domingo, 3 de abril de 2016

Pantomimas virtuales

La vida en el extranjero no siempre es fácil y la distancia distorsiona la apreciación de las cosas. Sentimos más intensamente cada minuto, las alegrías se multiplican, pero las situaciones difíciles se convierten en grandes tragedias. En Francia he vivido los momentos más felices, pero también los más tristes de mi vida.

Es imposible ser objetivo, pues una lógica alucinación nos nublará cada vez que hablemos con nuestra familia. Pensaremos que a veces nos mienten para ocultar pequeñas o grandes desgracias, para evitar que cojamos el primer avión de vuelta o que nos preocupemos mientras en la lejanía no podemos hacer nada. Quieren impedir que la frustración o la impotencia trunquen nuestra estancia. Pensaremos que representan una pequeña pieza de teatro en la que todo va siempre bien. Guiados por el mismo razonamiento, intentaremos hacer lo propio en nuestro lado de la pantalla, pues sabemos que el desconocimiento de nuestra situación les lleva a imaginar en exceso. Y así, sin quererlo, nuestros encuentros virtuales se transformarán en pantomimas con el único objeto de comprobar que cada uno sigue ahí, mientras el tiempo cambia nuestros rostros.

El medio más eficaz que conozco para alterar nuestra percepción del tiempo, que fluye vacío mientras espera que lo llenemos con inquietudes, anhelos y esperanzas, es viajar. Pasará más rápido cuanto más nos alejemos de nuestro punto de partida, tanto que cuando echemos la vista atrás comprobaremos que nuestra forma de ver las cosas habrá cambiado y necesitaremos algún tipo de corrección si queremos volver a verlo todo como antes. Nuestro nuevo modo de observar nos hará sentir cada momento de diferente manera y, así, el tiempo se mostrará saturado a nuestros ojos. En ese mundo más ocupado echaremos de menos pequeños hábitos que perderán su sentido.

En la distancia los malos momentos se percibirán de forma distinta y se transformarán en abismos infranqueables. La lejanía nos obligará a interpretar las cosas e imaginar lo que no logremos ver. Esa es la trampa de la vida, que nos puede salvar o torturar dependiendo de nuestra apreciación. No importa que sea acertada, sino que nos ayude en la situación que vivamos. Una vez utilicé el viaje para huir de una realidad que había imaginado demasiado difícil. En pocos meses visité tres países y me refugié en un ritmo frenético para aceptar lo que no podía cambiar. Conseguí que el tiempo desapareciera, pero la velocidad hizo que el choque con la verdad fuera aún más duro.

Cuando vivimos en el extranjero tenemos la impresión de que el tiempo pasa demasiado rápido y se debe al simple hecho de ocuparlo con cosas que en nuestra tierra pasan desapercibidas, que son banales para cualquiera, pero que en otro contexto suponen todo un descubrimiento. También influye que todo cueste más esfuerzo al tener que adaptarnos antes de tomar cualquier decisión y superar continuamente barreras a las que nunca nos habíamos enfrentado antes. Una de las más importantes es la lengua y nos acompañará por mucho que la dominemos, pues siempre hay determinadas cosas que expresaremos mejor en nuestro idioma y, cómo no, con más rapidez. La intuición, esa que durante años hemos ejercitado, entrará en juego, nos ayudará cuando la necesitemos y la echaremos en falta cuando hablemos en una lengua extranjera, pues tendremos que entrenarla de nuevo. Ciertos automatismos aprendidos a lo largo de nuestra vida ya no servirán y se convertirán en nuevos obstáculos que harán un poco más difícil nuestro camino, amenazándonos incluso con tropezar.

Por eso, cuando vayamos de vacaciones a nuestro país una extraña sensación de alivio vendrá a nosotros nada más salir del avión. Será la percepción de que todo es más fácil. Ya no necesitaremos la pesada armadura que en el extranjero nos protege de ataques inesperados. Ya no hará falta dar una imagen determinada para luchar contra estereotipos impuestos. Ya no habrá nada que perder. Ya no tendremos que representar más pantomimas virtuales y podremos al fin tocar la realidad que tan distorsionada se veía en la distancia. Vendrá a nosotros una sensación parecida a la seguridad que advertimos cuando volvemos a la casa en donde hemos pasado nuestra infancia y nos hemos visto protegidos. Estaremos por fin en casa.    

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