Siempre están ahí, respaldándonos,
aunque no queramos admitirlo. Unas veces nos preceden y otras quedan
atrás. Inventamos pretextos para hacer (o no hacer) lo que queremos.
Pueden ser razones legítimas o manipulaciones al servicio de nuestra
conveniencia. Quien quiere arriesgar, siempre encontrará un
argumento que le empuje a dejarlo todo, cambiar de país y buscar un
futuro mejor. Y quien prefiere la continuidad, conservar lo que ya
tiene o permanecer en su círculo de seguridad, también hallará una
razón a su favor.
Vivimos rodeados de excusas, que
utilizamos tanto para justificar acciones (por muy arbitrarias que
puedan parecer) como para eludir obligaciones (o todo aquello que no
queremos hacer). Cuando las ganas nos abandonan, forman una barrera
entre nosotros y el resto del mundo que hace aún más difícil
cualquier movimiento. También las necesitamos para forzarnos a hacer
algo que nos beneficia, pero nos cuesta demasiado. Las excusas son
ambiguas y actúan cual arma de doble filo que, como todo en esta
vida, conviene usar en su justa medida. Aunque a veces son actos
reflejos que nos ayudan en nuestro camino, en más de una ocasión se
transforman en un gran lastre que nos resta velocidad. Cuando
llegamos a mentirnos a nosotros mismos, entramos en un círculo
vicioso del que resulta difícil salir.
Los ejemplos abundan en un mundo tan
superficial como en el que vivimos, donde nada es lo que parece y la
verdad se sepulta bajo espesas capas de pretextos. Vemos a diario
cómo los políticos abusan de excusas para respaldar cuestionables
decisiones o cómo en las redes sociales cualquier argumento es bueno
para apoyar indefendibles causas. Pero me centraré en mis personales
motivos. Cuando alguien me pregunta por qué dejé mi país, le hablo
de construir una vida, de trabajar en lo que un día estudié, de
tener un sueldo digno o de disfrutar de derechos sociales. Si bien
son razones de peso para mí, no significan lo mismo para otros, que
me comentan casos de quienes se enfrentaron a la misma encrucijada y
decidieron quedarse. Ellos
encontraron sus propios pretextos y siguieron el camino que les
indicaron. Es una opción igual de válida que partir, porque ninguna
decisión sirve de nada si no nos convence a nosotros mismos. Otros
viven frustrados por no haber encontrado la excusa que les permita
dar el salto y cambiar de país. Y también hay quien vive en el
extranjero deseando hallar el pretexto que le obligue a regresar a su
tierra.
Una triste película francesa, "Juste
la fin du monde" ("sólo el fin del mundo"),
adaptación de una obra de teatro homónima, narra precisamente el
regreso a su pueblo natal de un escritor tras doce años de ausencia,
período durante el cual no vio a ningún miembro de su familia. El
pretexto que le empujó a volver es incontestable: estaba enfermo y
moriría en poco tiempo. En su fugaz viaje para notificar su suerte
se enfrenta a viejas rencillas, a tensiones familiares y a las
razones que le sacaron de allí y le mantuvieron alejado. Aunque el
paso del tiempo las aletargó, la vuelta le sirvió para constatar
que seguían existiendo. La película es desgarradora e incómoda,
pues es tan real que todos podemos identificarnos con las difíciles
situaciones que se suceden.
Aunque
a veces nos sentimos obligados a hacer algo, a inclinar la balanza de
un lado determinado, siempre hay elección. Siempre hay otra
posibilidad. Siempre podemos decir que no. Por mucho que nos asuste o
no queramos reconocerlo. Entonces pensamos en la vida que hubiéramos
llevado de haber tomado el otro camino, el que tanto nos tentó, pero
que al final declinamos. Nos preguntamos si habríamos conocido a las
mismas personas, si nuestra personalidad se habría afirmado de la
misma manera o si habríamos sido más felices. Si, en definitiva,
las alternativas eran mejores que la opción finalmente elegida. Al
final nos damos cuenta de que ningún camino es mejor que otro y que
todos nos enseñan algo importante.
Todos buscamos el pretexto que nos
permita realizar nuestros sueños y concretar nuestras más íntimas
convicciones. Esperamos que un día llegue y nos coja de la mano, sin
saber que podemos construirlo con un mínimo, pero continuado
esfuerzo. Sólo debemos ser capaces de reconocerlo cuando se presente
ante nosotros y tener la suficiente valentía como para permanecer a
su lado.
¡Qué cierta reflexión! El pretexto es un "multiusos" siempre es válido, tanto si deseamos hacer algo como si no, sólo basta con que nos convenza a nosotros mismos, así será más difícil que nos asalte la duda de si la decisión fue o no acertada. Ahhhhhh... y pon una foto aquí en el perfil ¡¡eres muy guapo tú como para que no te veamos la cara! ;)
ResponderEliminar¡Gracias Mª Jesús! Jajajaja No soy yo muy de fotos de perfil, pero algún día pondré una
Eliminar