Cuando somos niños, un día
parece interminable, lleno de nuevas experiencias y horas que nunca acaban.
Miramos impacientes el reloj, pero todavía queda demasiado tiempo para escuchar
la sirena del colegio. Las semanas se nos hacen eternas y las próximas vacaciones
siempre quedan lejos. Sin embargo, cuando maduramos los años pasan con una
rapidez que asusta: la percepción del tiempo cambia y se acelera a lo largo de
una vida. Y así, subido en este bólido que se acerca más rápido a la meta, me doy
cuenta de que ya han pasado ocho años desde que aterricé en Francia. Y ha
llegado el momento de explicar cómo y por qué escribo este blog cada semana
desde hace ya dos años.
Para más inri, éste es mi artículo
número cien. Ya sé que dos años tienen más de cien semanas, pero últimamente la
vida me ha obligado a poner en pausa la maquinaria. Entre compromisos laborales
y personales, cada vez me resulta más difícil mantener el ritmo. En momentos
como este, me acuerdo de un estupendo consejo que me dio un profesor de
Proyectos Arquitectónicos, el gran Joaquín Alvado. Cuando le decíamos que la
enorme carga de trabajo que creaban las demás asignaturas no nos permitía
dedicarle suficiente tiempo a la suya, él nos contestaba con una pregunta: ¿en
qué pensáis cuando andáis por la calle, esperáis a que el semáforo se ponga en
verde o llegue el autobús? A partir de entonces, aproveché esos tiempos muertos
para pensar en mi proyecto y hacerlo madurar, de forma que al llegar a casa ya
tuviera medio trabajo hecho. Aquel extraordinario consejo no sólo me ayudó a
acabar con éxito la carrera, sino que me marcó para siempre.
Así es como escribo este
blog: mientras camino o voy en el metro. Pienso en temas para próximos artículos,
cómo desarrollar mis ideas, la estructura de la página, el contenido de los
párrafos, la frase inicial, lo que quiero transmitir... Anoto en mi móvil lo más
importante (antes usaba pequeñas libretas que acababa olvidando) de manera que,
cuando al fin me siento frente al ordenador, la página nunca está en blanco.
Consulto mis notas, pienso en lo que voy a exponer y me dejo llevar. A veces me
sorprendo llegando a conclusiones que no había imaginado antes o a giros que
desvían la idea inicial, me guían por un camino paralelo y me muestran un lugar
inesperado. Después dejo el texto madurar (un día como mínimo) para volver a él
con nuevos ojos y corregirlo sin piedad. De todos modos, no sigo siempre el
mismo método e intento dejar espacio a la improvisación.
Para explicar por qué
escribo, tengo que retroceder más de veinte años en el tiempo y recordar cuando
empecé a redactar una revista en el colegio, por iniciativa propia, con la
ayuda de una vieja máquina de escribir. Más tarde la cambié por un ordenador y
mis amigos me ayudaron en mi causa. La publicación, mensual, se volvió cada vez
más seria. Además, cualquier excusa era buena para garabatear en un cuaderno: viajes,
relatos, diarios... Siempre me atrajo el periodismo, pero cuando la vida me dio
a elegir, incliné la balanza del lado de la arquitectura. Cuando acabé la
carrera y empecé a trabajar en otro país, recuperé el tiempo libre que los años
de estudio me arrebataron. Volví a escribir. Necesitaba algo que me obligara a
hacerlo con frecuencia y me permitiera cruzar la frontera de mi espacio
personal para encontrar lectores. Un blog era la manera ideal de llegar hasta
cualquier persona y sentir la presión necesaria para no dejar de escribir. No
tuve que pensar mucho para encontrar un tema del que hablar durante un buen
tiempo. Mi vida en el extranjero se convirtió en el contexto ideal para esta
nueva aventura. Decidí compartir mis variopintas experiencias para hacer
pública una historia de gran actualidad, para decir a quienes se identifiquen
en ellas que no están solos y para exponer mi forma de ver la vida. Pero, por encima
de todo, ha sido una excusa para escribir, disfrutar haciendo lo que me gusta y
no perder el contacto con mi lengua materna.
Y si estos dos años han
valido la pena, ha sido gracias a ti, querido lector. No he estado solo durante
este tiempo y sois muchos los que me seguís cada semana. Al principio publicaba
en este blog una selección de fotos personales, pero aunque la fotografía es
otra de mis pasiones, no he encontrado el tiempo necesario para crear un hábito.
Para agradecer vuestra fidelidad, he asignado cada imagen a un artículo. Si
bien no hay tantas como textos, os propongo un pequeño juego: releer antiguos
artículos en busca de esos guiños. Porque mientras estéis ahí, leyendo, seguiré
escribiendo desde el extranjero, sintiéndome un poco más cerca de vosotros,
pero todavía lejos.
Ginebra, 09/06/2012
Los decorados se superponen y la ciudad, fondo activo de nuestras vidas, se muestra ante nosotros desafiante, retándonos a interpretar los restos de un mundo inacabado.
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