domingo, 20 de marzo de 2016

Tierra de nadie

Abandonamos nuestro país hace más o menos tiempo en busca de un trabajo que se nos negó. Lo hicimos por el simple hecho de ejercer la profesión que estudiamos, tener una vida propia o ganar un sueldo digno con unas condiciones aceptables. Partir no es sinónimo de éxito y son muchos los que vuelven con las manos vacías o los que malviven con trabajos precarios que nunca hubieran imaginado hacer. Unos llevan apenas unos meses, mientras otros vemos pasar los años con demasiada rapidez. Nuestro país de origen nos ignora y nuestras visitas son tan escasas que hacen invisible nuestra lucha y convierten nuestra ausencia en sinónimo de olvido. Nuestro país de acogida nos mira con recelo aunque nos haya aceptado, insinuando que quitamos el pan a sus hijos cuando estamos mejor cualificados que ellos. Poco importa la nación en que estemos, pues todos vivimos en una tierra de nadie de la que es imposible escapar.

Empezamos desde cero, creamos una nueva vida en un lugar desconocido y somos felices con ella. Hicimos amigos, encontramos una pareja y, algunos, formamos una familia. Aprendimos otra lengua, conocimos otra cultura y descubrimos otros lugares. Nuestra experiencia nos enseñó a relativizar y a reconocer nuestra posición en el complejo rompecabezas en que vivimos. Nos enriquecimos mirando el mundo con nuevos ojos, disfrutamos de la vida con todos sus matices, crecimos y maduramos, aunque ello no significa que la nostalgia no nos visite de vez en cuando y no echemos de menos a las personas importantes que dejamos atrás.

Admiramos a los que se quedaron en España, a los que siguen luchando para llegar a fin de mes con empleos precarios y temporales, a los que siguen teniendo ganas de levantarse cada día y sonreírle a la vida a pesar de llevar demasiados años en el paro y no poder mantener a su familia. Respetamos a los que siguen estudiando y formándose indefinidamente, que piensan que una buena preparación les garantizará un puesto cuando todo vuelva a ser como antes, aunque empiecen a darse cuenta de que nada será lo que era, pues tras la catarsis de la crisis nos debería esperar un nuevo mundo al que nadie está preparado y al que deberemos adaptarnos para sobrevivir en él.

Somos los que vivimos lejos de nuestras familias, los que faltamos siempre que hay cualquier celebración motivo de alegría, los que sufrimos cuando no podemos abrazar a nuestros parientes enfermos para dar un último ánimo antes de que nos dejen. Los vemos crecer, envejecer y morir desde una fría pantalla. Nuestras contadas visitas no nos permiten disfrutar de los nuestros todo lo que nos gustaría, ni ver a toda la gente que nos importa y recordamos cuando estamos fuera, y sólo sirven para acelerar nuestra percepción del paso del tiempo.

La tierra de nadie es un lugar entre dos países donde quedan atrapados los que un día dejaron su casa para buscar un mundo mejor. Es un territorio únicamente reconocible cuando ya estamos en él, cuando en nuestro país nos ven como los que nos fuimos, los que sólo vuelven de visita y que, como tales, pierden cada vez más importancia en la vida de los que se quedaron. Nuestra ausencia nos hizo perder el puesto que un día tuvimos y nuestra ciudadanía se transforma en un mero título honorífico que guardamos en el corazón. En el país al que llegamos nuestro acento nos delata y nos señalará siempre como extranjeros. Por mucho que nos integremos, nos verán como los que tienen sus raíces lejos de las suyas y, por tanto, son herederos de una cultura y un carácter ajenos. Entre ambos bandos nos sentiremos en algún momento rechazados y nos convertimos en apátridas que no pertenecen a ningún sitio, en habitantes de un mundo global condenados a una deriva indefinida.

A todos los que dudan en cruzar nuestras fronteras les diré que cambiar de país fue la mejor decisión que tomé en mi vida, aunque tuvieron que pasar seis años para convencerme de ello. Les diré también que no es una opción fácil, que nadie les regalará nada, que lucharán contra prejuicios que complicarán su camino, que nunca se adaptarán si no son capaces de abrirse lo suficiente, que los resultados no dependerán forzosamente del esfuerzo realizado y que deben estar dispuestos a entrar en un complejo campo minado donde cualquier paso en falso puede ser definitivo. Bienvenidos a la tierra de nadie, un lugar invisible y sin fronteras donde el que entra, nunca sale.  

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