domingo, 18 de febrero de 2018

Segundas partes

Cuando decimos que segundas partes nunca fueron buenas, nos referimos a la continuación de una obra que pensábamos acabada. La siguiente página era una hoja en blanco o el próximo fotograma empezaba una interminable lista de nombres. La llegada de una continuación nos alegraba o decepcionaba, dependiendo de la calidad de la misma. Las series, sin embargo, utilizan la prolongación para profundizar en los personajes y acercarse a nuestra forma de percibir la realidad. Porque la vida no se para tras un supuesto final y siempre sigue, inconmovible, a nuestro pesar o a nuestro favor. Por eso quiero mostrar hoy las segundas partes de historias que relaté un día en este blog y que siguieron vivas después de su publicación.

Si en “la biblioteca del emigrante” (5/11/2017) hablaba de la curiosa existencia de la “partagère” (también llamada “givebox”), una estantería que, en medio de una plaza, facilitaba el intercambio de cualquier objeto de segunda mano, hoy tengo que lamentar su desaparición. En la pasada nochevieja, un desaprensivo quemó parte de la misma. Tras el triste acontecimiento, los vecinos de mi barrio no tardaron en movilizarse para desmontarla, repararla y darle así una segunda vida. En la página de facebook “Givebox Saint Louis La Partagère” podemos seguir el estado de la restauración y contribuir a la causa aportando madera o pintura. Resulta emocionante ver cómo el espíritu de la partagère sigue presente a pesar de su ausencia. Los bancos cercanos se han convertido en el nuevo e improvisado soporte de la humana necesidad de compartir. Aunque apena ver los libros, la ropa o los objetos de turno expuestos a la lluvia de este húmedo invierno, en su favor diré que el cambio de dueño no dura mucho tiempo.

En mi antiguo barrio de Lyon, del que me mudé hace exactamente un año, no existía semejante iniciativa. A pesar de haber dedicado a aquel familiar rincón tres artículos, “encuentros rutinarios” (4/9/2016), “agitado, pero no revuelto” (12/2/2017) y “unos centímetros a la izquierda” (19/2/2017), muchas cosas se quedaron en el tintero. Como, por ejemplo, que el piso en donde viví durante dos años y medio fue alquilado antes por otra pareja multicultural, francés él y española ella. Les resultamos simpáticos y nos eligieron como sus sucesores entre todas las visitas que recibieron. Además, descubrí que ella era de Alicante y habíamos estudiado en la misma universidad, aunque en distintas épocas y facultades. Estaba embarazada, razón por la que dejaron el piso, y la siguiente vez que la vimos iba acompañada por su hijo. Fue cuando nos recomendó su pediatra, que antes le recomendaron otras amigas. Era alguien que trataba muy bien a los niños y se tomaba el tiempo necesario para aclarar cualquier duda y responder cada llamada de los desesperados padres. Con tales referencias, no dudamos en contactarle cuando nació nuestro hijo. Esta singular red de relaciones siguió tejiéndose cuando descubrí que mi socio llevaba a sus hijos al mismo pediatra, pero sobre todo cuando el propio médico nos confesó que su mujer era arquitecta y buscaba un estudio en donde hacer una temporada de prácticas para validar su título. Nosotros necesitábamos a alguien que nos echara una mano y no nos lo pensamos dos veces.       


Así fue como descubrimos que la pareja era de origen sirio (imposible reconocerlo en el perfecto francés que habla el marido) y acabé dedicando un artículo a la mujer, “que no nos lo cuenten otros” (9/7/2017), en que hablaba de la triste suerte del colectivo sirio. La casualidad, llamémosla así, quiso que otro becario sirio, que también mencioné en el artículo, llamara a nuestra puerta. Lo que no dije fue que, para nuestra sorpresa, apenas duró una jornada en el estudio. Nos preocupamos cuando no dio señales de vida al día siguiente: llamamos varias veces a un móvil, que parecía apagado, y acabamos recibiendo un mail en donde explicaba que no podía compatibilizar el ritmo del estudio con un trabajo de verano. Si bien hemos tenido becarios de todo tipo, ninguno es comparable al que hizo las prácticas más cortas de la historia y nos dejó un amargo sabor de boca, una mezcla de falta de seriedad y escasa motivación. Su compatriota, la mujer del pediatra, deploró la imagen que el joven dio de su país, que poco me importó, pues no soy de los que generalizan fácilmente. Ella nos dejó unos meses más tarde, al término de su contrato. Tal vez vuelva algún día, si el trabajo del estudio lo permite, para demostrar que las segundas partes, buenas o malas, son meras conexiones con el complejo y vasto mundo que nos rodea, tan inesperadas como inevitables.

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