miércoles, 2 de noviembre de 2016

Morir sin miedo

Cuando escuchó el primer grito de pánico, Iván tuvo la certeza de que su muerte estaba cerca. Era la sensación de quien se encuentra en un callejón sin salida y espera que el final llegue sin demora. Sabía que en un reducido avión cualquier contratiempo es mortal y deja poco espacio a la esperanza. Escuchó un ruido seco y tembló el suelo. Aunque se agachó cuanto pudo para protegerse tras los asientos delanteros, desde su posición junto al pasillo pudo ver el cuerpo de la tercera víctima, con un corte limpio y profundo en la garganta, del que brotaba un constante río de sangre.

Un charco rojo rodeaba el cadáver y manchaba los zapatos del asesino, que blandía su improvisada arma: un utensilio de madera en el que había insertado varias hileras de cuchillas de afeitar, de ésas de usar y tirar que pueden pasar sin problemas cualquier control de aeropuerto. Yo mismo tengo un par en mi equipaje de mano, pensó Iván, que unos minutos antes había sido el compañero de asiento de Najim, el barbudo joven de origen marroquí que se había revelado como un terrorista kamikaze más. Había pasado un buen rato en el aseo para preparar el mortal artilugio que, desmontado y con las afiladas hojas en sus originales soportes, superó con éxito el examen de la máquina de rayos X.

Tras el despegue ambos habían entablado una animada conversación, pues curiosamente vivían en la misma calle de Lyon, la ciudad de origen del vuelo. El barrio de La Guillotière es una colorida mezcla de emigrantes donde musulmanes, africanos, asiáticos y europeos conviven en perfecta armonía. Los alquileres son baratos y el choque entre culturas tan diferentes no da lugar a la inseguridad que los prejuicios pueden suponer. Iván acostumbraba pasear por sus vivas calles, comprar dulces en una pastelería árabe, tomar té en una terraza donde es raro oír hablar francés o examinar las interminables estanterías de delicias orientales de Bahadourian, una de las épiceries más antiguas de Lyon. Hacía dos años que Iván había dejado España en busca de un trabajo digno y en aquel atípico barrio se sentía como en casa. Los atentados islamistas no habían afectado a la pacífica convivencia: allí todos sabían que los verdaderos musulmanes se alejan de la imagen radical que muchos quieren vender. Por eso había conversado con Najim, un tipo simpático que, como él, acababa de cumplir los treinta. Pero cuando vio sus manos manchadas de sangre, Iván pensó que había sido demasiado ingenuo al confiar en el buen corazón de la humanidad y obviar el recelo hacia los musulmanes que transmitían ciertos medios.

Levántate, Iván, gritó Najim, sin dejar su estratégica posición frente al desolador paisaje de asientos vacíos y pasajeros escondidos. A su espalda quedaba sólo la cabina en donde se habían atrincherado el piloto y el copiloto. Dudó en responder, pero al final Iván se puso en pie. Ven aquí; confío en ti y tú serás quien elija a la próxima víctima, continuó el terrorista. Había amenazado con matar a todo el pasaje, uno a uno, si el piloto no le daba el control de la nave. Y su segura actitud parecía indicar que cumpliría su palabra. Si no vienes aquí, degollaré a las dos personas que quedan en la primera fila, sentenció Najim ante la inmovilidad de su reciente amigo. 

Una nueva oleada de aterradores gritos surgió entre los pasajeros y obligó a Iván a avanzar por el pasillo. Mientras retardaba el encuentro, pensaba en cómo acabar con aquel chantaje, pero su indefensión no facilitaba un desenlace favorable. Evitó los cadáveres de las primeras víctimas como pudo, sin perder el equilibrio. Una vez junto al asesino, notó que sus piernas temblaban visiblemente. ¿Y bien? Insistió Najim. Al obtener un silencio por respuesta, el corpulento terrorista ejecutó un movimiento rápido e inesperado: se abalanzó sobre los dos pasajeros de la primera fila, los cogió como animales y sesgó sus gargantas con mecánica frialdad. Iván podía haber intentado inmovilizarle, pero los alaridos de las víctimas le dejaron helado, sin la menor capacidad de reacción. Me has decepcionado, dijo Najim cuando volvió a su lado, jadeante por el esfuerzo realizado. Pensaba que conocías nuestra causa y sabías que esto es sólo un mal menor, un simple trámite. Te veo tan asustado que prefiero acortar tu angustia. Tu serás el siguiente.

Cuando Iván supo que el final había llegado, pensó en su familia y amigos, que en aquellos momentos le estaban esperando en el aeropuerto de Barcelona. Hacía cuatro meses que no les veía y la última borrosa imagen que recordaba de ellos procedía de una conversación a través de una pantalla. El tiempo había convertido sus rasgos en trazos imprecisos y le dolía saber que ya no volvería a verles, que las personas que tanto quería se habían transformado en un velado recuerdo. Lamentó no poder decirles adiós o abrazarles por última vez.

Todo pasó demasiado rápido. Mientras Najim cogía hábilmente su cuello con una mano e Iván forcejeaba para evitar el artilugio de afiladas cuchillas, la puerta de la cabina se abrió a escasos metros. Piloto y copiloto saltaron sobre el terrorista, le quitaron el arma y, con la ayuda de Iván, lograron reducirle tras una tensa lucha.

Un año después de aquella aventura, Iván toma asiento en un avión y recuerda la historia de Najim. Sigue trabajando en Lyon, viviendo en el barrio de La Guillotière y cogiendo un avión cada cuatro meses para reencontrar a su familia y amigos. Tras una experiencia tan traumática, podía haber decidido regresar a la casa de sus padres, no volver a coger un avión y manifestar su odio hacia los musulmanes, como muchos le sugirieron, para alejar ese mal recuerdo. Sin embargo, ha preferido seguir afrontando la vida como siempre lo ha hecho, asumir los riesgos que no puede evitar y creer en las personas que merecen su respeto, sin importar su raza, origen o religión. Ha elegido vivir, y morir, sin miedo.  

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