domingo, 18 de diciembre de 2016

No es país para enfermos

Hay cosas en las que no solemos pensar y no por ello carecen de importancia. Que sólo valoramos cuando las perdemos o nos cuesta demasiado recuperarlas: cuando la necesidad nos obliga a enfrentarnos a ellas. Aunque las ignoremos, determinan nuestra calidad de vida y hasta el desarrollo de un país. La sanidad tiene un puesto privilegiado entre esas evidentes cuestiones. Sólo cuando me ha faltado salud, he podido comparar las diferencias que separan España de Francia e inclinan la balanza en nuestro favor, aunque la actual política de recortes se empeñe en borrar esa ventaja.

La fiebre no baja, el socorrido paracetamol no hace mucho efecto y cada día me resulta más difícil levantarme para ir a trabajar. Estornudar cada diez minutos no ayuda a mantener la concentración frente al ordenador, la situación empieza a cansarme y no quiero que dure mucho más tiempo: tengo que ir al médico. Al principio me costó creer que en Francia no haya centros de salud ni médicos de cabecera. El sistema sanitario es muy distinto al español y me obligó a entrar en un mundo bastante complejo. Cada médico de familia ejerce de forma independiente: compra un piso de un edificio cualquiera y forma su propio gabinete. Esta práctica, que en España solemos asociar a los especialistas privados, en Francia está regulada por la seguridad social. Así que, para elegir a nuestro médico, nos basaremos en recomendaciones de amigos o nos guiaremos por las placas de los edificios de nuestro barrio. A veces la misión no es nada fácil, pues muchos están saturados y no aceptan nuevos pacientes. Es el principal problema de este sistema en que cada paciente puede elegir "libremente": nos será mucho más difícil encontrar un médico en las zonas más pobladas. Y si necesitamos ir a un especialista, tendremos que esperar varios meses antes de una simple consulta.

Cuando al fin llegamos al gabinete, puede que nos sorprendamos por el precario aspecto del lugar. Todo dependerá de los medios del médico de turno. Podemos encontrar desde modernos gabinetes con todas las comodidades hasta modestos locales sin una secretaria que anote las citas. Entonces comprobamos que la elección de nuestro médico no era tan anodina como parecía en un principio y las buenas recomendaciones serán decisivas para evitar decepciones. Si necesitamos un análisis, una radiografía o una ecografía, nuestro médico nos dará una receta, pero tendremos que arreglárnoslas de nuevo para buscar el laboratorio o el centro especializado más cercano.

Pero lo más sorprendente llega al final de la consulta, cuando el médico nos anuncia el precio de la misma y nos pregunta si vamos a pagar con cheque o con tarjeta. Aunque llevo siete años viviendo en Francia, me sigue resultando incómodo ese momento. No hay por qué alarmarse, pues en poco tiempo se nos reembolsará casi la totalidad del importe. La consulta de un médico de familia cuesta veintitrés euros, pero la de un especialista ronda los cincuenta, y cuanta mejor reputación tenga, más cara será. La seguridad social se encarga de los dos tercios del importe y la mutua que elijamos (porque necesitaremos un organismo complementario para tener una cobertura total), del tercio restante, pero siempre queda algo a cargo del paciente: una cantidad simbólica para recordarnos que la sanidad siempre cuesta algo. La estrategia de pagar cada consulta sirve para que nos lo pensemos dos veces antes de ir y frenar una masiva afluencia que bloquearía el ya saturado sistema. Por un lado les doy la razón, pues en España se abusa de los hospitales y los centros de salud y nadie es consciente de lo que ese servicio cuesta al estado. Pero por otro lado admito que a veces no es fácil pagar los noventa euros que puede costar un especialista. Aunque nos reembolsen después, un sablazo así a fin de mes deja una buena cicatriz en un salario humilde. Además, tendremos que estar atentos para que nuestra mutua nos reembolse conforme a lo estipulado en el contrato.

Así que, aunque los medios sanitarios en Francia son muy buenos, los españoles no tienen nada que envidiarles e incluso pueden sacar pecho. Tras haber pasado por el laberíntico sistema francés, comprendo mejor que nunca el privilegio que representa un acceso gratuito, sencillo y sin restricciones, a una sanidad de gran calidad. Es cierto que en España hemos dado pie a un "turismo sanitario" que quiere aprovecharse de nuestra buena organización, pero tenemos que ponerle un límite sin penalizar a toda la población. Sólo espero que nuestro gobierno deje de estropear algo que debería ser motivo de orgullo y no un blanco fácil de recortes sin escrúpulos.   

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