Abandonamos nuestro país
hace más o menos tiempo en busca de un trabajo que se nos negó. Lo
hicimos por el simple hecho de ejercer la profesión que estudiamos,
tener una vida propia o ganar un sueldo digno con unas condiciones
aceptables. Partir no es sinónimo de éxito y son muchos los que
vuelven con las manos vacías o los que malviven con trabajos
precarios que nunca hubieran imaginado hacer. Unos llevan apenas unos
meses, mientras otros vemos pasar los años con demasiada rapidez.
Nuestro país de origen nos ignora y nuestras visitas son tan escasas
que hacen invisible nuestra lucha y convierten nuestra ausencia en sinónimo de olvido. Nuestro país de acogida nos mira con recelo
aunque nos haya aceptado, insinuando que quitamos el pan a sus hijos
cuando estamos mejor cualificados que ellos. Poco importa la nación
en que estemos, pues todos vivimos en una tierra de nadie de la que
es imposible escapar.
Empezamos desde cero,
creamos una nueva vida en un lugar desconocido y somos felices con
ella. Hicimos amigos, encontramos una pareja y, algunos, formamos una
familia. Aprendimos otra lengua, conocimos otra cultura y descubrimos
otros lugares. Nuestra experiencia nos enseñó a relativizar y a
reconocer nuestra posición en el complejo rompecabezas en que
vivimos. Nos enriquecimos mirando el mundo con nuevos ojos,
disfrutamos de la vida con todos sus matices, crecimos y maduramos,
aunque ello no significa que la nostalgia no nos visite de vez en
cuando y no echemos de menos a las personas importantes que dejamos
atrás.
Admiramos a los que se
quedaron en España, a los que siguen luchando para llegar a fin de
mes con empleos precarios y temporales, a los que siguen teniendo
ganas de levantarse cada día y sonreírle a la vida a pesar de
llevar demasiados años en el paro y no poder mantener a su familia.
Respetamos a los que siguen estudiando y formándose indefinidamente,
que piensan que una buena preparación les garantizará un puesto
cuando todo vuelva a ser como antes, aunque empiecen a darse cuenta
de que nada será lo que era, pues tras la catarsis de la crisis nos
debería esperar un nuevo mundo al que nadie está preparado y al que
deberemos adaptarnos para sobrevivir en él.
Somos los que vivimos
lejos de nuestras familias, los que faltamos siempre que hay
cualquier celebración motivo de alegría, los que sufrimos cuando no
podemos abrazar a nuestros parientes enfermos para dar un último
ánimo antes de que nos dejen. Los vemos crecer, envejecer y morir
desde una fría pantalla. Nuestras contadas visitas no nos permiten
disfrutar de los nuestros todo lo que nos gustaría, ni ver a toda la
gente que nos importa y recordamos cuando estamos fuera, y sólo
sirven para acelerar nuestra percepción del paso del tiempo.
La tierra de nadie es un
lugar entre dos países donde quedan atrapados los que un día
dejaron su casa para buscar un mundo mejor. Es un territorio
únicamente reconocible cuando ya estamos en él, cuando en nuestro
país nos ven como los que nos fuimos, los que sólo vuelven de
visita y que, como tales, pierden cada vez más importancia en la
vida de los que se quedaron. Nuestra ausencia nos hizo perder el
puesto que un día tuvimos y nuestra ciudadanía se transforma en un
mero título honorífico que guardamos en el corazón. En el país al
que llegamos nuestro acento nos delata y nos señalará siempre como
extranjeros. Por mucho que nos integremos, nos verán como los que
tienen sus raíces lejos de las suyas y, por tanto, son herederos de
una cultura y un carácter ajenos. Entre ambos bandos nos sentiremos
en algún momento rechazados y nos convertimos en apátridas que no
pertenecen a ningún sitio, en habitantes de un mundo global
condenados a una deriva indefinida.
A todos los que dudan en
cruzar nuestras fronteras les diré que cambiar de país fue la mejor
decisión que tomé en mi vida, aunque tuvieron que pasar seis años
para convencerme de ello. Les diré también que no es una opción
fácil, que nadie les regalará nada, que lucharán contra prejuicios
que complicarán su camino, que nunca se adaptarán si no son capaces
de abrirse lo suficiente, que los resultados no dependerán
forzosamente del esfuerzo realizado y que deben estar dispuestos a
entrar en un complejo campo minado donde cualquier paso en falso
puede ser definitivo. Bienvenidos a la tierra de nadie, un lugar
invisible y sin fronteras donde el que entra, nunca sale.
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