domingo, 12 de noviembre de 2017

6 + 2 años lejos

Cuando somos niños, un día parece interminable, lleno de nuevas experiencias y horas que nunca acaban. Miramos impacientes el reloj, pero todavía queda demasiado tiempo para escuchar la sirena del colegio. Las semanas se nos hacen eternas y las próximas vacaciones siempre quedan lejos. Sin embargo, cuando maduramos los años pasan con una rapidez que asusta: la percepción del tiempo cambia y se acelera a lo largo de una vida. Y así, subido en este bólido que se acerca más rápido a la meta, me doy cuenta de que ya han pasado ocho años desde que aterricé en Francia. Y ha llegado el momento de explicar cómo y por qué escribo este blog cada semana desde hace ya dos años.

Para más inri, éste es mi artículo número cien. Ya sé que dos años tienen más de cien semanas, pero últimamente la vida me ha obligado a poner en pausa la maquinaria. Entre compromisos laborales y personales, cada vez me resulta más difícil mantener el ritmo. En momentos como este, me acuerdo de un estupendo consejo que me dio un profesor de Proyectos Arquitectónicos, el gran Joaquín Alvado. Cuando le decíamos que la enorme carga de trabajo que creaban las demás asignaturas no nos permitía dedicarle suficiente tiempo a la suya, él nos contestaba con una pregunta: ¿en qué pensáis cuando andáis por la calle, esperáis a que el semáforo se ponga en verde o llegue el autobús? A partir de entonces, aproveché esos tiempos muertos para pensar en mi proyecto y hacerlo madurar, de forma que al llegar a casa ya tuviera medio trabajo hecho. Aquel extraordinario consejo no sólo me ayudó a acabar con éxito la carrera, sino que me marcó para siempre.     

Así es como escribo este blog: mientras camino o voy en el metro. Pienso en temas para próximos artículos, cómo desarrollar mis ideas, la estructura de la página, el contenido de los párrafos, la frase inicial, lo que quiero transmitir... Anoto en mi móvil lo más importante (antes usaba pequeñas libretas que acababa olvidando) de manera que, cuando al fin me siento frente al ordenador, la página nunca está en blanco. Consulto mis notas, pienso en lo que voy a exponer y me dejo llevar. A veces me sorprendo llegando a conclusiones que no había imaginado antes o a giros que desvían la idea inicial, me guían por un camino paralelo y me muestran un lugar inesperado. Después dejo el texto madurar (un día como mínimo) para volver a él con nuevos ojos y corregirlo sin piedad. De todos modos, no sigo siempre el mismo método e intento dejar espacio a la improvisación.   

Para explicar por qué escribo, tengo que retroceder más de veinte años en el tiempo y recordar cuando empecé a redactar una revista en el colegio, por iniciativa propia, con la ayuda de una vieja máquina de escribir. Más tarde la cambié por un ordenador y mis amigos me ayudaron en mi causa. La publicación, mensual, se volvió cada vez más seria. Además, cualquier excusa era buena para garabatear en un cuaderno: viajes, relatos, diarios... Siempre me atrajo el periodismo, pero cuando la vida me dio a elegir, incliné la balanza del lado de la arquitectura. Cuando acabé la carrera y empecé a trabajar en otro país, recuperé el tiempo libre que los años de estudio me arrebataron. Volví a escribir. Necesitaba algo que me obligara a hacerlo con frecuencia y me permitiera cruzar la frontera de mi espacio personal para encontrar lectores. Un blog era la manera ideal de llegar hasta cualquier persona y sentir la presión necesaria para no dejar de escribir. No tuve que pensar mucho para encontrar un tema del que hablar durante un buen tiempo. Mi vida en el extranjero se convirtió en el contexto ideal para esta nueva aventura. Decidí compartir mis variopintas experiencias para hacer pública una historia de gran actualidad, para decir a quienes se identifiquen en ellas que no están solos y para exponer mi forma de ver la vida. Pero, por encima de todo, ha sido una excusa para escribir, disfrutar haciendo lo que me gusta y no perder el contacto con mi lengua materna.


Y si estos dos años han valido la pena, ha sido gracias a ti, querido lector. No he estado solo durante este tiempo y sois muchos los que me seguís cada semana. Al principio publicaba en este blog una selección de fotos personales, pero aunque la fotografía es otra de mis pasiones, no he encontrado el tiempo necesario para crear un hábito. Para agradecer vuestra fidelidad, he asignado cada imagen a un artículo. Si bien no hay tantas como textos, os propongo un pequeño juego: releer antiguos artículos en busca de esos guiños. Porque mientras estéis ahí, leyendo, seguiré escribiendo desde el extranjero, sintiéndome un poco más cerca de vosotros, pero todavía lejos.

Ginebra, 09/06/2012

Los decorados se superponen y la ciudad, fondo activo de nuestras vidas, se muestra ante nosotros desafiante, retándonos a interpretar los restos de un mundo inacabado.

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