domingo, 14 de agosto de 2016

Vacaciones en el país low cost

No somos iguales, pero tampoco tan distintos como nos quieren hacer creer. Españoles, franceses o de cualquier otra nacionalidad, todos compartimos las ganas de disfrutar de un tiempo de descanso, todos contamos los días que faltan para parar el cronómetro de la vida y hacer realidad nuestros soñados planes. Hasta solemos coincidir en la forma de utilizar ese tiempo, que es tan preciado como escaso y siempre pasa demasiado rápido.

La fórmula de sol y playa es un valor seguro, sobre todo cuando en la mayoría de países europeos la vitamina D es un bien limitado. En Francia, la cotizada Costa Azul es el principal atractivo veraniego, pero la oferta es muy variada: las interminables playas atlánticas son una alternativa menos masificada y los paisajes marítimos de Bretaña y Normandía son de una sobrecogedora belleza. A los amantes del campo y la montaña no les decepcionarán las impresionantes cimas de los Alpes o los volcanes de Auvernia, y los que buscan un buen cambio de paisaje y costumbres, se irán a Córcega. Para recorrer en familia cualquier punto del hexágono galo (analogía geométrica a la que recurren como nosotros a la forzada "piel de toro") muchos prefieren la opción de la autocaravana, cuya cultura está bastante arraigada en Francia, pues su privilegiada posición junto al centro de Europa motiva a quienes optan por un completo viaje atravesando varios países.

Muchos franceses se alejarán de sus fronteras para eligir destinos más o menos asequibles. Un amigo me contó que un fin de semana en la Costa Azul con su familia le costaba lo mismo que una semana entera en El Campello. La crisis y el auge del terrorismo en determinados países nos han entronado como los reyes del turismo low cost, una realidad que nuestros políticos, tan faltos de ideas como siempre, no han dudado en convertir en el motor de nuestra economía, aunque a veces le cueste arrancar y corra el riesgo de pararse en cualquier momento. Así es como han transformado el "made in Spain" en algo muy parecido al "made in China": una marca de la que nadie espera mucha calidad. De hecho, mis amigos franceses vuelven sorprendidos tras visitar nuestro país y encontrar mucho más que un simple destino low cost. Lo peor de todo es que este modelo económico nos condena a largo plazo, dependiendo de visitantes en busca de insolación y borrachera que obedecen a modas pasajeras y que, tarde o temprano, preferirán un lugar más barato.

Aunque por razones bien distintas a las de los galos, yo también he pasado mis vacaciones en nuestro país low cost, y si insisto con el anglicismo es por una curiosa situación que me tocó vivir. Para llegar hasta Alicante hicimos escala en Barcelona, pero el entusiasmo por pisar mi país tras casi un año de ausencia no tardó en desvanecerse. Al salir del avión reclamé el carrito de mi hijo y la azafata me explicó que vueling es una compañía low cost que no ofrece ese tipo de servicios y que el carrito lo recogería en Alicante junto al resto de maletas. Yo le contesté que ya había volado con Lufthansa, había hecho dos escalas y siempre me habían devuelto el carrito sin tener que decir nada. También le pregunté si le parecía lógico tener que pasar las tres horas que duraba la escala con un bebé de seis meses en brazos. La azafata se limitó a repetirme la política de su compañía, calcada a la de nuestro enfermo país low cost, que piensa cada vez menos en las personas y más en los recortes, en abaratar todo para reducirnos a un mero número, a un ínfimo salario que sólo da para comprar marcas blancas, llegar duramente a fin de mes y descubrir si el precario contrato será renovado. Al final tuvimos que esperar media hora para que una empleada del aeropuerto (y no de vueling) utilizara su sentido común, bajara hasta la bodega del avión y nos diera el carrito.

Ya en Torrevieja, nuestro destino final, pudimos sufrir los estragos de un tipo de turismo impulsado durante años. Cuando camino por el paseo marítimo, abriéndome paso a codazos entre un ruso, una familia francesa y otra inglesa, me cuesta reconocer las rocas entre las que saltaba de pequeño en busca de cangrejos, caracolas o pequeñas piedras. Ahora es difícil encontrar un lugar decente en donde cenar sin tener que buscar el menú español entre el sueco y el alemán o ver una carta sin un toro embistiendo un capote. Entonces recuerdo lo que realmente he venido a buscar en este país low cost: su alegre gente, de un valor incalculable, dispuesta a afrontar el abaratamiento de su patria con una sonrisa y a tender una mano amiga a quien necesita ayuda para levantarse.

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