domingo, 20 de noviembre de 2016

Y ahora, ¿qué?

A veces tengo la extraña impresión de que todo sigue igual. Y digo extraña porque la naturaleza se esfuerza en mostrarnos cada día que todo cambia. La estabilidad es un concepto relativo que utilizan quienes no toman la distancia suficiente ante un determinado acontecimiento, se empeñan en mirar las cosas de forma parcial y reconocen un fragmento de realidad como el único existente. Hemos cambiado de gobierno, pero la palabra cambio ha perdido todo su significado. Hace tiempo que no hablo de política porque me he quedado sin palabras para describir el panorama nacional y utilizar sólo insultos no es lo mío. Pero ha llegado el momento de decir algo sobre el bochornoso espectáculo que se escenifica en el congreso de los diputados.

Diez meses han hecho falta para conseguir un gobierno casi idéntico al anterior. Entonces, ¿para qué ha servido todo este tiempo? Diez meses en que no ha pasado nada aparte de constantes descalificaciones, inútiles reuniones o cómicas representaciones para hacer creer que alguien buscaba un acuerdo. Durante diez meses parecía que nuestros políticos, más incompetentes que de costumbre, esperaban que la situación se resolviese sola. Diez meses han bastado para acabar con cualquier esperanza en el fin del bipartidismo o en el auge del sentido común. Diez meses después de las primeras elecciones, ya nadie se acuerda de los verdaderos problemas de la sociedad.

Desde la distancia me pregunto por qué no ha habido ninguna huelga general durante este tiempo en que nuestros políticos no han dejado de cobrar sus abultados sueldos y en que escandalosos casos de corrupción no han dejado de aparecer. ¿Dónde quedó el indignado espíritu del 15-M? Ahora había muchas más razones para movilizarse que entonces: las que instigaron aquel movimiento siguen existiendo y se ven acompañadas por una crisis política sin precedentes. ¿Por qué no ha habido una cadena de manifestaciones para exigir un acuerdo en menos tiempo? Por menos motivos hemos visto revoluciones y hasta guerras aparecer. Pero esta España conformista y callada del "si hay que ir, se va..." le ha venido muy bien a una clase política falta de soluciones.

En mi caso, si la sangre empieza a hervirme, recurro a un infalible método: dejo de ver Televisión Española y de leer periódicos digitales. Cuando vivimos en el extranjero, es fácil desconectar y cortar los lazos que nos unen a nuestro país de origen. Aunque nunca lo hago de forma permanente, en pequeñas dosis es un analgésico bastante eficaz. Así, cuando vuelvo a encender el televisor, lo hago incluso con cierta ternura, esperando ansioso el último escándalo creado por nuestros políticos, que a veces tienen más sentido del espectáculo que un productor de hollywood.

Hace poco me encontré, tras el telediario de las nueve, con un anuncio de mi querida "marca España" que ya conocía. Un grupo de niños muestra los puntos fuertes de nuestro país, con imágenes espectaculares y una música que mantiene una tensión constante. La primera vez que lo vi me sentí orgulloso de mi patria, pero la euforia dio paso a la nostalgia, después a la tristeza y, al fin, a la frustración y a la indignación. El anuncio abusa de una demagogia barata que sólo utiliza verdades a medias. Si nuestro país fuera tan maravilloso, yo no llevaría trabajando siete años en Francia. Si existieran tantas oportunidades, ya tendría mi billete de vuelta comprado. Hasta llegué a creer que el anuncio me reprochaba haber abandonado un lugar tan estupendo.

Pero la realidad es bien distinta a lo que pretende vender (recordemos que el anuncio busca lavar nuestra dañada imagen externa y atraer turistas). Vemos a un grupo de niños, pero nadie dice que las ayudas del estado a las familias son irrisorias y el crecimiento demográfico es negativo. Cuando uno de los críos afirma que quiere ser científico, nadie le dice que tendrá que dejar España para ejercer esa profesión, pues el presupuesto dedicado a investigación es escaso. Cuando dicen que somos el segundo país con mayor esperanza de vida, se olvidan de indicar que la edad de jubilación tendrá que prolongarse por el descenso de la natalidad y la salida de jóvenes que, como yo, no encuentran un trabajo digno. Pero como todos estos problemas no parecen preocupar a un gobierno que ha tardado diez meses en formarse, no salen en el anecdótico anuncio. Aunque precisamente eso, el arte de escurrir el bulto y de ignorar las tareas más importantes, también es marca España.

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