No
somos iguales, pero tampoco tan distintos como nos quieren hacer
creer. Españoles, franceses o de cualquier otra nacionalidad, todos
compartimos las ganas de disfrutar de un tiempo de descanso, todos
contamos los días que faltan para parar el cronómetro de la vida y
hacer realidad nuestros soñados planes. Hasta solemos coincidir en
la forma de utilizar ese tiempo, que es tan preciado como escaso y
siempre pasa demasiado rápido.
La
fórmula de sol y playa es un valor seguro, sobre todo cuando en la
mayoría de países europeos la vitamina D es un bien limitado. En
Francia, la cotizada Costa Azul es el principal atractivo veraniego,
pero la oferta es muy variada: las interminables playas atlánticas
son una alternativa menos masificada y los paisajes marítimos de
Bretaña y Normandía son de una sobrecogedora belleza. A los amantes
del campo y la montaña no les decepcionarán las impresionantes
cimas de los Alpes o los volcanes de Auvernia, y los que buscan un
buen cambio de paisaje y costumbres, se irán a Córcega. Para
recorrer en familia cualquier punto del hexágono galo (analogía
geométrica a la que recurren como nosotros a la forzada "piel
de toro") muchos prefieren la opción de la autocaravana, cuya
cultura está bastante arraigada en Francia, pues su privilegiada
posición junto al centro de Europa motiva a quienes optan por un
completo viaje atravesando varios países.
Muchos
franceses se alejarán de sus fronteras para eligir destinos más o
menos asequibles. Un amigo me contó que un fin de semana en la Costa
Azul con su familia le costaba lo mismo que una semana entera en El
Campello. La crisis y el auge del terrorismo en determinados países nos han entronado como los reyes del turismo low cost, una realidad
que nuestros políticos, tan faltos de ideas como siempre, no han
dudado en convertir en el motor de nuestra economía, aunque a veces
le cueste arrancar y corra el riesgo de pararse en cualquier momento.
Así es como han transformado el "made in Spain" en
algo muy parecido al "made in China": una marca de
la que nadie espera mucha calidad. De hecho, mis amigos franceses
vuelven sorprendidos tras visitar nuestro país y encontrar mucho más
que un simple destino low cost. Lo peor de todo es que este
modelo económico nos condena a largo plazo, dependiendo de
visitantes en busca de insolación y borrachera que obedecen a modas
pasajeras y que, tarde o temprano, preferirán un lugar más barato.
Aunque
por razones bien distintas a las de los galos, yo también he pasado
mis vacaciones en nuestro país low cost, y si insisto con el
anglicismo es por una curiosa situación que me tocó vivir. Para
llegar hasta Alicante hicimos escala en Barcelona, pero el entusiasmo
por pisar mi país tras casi un año de ausencia no tardó en
desvanecerse. Al salir del avión reclamé el carrito de mi hijo y la
azafata me explicó que vueling es una compañía low cost
que no ofrece ese tipo de servicios y que el carrito lo recogería en
Alicante junto al resto de maletas. Yo le contesté que ya había
volado con Lufthansa, había hecho dos escalas y siempre me habían
devuelto el carrito sin tener que decir nada. También le pregunté
si le parecía lógico tener que pasar las tres horas que duraba la
escala con un bebé de seis meses en brazos. La azafata se limitó a
repetirme la política de su compañía, calcada a la de nuestro
enfermo país low cost, que piensa cada vez menos en las
personas y más en los recortes, en abaratar todo para reducirnos a
un mero número, a un ínfimo salario que sólo da para comprar
marcas blancas, llegar duramente a fin de mes y descubrir si el
precario contrato será renovado. Al final tuvimos que esperar media
hora para que una empleada del aeropuerto (y no de vueling)
utilizara su sentido común, bajara hasta la bodega del avión y nos
diera el carrito.
Ya
en Torrevieja, nuestro destino final, pudimos sufrir los estragos de
un tipo de turismo impulsado durante años. Cuando camino por el
paseo marítimo, abriéndome paso a codazos entre un ruso, una
familia francesa y otra inglesa, me cuesta reconocer las rocas entre
las que saltaba de pequeño en busca de cangrejos, caracolas o
pequeñas piedras. Ahora es difícil encontrar un lugar decente en
donde cenar sin tener que buscar el menú español entre el sueco y
el alemán o ver una carta sin un toro embistiendo un capote.
Entonces recuerdo lo que realmente he venido a buscar en este país
low
cost:
su alegre gente, de un valor incalculable, dispuesta a afrontar el
abaratamiento de su patria con una sonrisa y a tender una mano amiga
a quien necesita ayuda para levantarse.
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