Cuando escuchó el primer
grito de pánico, Iván tuvo la certeza de que su muerte estaba
cerca. Era la sensación de quien se encuentra en un callejón sin
salida y espera que el final llegue sin demora. Sabía que en un
reducido avión cualquier contratiempo es mortal y deja poco espacio
a la esperanza. Escuchó un ruido seco y tembló el suelo. Aunque se
agachó cuanto pudo para protegerse tras los asientos delanteros,
desde su posición junto al pasillo pudo ver el cuerpo de la tercera
víctima, con un corte limpio y profundo en la garganta, del que
brotaba un constante río de sangre.
Un charco rojo rodeaba el
cadáver y manchaba los zapatos del asesino, que blandía su
improvisada arma: un utensilio de madera en el que había insertado
varias hileras de cuchillas de afeitar, de ésas de usar y tirar que
pueden pasar sin problemas cualquier control de aeropuerto. Yo mismo
tengo un par en mi equipaje de mano, pensó Iván, que unos minutos
antes había sido el compañero de asiento de Najim, el barbudo joven
de origen marroquí que se había revelado como un terrorista
kamikaze más. Había pasado un buen rato en el aseo para preparar el
mortal artilugio que, desmontado y con las afiladas hojas en sus
originales soportes, superó con éxito el examen de la máquina de
rayos X.
Tras el despegue ambos
habían entablado una animada conversación, pues curiosamente vivían
en la misma calle de Lyon, la ciudad de origen del vuelo. El barrio
de La Guillotière es una colorida mezcla de emigrantes donde
musulmanes, africanos, asiáticos y europeos conviven en perfecta
armonía. Los alquileres son baratos y el choque entre culturas tan
diferentes no da lugar a la inseguridad que los prejuicios pueden
suponer. Iván acostumbraba pasear por sus vivas calles, comprar
dulces en una pastelería árabe, tomar té en una terraza donde es
raro oír hablar francés o examinar las interminables estanterías
de delicias orientales de Bahadourian, una de las épiceries
más antiguas de Lyon. Hacía dos años que Iván había dejado
España en busca de un trabajo digno y en aquel atípico barrio se
sentía como en casa. Los atentados islamistas no habían afectado a
la pacífica convivencia: allí todos sabían que los verdaderos
musulmanes se alejan de la imagen radical que muchos quieren vender.
Por eso había conversado con Najim, un tipo simpático que, como él,
acababa de cumplir los treinta. Pero cuando vio sus manos manchadas
de sangre, Iván pensó que había sido demasiado ingenuo al confiar
en el buen corazón de la humanidad y obviar el recelo hacia los
musulmanes que transmitían ciertos medios.
Levántate, Iván, gritó
Najim, sin dejar su estratégica posición frente
al desolador paisaje de asientos vacíos y pasajeros escondidos.
A
su espalda quedaba sólo la cabina en donde se habían atrincherado
el piloto y el copiloto. Dudó en responder, pero al final Iván se
puso en pie. Ven aquí; confío en ti y tú serás quien elija a la
próxima víctima, continuó el terrorista. Había amenazado con
matar a todo el pasaje, uno a uno, si el piloto no le daba el control
de la nave. Y su segura actitud parecía indicar que cumpliría su
palabra. Si no vienes aquí, degollaré a las dos personas que quedan
en la primera fila, sentenció Najim ante la inmovilidad de su
reciente amigo.
Una
nueva oleada de aterradores gritos surgió entre los pasajeros y
obligó a Iván a avanzar por el pasillo. Mientras retardaba el
encuentro, pensaba en cómo acabar con aquel chantaje, pero su
indefensión no facilitaba un desenlace favorable. Evitó los
cadáveres de las primeras víctimas como pudo, sin perder el
equilibrio. Una vez junto al asesino, notó que sus piernas temblaban
visiblemente. ¿Y bien? Insistió Najim. Al obtener un silencio por
respuesta, el corpulento terrorista ejecutó un movimiento rápido e
inesperado: se abalanzó sobre los dos pasajeros de la primera fila,
los cogió como animales y sesgó sus gargantas con mecánica
frialdad. Iván podía haber intentado inmovilizarle, pero los
alaridos de las víctimas le dejaron helado, sin la menor capacidad
de reacción. Me has decepcionado, dijo Najim cuando volvió a su
lado, jadeante por el esfuerzo realizado. Pensaba que conocías
nuestra causa y sabías que esto es sólo un mal menor, un simple
trámite. Te veo tan asustado que prefiero acortar tu angustia. Tu
serás el siguiente.
Cuando
Iván supo que el final había llegado, pensó en su familia y
amigos, que en aquellos momentos le estaban esperando en el
aeropuerto de Barcelona. Hacía cuatro meses que no les veía y la
última borrosa imagen que recordaba de ellos procedía de una
conversación a través de una pantalla. El tiempo había convertido
sus rasgos en trazos imprecisos y le dolía saber que ya no volvería
a verles, que las personas que tanto quería se habían transformado
en un velado recuerdo. Lamentó no poder decirles adiós o abrazarles
por última vez.
Todo
pasó demasiado rápido. Mientras Najim cogía hábilmente su cuello
con una mano e Iván forcejeaba para evitar el artilugio de afiladas
cuchillas, la puerta de la cabina se abrió a escasos metros. Piloto
y copiloto saltaron sobre el terrorista, le quitaron el arma y, con
la ayuda de Iván, lograron reducirle tras una tensa lucha.
Un
año después de aquella aventura, Iván toma asiento en un avión y
recuerda la historia de Najim. Sigue trabajando en Lyon, viviendo en
el barrio de La
Guillotière y
cogiendo un avión cada cuatro meses para reencontrar a su familia y
amigos.
Tras una experiencia tan traumática, podía haber decidido regresar
a la casa de sus padres, no volver a coger un avión y manifestar su
odio hacia los musulmanes, como muchos le sugirieron, para alejar ese
mal recuerdo. Sin embargo, ha preferido seguir afrontando la vida
como siempre lo ha hecho, asumir los riesgos que no puede evitar y
creer en las personas que merecen su respeto, sin importar su raza,
origen o religión. Ha elegido vivir, y morir, sin miedo.
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