Aunque se había acostumbrado a los días de lluvia, la
ausencia de sol se volvía insoportable en el mes de enero. Era cuando más
extrañaba los paseos sobre la arena de la playa, los momentos en familia o
entre amigos, las animadas sobremesas y las interminables siestas. Los años
pasados en aquel país extranjero le habían enseñado a valorar lo que le había
sido anodino en su lugar de origen. No quería reconocerlo, pero la vida le había
cambiado más de lo que hubiera deseado.
Abrió la ventana para que los empapados cristales dejaran
de ser la pantalla que deformaba el mundo real. El sonido de la lluvia al caer
le recordaba el cadente rumor de las olas. Sólo bastaba cerrar los ojos y dejar
que entrara por su nariz la humedad que desde hacía semanas envolvía la ciudad.
Olor a tierra mojada y agua estancada en charcos. Ruido de coches haciéndose
paso en la húmeda calzada. No. Aquello no se parecía a la brisa marina. La
inmensidad del mar, telón de fondo de su infancia y juventud, le calmaba cuando
perdía la mirada en su vibrante superficie, que transformaba la luz del sol en
incontables destellos. Resultaba difícil evocar aquel lejano mundo en medio de
la bulliciosa urbe. ¿Por qué no era posible rebobinar y empezar de nuevo?
Se apoyó en el alféizar y sacó la cabeza afuera,
reconociendo por última vez la calle en donde residía desde hacía quince años,
memorizando cada detalle como si aquella información pudiera servirle un día de
algo. La lluvia refrescó sus pensamientos y limpió la melancolía que consumía
su cuerpo. La sensación de estar malgastando su tiempo le corroía por dentro. No
sabía si ése era realmente su sitio o una etapa más antes del destino final. Tras
un largo exilio, al día siguiente volvería a su país de origen. La nostalgia había
ganado la batalla. Quería recuperar las añoradas sensaciones de su juventud:
volver a ver lo que había perdido su original color, tocar lo que había
acumulado demasiado polvo y oler lo que había perdido su aroma.
Tres lustros pasaron tras aquel deseado regreso. Durante
ese tiempo, las cosas no habían ido tal y como había previsto. Los primeros
meses le permitieron sacudirse la melancolía acumulada en su anterior etapa. Se
sintió pletórico y disfrutó del más mínimo detalle, porque sólo entonces supo
valorar la vida como se merecía. Su familia y amigos seguían estando ahí, como
si los últimos años se hubieran esfumado. Recuperó el contacto con ellos, pero vio
que el tiempo no había pasado de la misma manera para todos. Mientras que
muchos se alegraron de su regreso y quisieron verle asiduamente, otros le
ignoraron. Le reprocharon que durante su ausencia no se hubiera interesado por
ellos. Antiguas relaciones se enfriaron tanto que nada pudo devolverlas a su
anterior estado. Cuando sus caminos se separaron, siguieron direcciones tan
opuestas, que resultaba imposible tomar un desvío y volver atrás. Ahora tenían
sus propias vidas (familias, hijos…), en las que él ya no encajaba. Sus
prioridades y gustos también habían cambiado. Aunque algunos se esforzaron en cruzar
el abismo que les había separado, podía contar sus amigos con los dedos de una
mano. Y así, lo que en un principio fue un eufórico encuentro con su anterior
vida, acabó convirtiéndose en una vuelta a la peor de las rutinas: la que ya
conocía.
Cada vez que la lluvia mojaba las ventanas de su casa, se
acordaba de lo que había dejado atrás, en aquel país extranjero del que un día
se cansó. Se acordaba de esas grises semanas en que no veía la luz del sol. Y pensaba
en ella. La perdió por culpa de la nostalgia que sentía hacia la vida en su
tierra natal. Ella fue la primera que le alertó por su cambio de carácter: cada
vez estaba más triste, reía menos y suspiraba más. Dejó de ser la persona de la
que un día se enamoró, fue incapaz de reencontrarse a sí mismo y la perdió.
Ahora añoraba el tiempo pasado en aquel lejano lugar, cuando la vida le dio una
segunda oportunidad que no supo aprovechar. Malgastó los últimos quince años
queriendo recuperar lo que ya no existía. Por eso decidió volver, pero esta vez
al país extranjero que fue su segunda casa. Como si el fin de aquellos tres
lustros hubiera cerrado un ciclo y la simetría de la vida le obligara a cambiar
de lado. Quería pasar allí el resto de sus días. A pesar de que ella se había casado
y tenía una familia. A pesar de que allí no había mar y las nubes cubrían casi
siempre el cielo. Quería volver a sentirse vivo. Quería saber si sería capaz de
dejar la nostalgia atrás, ésa que le había robado el alma y le había perseguido
hasta encontrarle en su país natal.
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