Cuando decimos que segundas
partes nunca fueron buenas, nos referimos a la continuación de una obra que
pensábamos acabada. La siguiente página era una hoja en blanco o el próximo
fotograma empezaba una interminable lista de nombres. La llegada de una continuación
nos alegraba o decepcionaba, dependiendo de la calidad de la misma. Las series,
sin embargo, utilizan la prolongación para profundizar en los personajes y
acercarse a nuestra forma de percibir la realidad. Porque la vida no se para
tras un supuesto final y siempre sigue, inconmovible, a nuestro pesar o a
nuestro favor. Por eso quiero mostrar hoy las segundas partes de historias que
relaté un día en este blog y que siguieron vivas después de su publicación.
Si en “la biblioteca del emigrante” (5/11/2017) hablaba de la curiosa existencia
de la “partagère” (también llamada “givebox”), una estantería que, en medio
de una plaza, facilitaba el intercambio de cualquier objeto de segunda mano,
hoy tengo que lamentar su desaparición. En la pasada nochevieja, un
desaprensivo quemó parte de la misma. Tras el triste acontecimiento, los
vecinos de mi barrio no tardaron en movilizarse para desmontarla, repararla y
darle así una segunda vida. En la página de facebook
“Givebox Saint Louis La Partagère” podemos seguir el estado de la restauración
y contribuir a la causa aportando madera o pintura. Resulta emocionante ver
cómo el espíritu de la partagère
sigue presente a pesar de su ausencia. Los bancos cercanos se han convertido en
el nuevo e improvisado soporte de la humana necesidad de compartir. Aunque
apena ver los libros, la ropa o los objetos de turno expuestos a la lluvia de
este húmedo invierno, en su favor diré que el cambio de dueño no dura mucho
tiempo.
En mi antiguo barrio de Lyon,
del que me mudé hace exactamente un año, no existía semejante iniciativa. A pesar
de haber dedicado a aquel familiar rincón tres artículos, “encuentros rutinarios” (4/9/2016), “agitado, pero no revuelto” (12/2/2017) y “unos centímetros a la izquierda” (19/2/2017), muchas cosas se
quedaron en el tintero. Como, por ejemplo, que el piso en donde viví durante
dos años y medio fue alquilado antes por otra pareja multicultural, francés él
y española ella. Les resultamos simpáticos y nos eligieron como sus sucesores entre
todas las visitas que recibieron. Además, descubrí que ella era de Alicante y
habíamos estudiado en la misma universidad, aunque en distintas épocas y facultades.
Estaba embarazada, razón por la que dejaron el piso, y la siguiente vez que la
vimos iba acompañada por su hijo. Fue cuando nos recomendó su pediatra, que
antes le recomendaron otras amigas. Era alguien que trataba muy bien a los
niños y se tomaba el tiempo necesario para aclarar cualquier duda y responder
cada llamada de los desesperados padres. Con tales referencias, no dudamos en
contactarle cuando nació nuestro hijo. Esta singular red de relaciones siguió
tejiéndose cuando descubrí que mi socio llevaba a sus hijos al mismo pediatra,
pero sobre todo cuando el propio médico nos confesó que su mujer era arquitecta
y buscaba un estudio en donde hacer una temporada de prácticas para validar su
título. Nosotros necesitábamos a alguien que nos echara una mano y no nos lo
pensamos dos veces.
Así fue como descubrimos que
la pareja era de origen sirio (imposible reconocerlo en el perfecto francés que
habla el marido) y acabé dedicando un artículo a la mujer, “que no nos lo cuenten otros” (9/7/2017),
en que hablaba de la triste suerte del colectivo sirio. La casualidad, llamémosla
así, quiso que otro becario sirio, que también mencioné en el artículo, llamara
a nuestra puerta. Lo que no dije fue que, para nuestra sorpresa, apenas duró una
jornada en el estudio. Nos preocupamos cuando no dio señales de vida al día siguiente:
llamamos varias veces a un móvil, que parecía apagado, y acabamos recibiendo un
mail en donde explicaba que no podía compatibilizar el ritmo del estudio con un
trabajo de verano. Si bien hemos tenido becarios de todo tipo, ninguno es
comparable al que hizo las prácticas más cortas de la historia y nos dejó un
amargo sabor de boca, una mezcla de falta de seriedad y escasa motivación. Su
compatriota, la mujer del pediatra, deploró la imagen que el joven dio de su
país, que poco me importó, pues no soy de los que generalizan fácilmente. Ella nos
dejó unos meses más tarde, al término de su contrato. Tal vez vuelva algún día,
si el trabajo del estudio lo permite, para demostrar que las segundas partes,
buenas o malas, son meras conexiones con el complejo y vasto mundo que nos
rodea, tan inesperadas como inevitables.
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