domingo, 4 de febrero de 2018

Una historia de odio (más)

Es difícil amar a la especie invasora. A lo extraño o a lo desconocido. Porque hacerlo significa arriesgar, salir de nuestro mundo de seguridades, romper prejuicios y entrar en el terreno de la duda, donde podemos no ser bien recibidos. Odiar es, en cambio, fácil. No requiere asumir ningún riesgo, pues siempre hay una excusa por que llevar la contraria al prójimo y evitar que cambie nuestra inamovible vida. Sobre todo si es la mayoría la que señala con el dedo y tira la primera piedra.

La historia sucedió en Pedrera, un pueblo de Sevilla, hace unas semanas, pero pudo haber sucedido en cualquier lugar de España. El detonante fue un accidente de tráfico leve, dos españoles por un lado y tres rumanos por otro, que acabó en pelea. La conducción no saca lo mejor de nosotros mismos y si hay un accidente de por medio, apaga y vámonos. La trifulca acabó con un herido, el conductor español, y encendió la chispa de un brote xenófobo de nefastas consecuencias: una decena de coches de rumanos volcados, protestas en la calle, gritos frente a las casas de familias rumanas... Y para calmar los ánimos, al alcalde no se le ocurrió otra cosa que hilar una fina ironía que nadie comprendió, se descontextualizó y acabó siendo viral en internet. "A mí me gustaría ver a gente fusilada", fue la frase de la polémica. Si bien hay que ver el discurso total para entenderla, fue muy desafortunada y me recuerda a quienes hablan diciendo cuanto se les pasa por la cabeza y, si alguien se ofende, improvisan un "eso son bromas, hombre, son maneras de hablar" (respuesta literal que dio el alcalde para aclarar el malentendido).

Estas escenas hacen pensar en un pasado no muy lejano, pues sus protagonistas han olvidado que estamos en pleno siglo veintiuno. Y eso no sólo significa que podemos grabar las ocurrencias de un alcalde con nuestro teléfono y subirlas a la red para escarnio público, sino que tenemos más de veinte siglos a nuestras espaldas de los que hay que aprender. Que poco a poco y con mucho esfuerzo nos hemos convertido en una sociedad tolerante. Y aunque ahora somos políticamente correctos, por nuestras venas no ha dejado de correr la envidia y el odio. Cuando nos cuesta contenerlos, salen a la luz en twitter o en situaciones como la vivida en Pedrera. A sus habitantes les daré sólo dos consejos, ya mencionados otras veces en este blog, para acabar con sus enfrentamientos: que lean y viajen. Leer es una posibilidad barata e incluso gratuita (para algo están las bibliotecas municipales). Gracias a los libros podemos entender el pasado y aprender de nuestros errores: servirnos de la cultura para amueblar nuestra mente. Estudiar todos los puntos de vista para crear el nuestro. Incluso internet nos puede ayudar, si usamos la red de un modo adecuado, en la difícil tarea de comprender nuestro mundo con toda su complejidad.

Viajar nos permite conocer otras realidades de primera mano y nos aporta una visión global de las cosas. Lo mejor es vivir durante una temporada en otro país y formar parte de esa pequeña comunidad extranjera que es mirada con recelo por los habitantes locales. Viajar ayuda a tirar por tierra ideas preconcebidas y comprobar que Rumanía es un país como el nuestro, con sus luces y sus sombras, que no merece el desprecio al que es sometido de forma generalizada. Precisamente esta semana, un gran amigo (español y arquitecto para más señas) me hablaba de las oportunidades laborales que hay allí. Tras la represión comunista, el país de Drácula ha ido despertando poco a poco de su letargo hasta llegar al efervescente presente. Los cambios se suceden a gran velocidad y facilitan la construcción de un mundo nuevo. Algo que no deja de recordarme a los años que siguieron a la transición española, en que nuestro país cambió profundamente y nos recordó que todo es posible si creemos en ello.


Así que, frente al saturado panorama de la arquitectura española del que hablé la semana pasada, Rumanía ofrece una solución real. La vida ha acabado invirtiendo las tornas y demostrando, una vez más, que la historia es, ha sido y será, cíclica. Tal vez algunos habitantes de Pedrera encuentren allí mejores oportunidades que en su pueblo. Hacer las maletas y empezar desde cero en un país extranjero es un ejercicio de humildad que todo el mundo debería hacer al menos una vez en la vida. La lucha nos curte y nos ayuda a ver el futuro con esperanza, aun cuando ciertos actos mermen nuestra confianza en el género humano.   

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