domingo, 4 de diciembre de 2016

Salto al vacío

Unos minutos después, todo cambia para siempre. Ya no hay vuelta atrás posible ni lugar para el arrepentimiento. Hemos vencido al vértigo y hemos saltado al vacío. El viento silba en nuestros oídos y todo sucede demasiado rápido. Pronto sabremos qué hay tras esa ideal imagen con que tanto hemos fantaseado. Lo hemos arriesgado todo sin saber si ganaremos la partida. Atrás quedan los miedos y las dudas. Nunca sabremos si es la mejor decisión, pero nos pertenece tanto como sus consecuencias. Aunque nuestro cuerpo tiene demasiadas razones para estar asustado, se prepara para la mayor prueba a la que nunca se ha enfrentado. Nuestro avión acaba de aterrizar en un país desconocido y no tenemos billete de vuelta.

Como un astronauta que abandona el planeta, sentimos que, tras la aceleración que nos pegó al asiento durante el despegue, llega la ingravidez. Nos vemos flotando en un mundo nuevo, experimentando, tal vez por primera vez, lo que significan la independencia y la libertad. Nos hemos liberado de las ataduras que nos coartaban en nuestro lugar de origen y susurraban al oído lo que debíamos hacer en cada momento. Tenemos la impresión de que cualquier cosa es posible, somos optimistas y confiamos en lo desconocido. Este éxtasis nos concede un poder que nunca antes había dirigido nuestro cuerpo: una poderosa energía que nos inmuniza ante un eventual fracaso y borra de nuestro vocabulario la palabra derrota.

Los primeros días y semanas pasan volando. Todo está permitido en esos instantes en que nuestra adaptación se convierte en un inmejorable terreno de pruebas. Experimentamos para saber qué nos conviene y qué no. No hay límites. Las únicas fronteras son las que cada uno se impone, pero cuando esa decisión recae, por primera vez, sólo en nosotros, ¿por qué poner barreras que dificulten nuestra existencia? Erramos más de una vez, pero esa posibilidad está incluida en las reglas del juego y nadie nos acusará por ello. Es la única manera de aprender y comprobar lo que mejor sabemos hacer. Caemos, nos levantamos y seguimos luchando, mejor armados para la victoria. Dependiendo del país de acogida en que nos encontremos, nos pueden acordar pequeñas licencias destinadas al recién llegado, segundas oportunidades que reconocen la titánica lucha que mantenemos, palmadas en la espalda y palabras de aliento para que no perdamos la esperanza. Cada reconocimiento, cada éxito, cada nuevo logro conseguido es una razón para seguir intentándolo, para no tirar la toalla y afrontar el inevitable cansancio.

Los meses, aunque se suceden de forma imperceptible, no pasan en balde y sirven para evaluar nuestros esfuerzos. Entonces nos damos cuenta de que las cosas no han sido tan fáciles como el éxtasis de los primeros días nos pudo hacer pensar. Los caminos de los distintos expatriados se separan. Unos llegan más lejos, se aclimatan mejor a las nuevas condiciones y consiguen el trabajo soñado. Para otros la adaptación es más difícil y las oportunidades se les escapan de las manos. El azar entra en juego y, por desgracia, los que más se esfuerzan no siempre reciben la mayor recompensa. Unos alcanzan cierta estabilidad con un trabajo que nunca imaginaron ejercer, pero se ven lastrados por una decepción y una nostalgia cada vez más fuertes. Otros se sienten satisfechos por ser capaces de desenvolverse en unas condiciones desfavorables y convierten ese orgullo en el motor de sus vidas. Unos encuentran el amor, aunque no den con el trabajo que les motive. Otros disfrutan del éxito profesional, pero se sienten vacíos por dentro.


Todos tienen la impresión de haber dejado en su país de origen algo que nunca recuperarán. Muchos volverán para buscarlo, aunque un regreso no asegure reencontrar vidas pasadas. Otros seguirán en el extranjero, pero verán la vuelta como una meta a largo plazo que justificará las difíciles decisiones que deberán ir tomando. Unos continuarán con sus vidas sin mirar atrás, intentando mantener un necesario equilibrio y dejando que sea éste el que decida cuándo comprar el definitivo billete de vuelta, si acaso sigue siendo una posibilidad. Y todos ellos, marcados para siempre por ese primer salto al vacío y la ingravidez de los inicios, guardarán en su interior un alma guerrera, capaz de reconstruirse en cualquier situación, de invocar esa mágica energía que lo hace todo posible y que, sin saberlo, les acompañará siempre. 

Singapur, 01/05/2014

Mirar hacia arriba, hasta donde alcanza la vista, es un ejercicio imprescindible para fijar nuevos objetivos y observar, con admiración, lo que todavía no podemos tocar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario