Inspiramos con fuerza y sentimos cómo
nuestros pulmones se llenan de un extraño aire. No lo podemos ver,
pero sabemos que contiene algo distinto. Un aroma impregna el
ambiente, lo define y cambia con cada temporada. Nos recuerda
sensaciones pasadas y nos hace revivir momentos casi olvidados.
Espiramos y empezamos de nuevo, intentando distinguir esta vez los
ingredientes del postre que acabamos de probar, iniciando un
inevitable viaje a un destino que nos es familiar.
Si en Francia enero sabe (y huele) a
galette des rois (torta de hojaldre y crema de almendras,
equivalente a nuestro roscón de reyes), febrero sabe a crêpes.
Como manda la tradición, el día de la Candelaria (2 de febrero) se
preparan toneladas de esa fina masa que podemos rellenar a nuestro
antojo: azúcar, mermeladas de todo tipo, caramelo, chocolate, nata,
helado... Siendo una de las combinaciones más acertadas (y clásicas)
los deliciosos crêpes con caramelo a la mantequilla salada.
Este irresistible postre procede de la región de Bretaña, aunque se
consume en todo el país, ya sea en los socorridos puestos de comida
ambulantes o en las cuidadas "crêperies". En éstas
encontraremos también los crêpes salados o "galettes",
hechos con harina de trigo sarraceno y rellenos con embutido,
cebolla, champiñones, varios tipos de queso y muchos más
ingredientes que explotan la versatilidad de una masa cuya
utilización se ha extendido por todo el mundo. Y, como es costumbre,
acompañaremos nuestros crêpes con una buena sidra bretona,
servida en un pequeño bol (o bolée). Siempre me ha gustado
esta particular manera que tienen los franceses de empezar el año.
Las galettes de rois o los crêpes son meras excusas
para organizar una merienda o una cena entre familiares y amigos,
para combatir con calor humano y buenos momentos en torno a una mesa
el frío, la lluvia y la nieve del rudo invierno.
Febrero también sabe a "bugnes"
(buñuelos de carnaval),
un postre típico de Lyon
que la tradición manda comer en mardi gras (o
martes de carnaval). Se trata de una masa, hecha con harina, huevos,
mantequilla, azúcar y levadura, que no tiene mucho misterio y que
podemos encontrar en muchos otros países, como en Italia, en Rumanía
o en España, por citar tres ejemplos. En el fondo no nos
diferenciamos tanto como creemos y lo que pensamos que son
especialidades locales, son, en realidad, manifestaciones del
subconsciente colectivo, que cambian de nombre o forma dependiendo de
donde nos encontremos. Basta con viajar o conversar con personas de
distintos orígenes para rebajar un poco nuestro orgullo hacia todas
las cosas que imaginamos genuinas de nuestra tierra. Fue así como me
dí cuenta de que las torrijas también se comen en Francia (donde se
llaman con acierto "pan perdido", "pain
perdu"), en Rumanía y en
muchos otros sitios. Una amiga china me explicó que la leche frita
también se puede probar en su país, así como el arroz con leche,
que procede precisamente de Asia, desde donde se exportó a todo el
planeta.
También
hay productos que, aunque los encontremos en otros lugares, no se
utilizan de igual manera. Un claro ejemplo son los jarabes (sirops
en francés), que en España asociamos más a los medicamentos, pero
que en Francia son bebidas muy consumidas, sobre todo entre el
público infantil. Estos concentrados de innumerables sabores (fresa,
granada, menta...) se mezclan con agua para preparar bebidas
refrescantes o acompañar postres. Fue una de las sorpresas que me
deparó el país galo y que, todo hay que decirlo, no termina de
convencerme. Aún así, combinados con ciertos licores dan lugar a
cócteles que no están nada mal, como el kir (vino
blanco con crème de cassis).
Y a
pesar de que las bugnes
no sean tan lionesas como nos quieren vender, Lyon sí que puede
presumir de un chef local fuera de lo común, que llevó la cocina
tradicional a un ámbito superior, al de la llamada "nouvelle
cuisine". Se trata de Paul
Bocuse, considerado como "el chef del siglo" y cuyo
principal mérito fue el de dignificar a los cocineros. Aunque murió
el pasado veinte de enero, le sobrevive un legado que nunca
desaparecerá. Su cocina ya forma parte del subconsciente colectivo,
como todas esas recetas que dan la vuelta al mundo y que hoy he
querido repasar. Esas que hablan del choque cultural entre varios
países, pero nos demuestran que todos pisamos la misma tierra y nos
reconocemos en ella. Y no hay que despreciar o ensalzar unas respecto
a otras, sino asumirlas como un rico patrimonio que solo nuestro
personal gusto se encargará de ordenar.
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