¿Cómo recuperar algo
que no recordamos haber perdido? Un día fue parte de nosotros, pero
el tiempo hizo desaparecer ese lugar de nuestra memoria en donde se
refugió durante años. El alquiler es demasiado caro en nuestra
cabeza, el espacio es limitado y quien no es capaz de pagar sus
deudas es expulsado sin piedad. Sabemos que sucede a diario si no
hacemos nada para evitarlo y que, poco a poco, nos deshacemos de lo
que moldeó nuestro carácter y nos definió como personas. ¿Es
posible rescatar lo que no se puede ver ni tocar y que sólo existió
en un escondido rincón de nuestra mente?
Cuando perdemos algo
intentamos visualizar el lugar donde lo vimos por última vez y
reconstruimos las acciones que siguieron a aquel fatídico momento
con el único fin de volver atrás. Cruzamos los dedos y deseamos que
el tiempo no haya cambiado nada en aquel escenario cuyo recuerdo
empieza a diluirse. Queremos pensar que seguirá ahí, esperándonos,
cual niño extraviado que aguarda obediente donde dejó de ver a sus
padres. No tardaremos en darnos cuenta de que nuestros deseos son tan
idílicos como improbables y nos haremos a la idea de no volver a ver
lo perdido. Es más fácil cuando un objeto es el fin de nuestra
búsqueda y casi imposible cuando es una sensación la que se aparta
de nuestro lado. El mayor problema aparece cuando no recordamos la
última vez que la sentimos y empezamos a preguntarnos si algún día
existió o si realmente formó parte de nosotros.
Si residimos lejos del
lugar en donde surgió esa sensación, su reencuentro resultará aún
más complicado. El paso del tiempo hará mella en nosotros y cada
vez nos será más difícil recordar cómo era exactamente. Nos
distanciaremos tanto de ese recuerdo, que perderemos la necesidad de
recuperarlo. Pensaremos que si hemos podido vivir tanto tiempo sin
él, podremos seguir haciéndolo. Llegaremos a olvidarlo por
completo, pero nunca nos desharemos de una extraña sensación de
vacío, de inexplicable desazón que nos costará ahuyentar.
Creeremos que ese alejamiento de nuestras raíces nos llevará a
perder nuestra propia identidad y hasta sentiremos cierto recelo a
regresar a la tierra que nos vio nacer. No se trata de un miedo a
volver a percibir lo que marcó nuestra vida (como el sonido y el
olor del mar o el sabor de nuestro plato preferido) sino a perder las
reacciones que un día provocaron en nosotros. Los gustos cambian con
el tiempo y, de igual manera que nuestras preferencias de ahora poco
tienen que ver con las que tuvimos de niño, lo que idealizamos puede
diferir mucho de la realidad.
Hace unas semanas volví
a mi país, un año después de mi última visita. Se trataba de un
regreso temporal, de las vacaciones estivales de rigor, pero esa
prolongada ausencia escondía cierto miedo a una decepción, a
comprobar que lo añorado había cambiado o desaparecido. Quería
reencontrarme con algunos recuerdos, pero temía haberlos perdido
para siempre y que aquel viaje sólo sirviera para constatar que el
pasado nunca vuelve. Sin duda hay situaciones que han cambiado,
personas que se han ido para siempre, cosas que ya no significan lo
mismo que antes, pero me sorprendí recuperando todas esas
sensaciones que seguían formando parte de mí y que la distancia
sólo había aletargado. Despertaban conforme caminaba por senderos
que reconocía aun cerrando los ojos. Los miedos se disiparon, el
tiempo se detuvo y volví a sentir lo mismo que antes de mi partida.
Ya no soy el mismo y tal vez por eso aprecio lo que me era anodino.
Me alegró ver que las costumbres francesas durante tanto tiempo
asumidas no habían desplazado a las de mi país. Volví a comer a
las tres de la tarde sin pasar hambre a partir de las doce y soporté
los cuarenta grados a la sombra gracias a una horchata bien fría.
Todos sabemos lo que cuesta hacer algo cuyo hábito hemos perdido,
pero cuando reencontramos algo profundamente arraigado en nosotros,
la conexión con el pasado es inmediata y nos facilita volver a los
orígenes.
No puedo afirmar que haya
cosas que nunca se olviden y por eso recomiendo hacer viajes
periódicos, físicos o imaginarios, a todos aquellos lugares que
fueron importantes para nosotros. Porque detrás de esos escenarios,
por mucho que hayan cambiado, se esconde todo lo que vivimos y
pensamos haber olvidado. Porque es la mejor manera de recuperar las
sensaciones provocadas en la persona que un día fuimos y que, de una
u otra manera, seguimos siendo.
Marcos, me ha gustado mucho este texto.Lo he encontrado de casualidad en facebook. Justo en estos momentos reflexiono sobre todo eso. un saludo
ResponderEliminarAzaila
Muchas gracias Azaila! Son cosas que a todos se nos pasan por la cabeza, sobre todo cuando estamos lejos y nos preguntamos muchas cosas... Un abrazo
EliminarBravo Marcos. Sigo enganchado a tu blog y te animo a que sigas mucho tiempo con él. Comparto muchas de tus reflexiones y sensaciones pero nunca podría describirlas como tú lo haces. Eres un fenómeno.
ResponderEliminarMuchas gracias Iván! Aquí seguiré escribiendo mientras tenga cosas que contar. Gracias por seguirme y estar al otro lado de la pantalla. Los lectores como tú hacéis que la aventura de este blog valga la pena.
Eliminar