A
veces tengo la extraña impresión de que todo sigue igual. Y digo
extraña porque la naturaleza se esfuerza en mostrarnos cada día que
todo cambia. La estabilidad es un concepto relativo que utilizan
quienes no toman la distancia suficiente ante un determinado
acontecimiento, se empeñan en mirar las cosas de forma parcial y
reconocen un fragmento de realidad como el único existente. Hemos
cambiado de gobierno, pero la palabra cambio ha perdido todo su
significado. Hace tiempo que no
hablo de política porque me he quedado sin palabras para describir
el panorama nacional y utilizar sólo insultos no es lo mío. Pero ha
llegado el momento de decir algo sobre el bochornoso espectáculo que
se escenifica en el congreso de los diputados.
Diez
meses han hecho falta para conseguir un gobierno casi idéntico al
anterior. Entonces, ¿para qué ha servido todo este tiempo? Diez
meses en que no ha pasado nada aparte de constantes
descalificaciones, inútiles reuniones o cómicas representaciones
para hacer creer que alguien buscaba un acuerdo. Durante diez meses
parecía que nuestros políticos, más incompetentes que de
costumbre, esperaban que la situación se resolviese sola. Diez meses
han bastado para acabar con cualquier esperanza en el fin del
bipartidismo o en el auge del sentido común. Diez meses después de
las primeras elecciones, ya nadie se acuerda de los verdaderos
problemas de la sociedad.
Desde
la distancia me pregunto por qué no ha habido ninguna huelga general
durante este tiempo en que nuestros políticos no han dejado de
cobrar sus abultados sueldos y en que escandalosos casos de
corrupción no han dejado de aparecer. ¿Dónde quedó el indignado
espíritu del 15-M? Ahora había muchas más razones para movilizarse
que entonces: las que instigaron aquel movimiento siguen existiendo y
se ven acompañadas por una crisis política sin precedentes. ¿Por
qué no ha habido una cadena de manifestaciones para exigir un
acuerdo en menos tiempo? Por menos motivos hemos visto revoluciones y
hasta guerras aparecer. Pero esta España conformista y callada del
"si hay que ir, se va..." le ha venido muy bien a una clase
política falta de soluciones.
En
mi caso, si la sangre empieza a hervirme, recurro a un infalible
método: dejo de ver Televisión Española y de leer periódicos
digitales. Cuando vivimos en el extranjero, es fácil desconectar y
cortar los lazos que nos unen a nuestro país de origen. Aunque nunca
lo hago de forma permanente, en pequeñas dosis es un analgésico
bastante eficaz. Así, cuando vuelvo a encender el televisor, lo hago
incluso con cierta ternura, esperando ansioso el último escándalo
creado por nuestros políticos, que a veces tienen más sentido del
espectáculo que un productor de hollywood.
Hace
poco me encontré, tras el telediario de las nueve, con un anuncio de
mi querida "marca España" que ya conocía. Un grupo de
niños muestra los puntos fuertes de nuestro país, con imágenes
espectaculares y una música que mantiene una tensión constante. La
primera vez que lo vi me sentí orgulloso de mi patria, pero la
euforia dio paso a la nostalgia, después a la tristeza y, al fin, a
la frustración y a la indignación. El anuncio abusa de una
demagogia barata que sólo utiliza verdades a medias. Si nuestro país
fuera tan maravilloso, yo no llevaría trabajando siete años en
Francia. Si existieran tantas oportunidades, ya tendría mi billete
de vuelta comprado. Hasta llegué a creer que el anuncio me
reprochaba haber abandonado un lugar tan estupendo.
Pero
la realidad es bien distinta a lo que pretende vender (recordemos que
el anuncio busca lavar nuestra dañada imagen externa y atraer
turistas). Vemos a un grupo de niños, pero nadie dice que las ayudas
del estado a las familias son irrisorias y el crecimiento demográfico
es negativo. Cuando uno de los críos afirma que quiere ser
científico, nadie le dice que tendrá que dejar España para ejercer
esa profesión, pues el presupuesto dedicado a investigación es
escaso. Cuando dicen que somos el segundo país con mayor esperanza
de vida, se olvidan de indicar que la edad de jubilación tendrá que
prolongarse por el descenso de la natalidad y la salida de jóvenes
que, como yo, no encuentran un trabajo digno. Pero como todos estos
problemas no parecen preocupar a un gobierno que ha tardado diez
meses en formarse, no salen en el anecdótico anuncio. Aunque
precisamente eso, el arte de escurrir el bulto y de ignorar las
tareas más importantes, también es marca España.
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