Es
difícil amar a la especie invasora. A lo extraño o a lo
desconocido. Porque hacerlo significa arriesgar, salir de nuestro
mundo de seguridades, romper prejuicios y entrar en el terreno de la
duda, donde podemos no ser bien recibidos. Odiar es, en cambio,
fácil. No requiere asumir ningún riesgo, pues siempre hay una
excusa por que llevar la contraria al prójimo y evitar que cambie
nuestra inamovible vida. Sobre todo si es la mayoría la que señala
con el dedo y tira la primera piedra.
La
historia sucedió en Pedrera, un pueblo de Sevilla, hace unas
semanas, pero pudo haber sucedido en cualquier lugar de España. El
detonante fue un accidente de tráfico leve, dos españoles por un
lado y tres rumanos por otro, que acabó en pelea. La conducción no
saca lo mejor de nosotros mismos y si hay un accidente de por medio,
apaga y vámonos. La trifulca acabó con un herido, el conductor
español, y encendió la chispa de un brote xenófobo de nefastas
consecuencias: una decena de coches de rumanos volcados, protestas en
la calle, gritos frente a las casas de familias rumanas... Y para
calmar los ánimos, al alcalde no se le ocurrió otra cosa que hilar
una fina ironía que nadie comprendió, se descontextualizó y acabó
siendo viral en internet. "A mí me gustaría ver a gente
fusilada", fue la frase de la polémica. Si bien hay que ver el
discurso total para entenderla, fue muy desafortunada y me recuerda a
quienes hablan diciendo cuanto se les pasa por la cabeza y, si
alguien se ofende, improvisan un "eso son bromas, hombre, son
maneras de hablar" (respuesta literal que dio el alcalde para
aclarar el malentendido).
Estas
escenas hacen pensar en un pasado no muy lejano, pues sus
protagonistas han olvidado que estamos en pleno siglo veintiuno. Y
eso no sólo significa que podemos grabar las ocurrencias de un
alcalde con nuestro teléfono y subirlas a la red para escarnio
público, sino que tenemos más de veinte siglos a nuestras espaldas
de los que hay que aprender. Que poco a poco y con mucho esfuerzo nos
hemos convertido en una sociedad tolerante. Y aunque ahora somos
políticamente correctos, por nuestras venas no ha dejado de correr
la envidia y el odio. Cuando nos cuesta contenerlos, salen a la luz
en twitter o en situaciones como la vivida en Pedrera. A sus
habitantes les daré sólo dos consejos, ya mencionados otras veces
en este blog, para acabar con sus enfrentamientos: que lean y viajen.
Leer es una posibilidad barata e incluso gratuita (para algo están
las bibliotecas municipales). Gracias a los libros podemos entender
el pasado y aprender de nuestros errores: servirnos de la cultura
para amueblar nuestra mente. Estudiar todos los puntos de vista para
crear el nuestro. Incluso internet nos puede ayudar, si usamos la red
de un modo adecuado, en la difícil tarea de comprender nuestro mundo
con toda su complejidad.
Viajar
nos permite conocer otras realidades de primera mano y nos aporta una
visión global de las cosas. Lo mejor es vivir durante una temporada
en otro país y formar parte de esa pequeña comunidad extranjera que
es mirada con recelo por los habitantes locales. Viajar ayuda a tirar
por tierra ideas preconcebidas y comprobar que Rumanía es un país
como el nuestro, con sus luces y sus sombras, que no merece el
desprecio al que es sometido de forma generalizada. Precisamente esta
semana, un gran amigo (español y arquitecto para más señas) me
hablaba de las oportunidades laborales que hay allí. Tras la
represión comunista, el país de Drácula ha ido despertando poco a
poco de su letargo hasta llegar al efervescente presente. Los cambios
se suceden a gran velocidad y facilitan la construcción de un mundo
nuevo. Algo que no deja de recordarme a los años que siguieron a la
transición española, en que nuestro país cambió profundamente y
nos recordó que todo es posible si creemos en ello.
Así
que, frente al saturado panorama de la arquitectura española del que
hablé la semana pasada, Rumanía ofrece una solución real. La vida
ha acabado invirtiendo las tornas y demostrando, una vez más, que la
historia es, ha sido y será, cíclica. Tal vez algunos habitantes de
Pedrera encuentren allí mejores oportunidades que en su pueblo. Hacer las maletas y
empezar desde cero en un país extranjero es un ejercicio de humildad
que todo el mundo debería hacer al menos una vez en la vida. La
lucha nos curte y nos ayuda a ver el futuro con esperanza, aun cuando
ciertos actos mermen nuestra confianza en el género humano.
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