

Al principio me sorprendió ver cómo la mayoría de los franceses se toman estas protestas con mucha resignación y comprensión. Entienden que cada uno tenga razones por las que luchar o derechos que defender. También hay movimientos con los que es difícil simpatizar, como ocurre -a menudo, además- con los trabajadores de la SNCF (el equivalente francés de RENFE), que conservan privilegios laborales de cuando las locomotoras eran de vapor y aún así siguen quejándose. Con el paso del tiempo asimilé las huelgas como una acción más de la vida cotidiana, como el hecho de coger un paraguas cuando llueve. Una vez, tras la aprobación de una ley muy impopular por el gobierno de Sarkozy, los franceses se lanzaron en masa a la calle, día tras día, hasta que los políticos no tuvieron más remedio que revocar la ley. Así que acabé dándole la razón a los franceses. Por muy molestas que nos puedan parecer, las protestas son un mecanismo que mantiene alerta a los que ostentan el poder, proceda de donde proceda.

Desgraciadamente en España ese sentimiento no sólo está adormecido, sino que a veces incluso está mal visto. El conformismo ha calmado tanto a la población que cualquier acto de rebeldía es mirado con malos ojos. Tal vez se trate de simple pereza, ausencia de fuerzas para luchar o, sobre todo, falta de ganas de cambiar las cosas. Venga usted mañana, virgencita que me quede como estoy... Nuestro refranero es rico y muestra que el conformismo es tan ibérico como francesa es la protesta.

Las primeras huelgas que recuerdo se remontan a cuando iba al instituto y nos complacía perder clase sin conocer tan siquiera el motivo. Ahora me doy cuenta que el sistema educativo español es un despropósito tan grande que justificaría una paralización indefinida de todo el país. La incompetencia de nuestros políticos, una vez más, dilapida nuestro futuro y nos quita nuestras armas, lo que les da toda la impunidad que necesitan para dar rienda suelta a una corrupción tan española como el conformismo. Además, los medios muestran a ciertos condenados por corrupción como si la pena hubiera sido injusta. Programas que pretenden "salvarnos", inconcebibles en otros países, parecen haber invertido nuestros valores y, lo que es peor, cuentan con el respaldo de la audiencia. Si cavamos nuestra propia tumba de esta manera, de poco nos podemos quejar después.

El movimiento de protesta más importante que hemos tenido ha sido la indignación del 15-M, pero cuando surgió ya era demasiado tarde para todo, el daño ya estaba hecho y el futuro, perdido. Ahora los rostros de nuestros políticos han cambiado y esperamos que detrás de ellos no se esconda la incompetencia que ya conocemos. Aún no han sido capaces de formar gobierno (un mes y medio después de las elecciones generales) y han demostrado que la política española está lejos de dar signos de esperanza. Por mucho que protestemos, no creo que veamos cambiar la situación a corto plazo. Viviremos peor que nuestros padres, pero aún así no nos queda otra opción que seguir luchando si queremos que nuestros hijos vivan algún día mejor que nosotros.        

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