domingo, 17 de abril de 2016

Burocracia innecesaria

Creamos barreras que limitan nuestra libertad. Nos perdemos entre obstáculos que suponen un laberinto donde, una vez dentro, olvidamos que existe una salida, así como la necesidad de encontrarla. Se interponen entre nosotros y el mundo real, lo que de verdad importa. Es nuestra derrota y es su victoria, la que querían quienes edificaron los muros que nos impiden ver el sol, quienes dijeron que eran imprescindibles. Necesitan controlarnos, porque somos muchos y se puede abusar más fácilmente de quien tiene los ojos vendados. Impunemente. Lo han hecho desde hace tanto tiempo que es imposible distinguir la verdad. Si asumimos estas trabas y perdemos nuestros derechos, ¿cómo podremos quejamos de su existencia y reclamar la vida que una vez nos perteneció? ¿Cómo podremos salir de nuestra celda sin puertas ni ventanas?

Cada país tiene sus métodos de control, de abuso de poder, de creación de ilusiones que garantizan la impunidad de un sistema defectuoso. Los he sufrido en España, pero también en Francia. Uno de esos procedimientos es la excesiva burocracia que invade nuestras vidas. Pasamos demasiado tiempo haciendo colas, yendo de una institución a otra, rellenando formularios cuya utilidad desconocemos, enviando correos a entidades oficiales que no dudan en rechazarlos para pedir más papeles, recopilando documentos y firmas hasta que llega un momento en que olvidamos por qué hacemos las cosas. Nos preguntamos por qué no puede ser más fácil, por qué perdemos tanto tiempo de nuestras vidas en intrincados trámites sin sentido. Reprimimos las ganas de dejarlo todo cuando el funcionario de turno nos dice que el papel que tanto esfuerzo nos ha costado conseguir no tiene el sello que necesita o la fecha adecuada (en Francia, un papel de más de tres meses no sirve para nada). Al fin y al cabo él no tiene la culpa y sólo es la última pieza de un sistema cuyos responsables permanecen en la sombra o cambian tan a menudo que es imposible saber quiénes son.

En el país galo saben que tienen una administración muy compleja y lo asumen. A veces incluso bromean diciendo que son los campeones de Europa de papeleo. Así es, pero no parecen querer dejar de serlo. Tal vez suponga la supresión de demasiados puestos de trabajo que nadie sabe para qué sirven, pero permiten que el amigo o el familiar de no se sabe quién se gane la vida confortablemente. Recopilan montañas de papeles en carpetas atiborradas para justificar su sueldo. Y nosotros, al otro lado de la mesa, nos volvemos locos rellenando nuevos documentos y perdiendo el tiempo que necesitaríamos para encontrar un sentido a lo que no lo tiene. Muchos trámites se hacen ahora por internet, donde rechazar un documento es todavía más fácil y errores informáticos o confusas páginas web complican lo que deberían simplificar. Ya he contado en otras ocasiones mis dificultades para reunir los documentos necesarios para una boda o para votar desde el extranjero (por extraño que parezca es más complicado que casarse) y últimamente he tenido que enfrentarme a la inscripción de un nacimiento, que ya contaré más en detalle.

"Pensaba que la administración francesa era complicada, pero esto es peor todavía". Esta frase la escuché en boca de un francés que esperaba su turno en el consulado de España en Lyon. No hace mucho tiempo tuve que ir para hacerle el pasaporte a mi hijo. Esperé más de veinte minutos, a pesar de que desde hace unos meses sólo se puede ir con cita previa para agilizar los trámites. Esperar con un bebé de apenas dos meses no es fácil, sobre todo si tiene hambre y empieza a llorar para demostrar la capacidad de sus pulmones. Cuando llegó mi turno pensé que sería un trámite fácil y rápido, pues en este caso ni siquiera se pueden tomar las huellas dactilares, pero nada más lejos de la realidad. Mi mujer y yo (pues la presencia de los dos padres es necesaria para los menores de edad) firmamos hasta tres formularios distintos y no pude disimular mi sorpresa cuando vi uno de ellos, pues me obligaba a indicar el municipio en que mi hijo votaría. Si no puedo decir qué será de mi vida dentro de dos años, ¿cómo voy a saber dónde estaré dentro de dieciocho? Miré a mi hijo, que lloraba desesperado mientras su madre preparaba un biberón, y después a la funcionaria, preguntándole qué sentido tenía todo aquello, porque yo no lo veía. Se limitó a decir que si no rellenaba el papel, no tendría el pasaporte. Entonces recordé la verdadera razón por la que estaba en el consulado: conseguir esa pequeña libreta granate que nos permitirá volar, romper ataduras, olvidar lo que nos limita y descubrir el mundo que existe al otro lado del laberinto en que vivimos.

Sede de la ONU, Ginebra, 09/06/2012

A veces nos preguntamos para qué sirven ciertas instituciones, pero basta mirar con atención para descubrir que no es tan difícil encontrar vida en lo inerte, de la misma manera que lo necesario se esconde tras lo inesperado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario