Hay
cosas en las que no solemos pensar y no por ello carecen de
importancia. Que sólo valoramos cuando las perdemos o nos cuesta
demasiado recuperarlas: cuando la necesidad nos obliga a enfrentarnos
a ellas. Aunque las ignoremos, determinan nuestra calidad de vida y
hasta el desarrollo de un país. La sanidad tiene un puesto
privilegiado entre esas evidentes cuestiones. Sólo cuando me ha
faltado salud, he podido comparar las diferencias que separan España
de Francia e inclinan la balanza en nuestro favor, aunque la actual
política de recortes se empeñe en borrar esa ventaja.
La
fiebre no baja, el socorrido paracetamol no hace mucho efecto y cada
día me resulta más difícil levantarme para ir a trabajar.
Estornudar cada diez minutos no ayuda a mantener la concentración
frente al ordenador, la situación empieza a cansarme y no quiero que
dure mucho más tiempo: tengo que ir al médico. Al principio me
costó creer que en Francia no haya centros de salud ni médicos de
cabecera. El sistema sanitario es muy distinto al español y me
obligó a entrar en un mundo bastante complejo. Cada médico de
familia ejerce de forma independiente: compra un piso de un edificio
cualquiera y forma su propio gabinete. Esta práctica, que en España
solemos asociar a los especialistas privados, en Francia está
regulada por la seguridad social. Así que, para elegir a nuestro
médico, nos basaremos en recomendaciones de amigos o nos guiaremos
por las placas de los edificios de nuestro barrio. A veces la misión
no es nada fácil, pues muchos están saturados y no aceptan nuevos
pacientes. Es el principal problema de este sistema en que cada
paciente puede elegir "libremente": nos será mucho más
difícil encontrar un médico en las zonas más pobladas. Y si
necesitamos ir a un especialista, tendremos que esperar varios meses
antes de una simple consulta.
Cuando
al fin llegamos al gabinete, puede que nos sorprendamos por el
precario aspecto del lugar. Todo dependerá de los medios del médico
de turno. Podemos encontrar desde modernos gabinetes con todas las
comodidades hasta modestos locales sin una secretaria que anote las
citas. Entonces comprobamos que la elección de nuestro médico no
era tan anodina como parecía en un principio y las buenas
recomendaciones serán decisivas para evitar decepciones. Si
necesitamos un análisis, una radiografía o una ecografía, nuestro
médico nos dará una receta, pero tendremos que arreglárnoslas de
nuevo para buscar el laboratorio o el centro especializado más
cercano.
Pero
lo más sorprendente llega al final de la consulta, cuando el médico
nos anuncia el precio de la misma y nos pregunta si vamos a pagar con
cheque o con tarjeta. Aunque llevo siete años viviendo en Francia,
me sigue resultando incómodo ese momento. No hay por qué alarmarse,
pues en poco tiempo se nos reembolsará casi la totalidad del
importe. La consulta de un médico de familia cuesta veintitrés
euros, pero la de un especialista ronda los cincuenta, y cuanta mejor
reputación tenga, más cara será. La seguridad social se encarga de
los dos tercios del importe y la mutua que elijamos (porque
necesitaremos un organismo complementario para tener una cobertura
total), del tercio restante, pero siempre queda algo a cargo del
paciente: una cantidad simbólica para recordarnos que la sanidad
siempre cuesta algo. La estrategia de pagar cada consulta sirve para
que nos lo pensemos dos veces antes de ir y frenar una masiva
afluencia que bloquearía el ya saturado sistema. Por un lado les doy
la razón, pues en España se abusa de los hospitales y los centros
de salud y nadie es consciente de lo que ese servicio cuesta al
estado. Pero por otro lado admito que a veces no es fácil pagar los
noventa euros que puede costar un especialista. Aunque nos reembolsen
después, un sablazo así a fin de mes deja una buena cicatriz en un
salario humilde. Además, tendremos que estar atentos para que
nuestra mutua nos reembolse conforme a lo estipulado en el contrato.
Así
que, aunque los medios sanitarios en Francia son muy buenos, los
españoles no tienen nada que envidiarles e incluso pueden sacar
pecho. Tras haber pasado por el laberíntico sistema francés,
comprendo mejor que nunca el privilegio que representa un acceso
gratuito, sencillo y sin restricciones, a una sanidad de gran
calidad. Es cierto que en España hemos dado pie a un "turismo
sanitario" que quiere aprovecharse de nuestra buena
organización, pero tenemos que ponerle un límite sin penalizar a
toda la población. Sólo espero que nuestro gobierno deje de
estropear algo que debería ser motivo de orgullo y no un blanco
fácil de recortes sin escrúpulos.
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