domingo, 3 de septiembre de 2017

K.O. técnico tras cinco asaltos

Quien dijo que las vacaciones son para descansar, sería porque no tenía familia y no había viajado mucho. Desde hace un tiempo tengo asumido que no se trata de ese idílico período en que la vida se para y nos deja apreciar lo que en otro momento no podríamos, como muestra el postureo que reflejan las redes sociales. En realidad es un nuevo terreno de combate donde medimos nuestras fuerzas contra adversarios a los que no estamos acostumbrados. Que cambiemos de contexto no significa que la lucha haya acabado. Tras una merecida pausa estival, aprovecho la vuelta a la rutina para recordar, por quinta vez en este blog, los detalles de ese territorio hostil con el que, de forma inevitable, soñamos durante todo el año.

Primer asalto. Cierro la puerta de mi casa y procuro guardar las llaves en un bolsillo de la maleta que pueda recordar con facilidad cuando, dentro de tres semanas, vuelva al mismo lugar. A mi lado, mi mujer, mi hijo, dos maletas de casi veinte kilos y un parque plegable. Frente a nosotros, cuatro pisos de escaleras que no hay más remedio que bajar. Después de veinte minutos y tres viajes logramos salir del edificio. Me cuesta recuperar el aliento y el hecho de tener que movilizar todo el equipaje hasta el tranvía que lleva al aeropuerto no me sirve de consuelo.     

Segundo asalto. Una vez en el mostrador de facturación, el parque plegable se delata a sí mismo: las dimensiones no son las reglamentarias y podría esconder un kalashnikov (o más) dentro. La compañía de un bebé me ayuda a no pasar por un terrorista, pero no me libra de una visita al escáner para equipaje voluminoso, donde espero con paciencia entre asustados perros y grandes bicicletas. La duración de este obligado trámite dependerá del aeropuerto en que estemos. Si en Lyon resulta bastante sencillo, en Bucarest ese gran escáner se encuentra en una escondida sala a la que sólo se puede acceder en compañía de un operario del aeropuerto, a quien le importa poco que vayamos con retraso y estemos a punto de perder nuestro vuelo.

Tercer asalto. Tras una larga carrera, jaleados por la megafonía, que repetía nuestros nombres sin descanso, last calling (último aviso), al fin llegamos al avión. Los pasajeros, sentados desde hace un buen rato, nos reciben con caras largas y miradas acusadoras. Ven, impotentes, cómo intentamos sentarnos y colocar, en el reducido espacio de que disponemos, las tres mochilas que nos acompañan (pertenencias del peque en su mayor parte). Una vez ordenada toda la parafernalia, la azafata nos anuncia, secamente, que los asientos asignados no son los que nos corresponden. Su colega de facturación había olvidado que los bebés sólo se pueden sentar donde haya dos máscaras de oxígeno, ya que van en el regazo de su madre (o padre). Así que tocó buscar el asiento adaptado más cercano y cambiar al pasajero en cuestión, que no disimuló su molestia.

Cuarto asalto. Por muy tranquilo que sea el vuelo, con un bebé siempre hay algún momento de tensión o de difícil control, como cuando rompe a llorar. Si los juguetes no sirven de nada, habrá que pasearlo en brazos por el estrecho pasillo del avión, compartiendo con nuestros compañeros de vuelo las alegrías de la paternidad. Si, en cambio, sólo tiene hambre, bastará con preparar el biberón de turno, siempre que contemos con la ayuda de una amable azafata para calentar el agua a la temperatura adecuada.   


Quinto asalto. Ya en nuestro destino, cuando el agotamiento empieza a desfigurar nuestras caras, vemos cómo el carrito y la maleta del niño aparecen sobre la cinta transportadora, antes de que se pare definitivamente. ¿Y el resto del equipaje? ¿Y el parque plegable? Tal vez acabaron descubriendo el kalashnikov que en realidad llevaba dentro para aniquilar a los empleados del aeropuerto en situaciones como aquélla. Miramos a nuestro alrededor para comprobar que no somos los únicos que se han quedado con cara de tontos. Ahora toca reclamar, indicar las características de las maletas y rezar para que lleguen sanas y salvas al lugar donde pasamos nuestras vacaciones. Si tras cinco asaltos ya estamos noqueados y a punto de perder la consciencia, conviene recordar que el combate está lejos de acabar y no nos queda otra opción que descansar en una esquina del cuadrilátero antes de volver al centro del ring.

3 comentarios:

  1. Marcos, que tal? Es que cambiaste de numero? Intenté contactar contigo en agosto para habernos visto... pero no hubo manera. Que tal todo? Como estáis?

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    1. Hola Iván! Es que se me rompió el móvil y he estado incomunicado... Además, el mes de agosto ha sido bastante movido. Te cuento por mail.

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    2. Hola marcos. Si me escribiste por face no tengo acceso. Escribeme a ivansanchezcastro@gmail.com

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