domingo, 21 de enero de 2018

Nostalgia

Aunque se había acostumbrado a los días de lluvia, la ausencia de sol se volvía insoportable en el mes de enero. Era cuando más extrañaba los paseos sobre la arena de la playa, los momentos en familia o entre amigos, las animadas sobremesas y las interminables siestas. Los años pasados en aquel país extranjero le habían enseñado a valorar lo que le había sido anodino en su lugar de origen. No quería reconocerlo, pero la vida le había cambiado más de lo que hubiera deseado.

Abrió la ventana para que los empapados cristales dejaran de ser la pantalla que deformaba el mundo real. El sonido de la lluvia al caer le recordaba el cadente rumor de las olas. Sólo bastaba cerrar los ojos y dejar que entrara por su nariz la humedad que desde hacía semanas envolvía la ciudad. Olor a tierra mojada y agua estancada en charcos. Ruido de coches haciéndose paso en la húmeda calzada. No. Aquello no se parecía a la brisa marina. La inmensidad del mar, telón de fondo de su infancia y juventud, le calmaba cuando perdía la mirada en su vibrante superficie, que transformaba la luz del sol en incontables destellos. Resultaba difícil evocar aquel lejano mundo en medio de la bulliciosa urbe. ¿Por qué no era posible rebobinar y empezar de nuevo?

Se apoyó en el alféizar y sacó la cabeza afuera, reconociendo por última vez la calle en donde residía desde hacía quince años, memorizando cada detalle como si aquella información pudiera servirle un día de algo. La lluvia refrescó sus pensamientos y limpió la melancolía que consumía su cuerpo. La sensación de estar malgastando su tiempo le corroía por dentro. No sabía si ése era realmente su sitio o una etapa más antes del destino final. Tras un largo exilio, al día siguiente volvería a su país de origen. La nostalgia había ganado la batalla. Quería recuperar las añoradas sensaciones de su juventud: volver a ver lo que había perdido su original color, tocar lo que había acumulado demasiado polvo y oler lo que había perdido su aroma.

Tres lustros pasaron tras aquel deseado regreso. Durante ese tiempo, las cosas no habían ido tal y como había previsto. Los primeros meses le permitieron sacudirse la melancolía acumulada en su anterior etapa. Se sintió pletórico y disfrutó del más mínimo detalle, porque sólo entonces supo valorar la vida como se merecía. Su familia y amigos seguían estando ahí, como si los últimos años se hubieran esfumado. Recuperó el contacto con ellos, pero vio que el tiempo no había pasado de la misma manera para todos. Mientras que muchos se alegraron de su regreso y quisieron verle asiduamente, otros le ignoraron. Le reprocharon que durante su ausencia no se hubiera interesado por ellos. Antiguas relaciones se enfriaron tanto que nada pudo devolverlas a su anterior estado. Cuando sus caminos se separaron, siguieron direcciones tan opuestas, que resultaba imposible tomar un desvío y volver atrás. Ahora tenían sus propias vidas (familias, hijos…), en las que él ya no encajaba. Sus prioridades y gustos también habían cambiado. Aunque algunos se esforzaron en cruzar el abismo que les había separado, podía contar sus amigos con los dedos de una mano. Y así, lo que en un principio fue un eufórico encuentro con su anterior vida, acabó convirtiéndose en una vuelta a la peor de las rutinas: la que ya conocía.


Cada vez que la lluvia mojaba las ventanas de su casa, se acordaba de lo que había dejado atrás, en aquel país extranjero del que un día se cansó. Se acordaba de esas grises semanas en que no veía la luz del sol. Y pensaba en ella. La perdió por culpa de la nostalgia que sentía hacia la vida en su tierra natal. Ella fue la primera que le alertó por su cambio de carácter: cada vez estaba más triste, reía menos y suspiraba más. Dejó de ser la persona de la que un día se enamoró, fue incapaz de reencontrarse a sí mismo y la perdió. Ahora añoraba el tiempo pasado en aquel lejano lugar, cuando la vida le dio una segunda oportunidad que no supo aprovechar. Malgastó los últimos quince años queriendo recuperar lo que ya no existía. Por eso decidió volver, pero esta vez al país extranjero que fue su segunda casa. Como si el fin de aquellos tres lustros hubiera cerrado un ciclo y la simetría de la vida le obligara a cambiar de lado. Quería pasar allí el resto de sus días. A pesar de que ella se había casado y tenía una familia. A pesar de que allí no había mar y las nubes cubrían casi siempre el cielo. Quería volver a sentirse vivo. Quería saber si sería capaz de dejar la nostalgia atrás, ésa que le había robado el alma y le había perseguido hasta encontrarle en su país natal.

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