Nuestro camino se dibuja
por medio de elecciones. Cada una de nuestras decisiones, por
pequeñas que puedan parecer, condicionan no sólo el resto de
nuestras vidas, sino también el de las personas que nos rodean. Me
gustaría pensar que nuestro voto servirá de algo más que para dar
de comer a una clase política inútil, desvergonzada, corrupta y
únicamente preocupada por conservar su estatus decadente. Han
inventado un complejo sistema para impedir que votemos los que
estamos fuera, pero he conseguido pasar por encima de sus obstáculos
y participaré en las elecciones del 20D. Me gustaría pensar que mi
voto no se hundirá en el limbo de las promesas olvidadas, sino que
será un pequeño empujón que alimentará un efecto dominó que a
estas alturas nadie puede parar.
Recuerdo cuando, de niño,
veía la sucesión de políticos que ocupaba la mayor parte del
telediario, convencido de que algún día votaría al que creyera más
justo. No importaba lo que dijeran, pues se trataba de la repetición
de una obra de teatro durante demasiado tiempo ensayada. A mis
inocentes ojos no les costó adivinar aquella tendencia que nunca
aportaba nada nuevo: ningún partido proponía nada y se limitaban a
hablar mal el uno del otro, mientras el espectador se preguntaba qué
le importaba ese triste espectáculo. Cuando alcancé la mayoría de
edad seguía pensando como aquel crío de once años, pues el sentido
común reside en cada uno de nosotros y siempre sale a la luz sin que
nadie lo llame. Pensaba que el voto en blanco sería una buena
crítica al sistema, pero carecía de consecuencias. Al llegar a
Francia a mis amigos gabachos les chocaba mi escepticismo. Me
insistían en que votar es un deber cívico y además es la única
forma de participar en nuestro gobierno, de mostrar el descontento
hacia una subida de impuestos o cualquier otra decisión que influya
en nuestra vida diaria. Pensé que tal vez al otro lado de los
pirineos las cosas son distintas, los políticos son honrados y se
merecen ser elegidos, pero no hay nada más lejos de la realidad.
En el partido de Sarkozy
(UMP) la corrupción estaba a la orden del día (aquí también
tienen su propio Bárcenas) y el caso más sonado fue la financiación
ilegal de la campaña electoral que lo llevó a la presidencia. Su
imagen estaba tan degradada que hasta tuvieron que cambiar de nombre
("Les républicains" lo llaman ahora). Por otro lado el
actual gobierno socialista ha defraudado a sus electores y ha
demostrado ser incapaz de frenar una crisis que ataca cada vez con
más fuerza, como prueba una tasa de paro del 10% que supone una
vergüenza para el país (cuando en España con el doble de paro el
gobierno se felicita y se digna a decir que la crisis es cosa del
pasado). En medio de todo este desorden, el Frente Nacional se ha
dedicado a recoger a todos los desencantados con un bipartidismo
fracasado. Hoy se celebra la segunda vuelta de las elecciones
regionales y el país entero tiembla mientras se pregunta hasta dónde
llegará este castigo político. Las rancias ideas de la ultraderecha
demuestran que el sistema democrático necesita una buena reforma y
que de poco sirve elegir cuando al otro lado no hay políticos
competentes que ofrezcan confianza en el futuro. Así que vuelvo la
mirada a nuestra querida España y el panorama me parece al menos más
esperanzador. Nos
contentamos con un bipartidismo vencido, pero pasarán muchas
generaciones antes de ver saneada nuestra clase política. Aunque el
camino es largo, creo que el primer paso ya se ha dado.
Como moraleja de esta
historia, al final acabé dando la razón a mis amigos franceses y
fui a votar. El 23 de marzo de 2014 participé en mis primeras
elecciones francesas para elegir al alcalde de Dijon, donde vivía
entonces. Ahora es mi país el que me llama para votar, pero confieso
que me fue mucho más fácil hacerlo en Francia. Los que nos fuimos
tenemos que darnos de alta en el censo de españoles residentes en el
extranjero y mandar una solicitud a nuestra ciudad natal antes del 22
de noviembre, desde donde envían la documentación electoral
necesaria (este trámite es presencial y debe hacerse en el
consulado, que cierra los fines de semana). Después hay que mandar
el voto por correo al consulado para que ellos lo envíen de vuelta a
la ciudad natal... Imaginen ahora a todos los que tengan que pedir un
día libre en el trabajo para desplazarse, a los que no puedan
permitírselo o a los que crean que tienen hasta el 20 de diciembre.
En Francia, por ejemplo, es posible el voto por procuración:
autorizar a otra persona para que meta nuestro voto en la urna.
Fácil, ¿no? Así que uno se pregunta por qué tantos esfuerzos por
complicarnos la vida y qué se esconde detrás de todo esto. Nosotros
votamos y ellos nos defraudan. Hasta que alguien demuestre lo
contrario.
Vergüenza me da, toda de la que carecen "nuestros" políticos, decir los años que llevo sin votar. Entiendo tu postura y, ni qué decir tiene, que la comparto.
ResponderEliminar"La mayor parte de la gente pasa por la vida gastando la mitad de su energía en intentar proteger una dignidad de la que carece", como dijo Raymond Chandler en su recomendable "El largo adiós"
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