domingo, 12 de junio de 2016

Abriendo el camino (I) : Punto de partida

Tras siete meses combatiendo la nostalgia a golpe de tecla con este blog, ha llegado el momento de explicar el porqué de esta aventura en el extranjero. La razón por la cual mi despertador suena cada día, a mil doscientos kilómetros de mi ciudad natal, es la misma que ha empujado a más de dos millones de españoles al exilio indefinido. Se trata del sueño de llevar una vida digna, de trabajar en lo que un día estudiamos, de tener un empleo en el que seamos respetados y de gozar de derechos sociales a los que nuestro país de origen renunció y que ahora parecen irrecuperables.

Conviene recordar el contexto que provocó nuestra partida, sobre todo cuando unas elecciones generales se acercan y muchos prometen lo que fueron incapaces de hacer en su día. Uno de los privilegios que concede el paso del tiempo es la posibilidad de mirar atrás y poner a cada uno en su sitio. Cuando la crisis se instalaba a sus anchas en España, nuestros siempre brillantes políticos decían que estábamos en la "champions league" de la economía. Meses más tarde empezaron a hablar de "desaceleración económica", pero ya era demasiado tarde para todo. Por aquel entonces nuestro país se hallaba en lo más profundo de un abismo escondido bajo toneladas de demagogia barata, la misma a la que nuestro actual gobierno acude para hablar de "recuperación económica". Más que osado, parece temerario referirse de ese modo a una alarmante cantidad de contratos basura, pues significa legitimar condiciones laborales inaceptables en otros países europeos.

Volviendo al pasado, en medio del enrarecido ambiente de una crisis en pañales obtuve mi sufrido título de arquitecto, que este mes cumple siete primaveras. A la euforia por haber culminado muchos años de intenso trabajo, se unió una amarga decepción: el diploma que acababa de conseguir no servía para mucho más que para enmarcarlo. Y como no soy de los que les gustan colgar papeles firmados en la pared, ni siquiera para eso podía utilizarlo. Todavía recuerdo la indignación que sentí tras haber pasado tanto tiempo estudiando una carrera que no me garantizaba nada. Así fue como pasé un verano agridulce, contento por disfrutar de un merecido descanso, pero preocupado por un futuro inexistente. Poco a poco empecé a asumir que la única opción razonable, si quería ser consecuente con mi vida y aprovechar mis años de estudio, era cambiar de país.

Aunque soy un viajero incansable, comprar un único billete de ida es algo muy serio que no se puede tomar a la ligera, ya que implica rechazar muchas cosas y aceptar otras tantas: un cambio absoluto no apto para cardíacos. Con poco dinero en el bolsillo, decidí presentarme a todas las becas habidas y por haber. Al final conseguí una bastante desconocida: se llama "eurodisea" y se basa en convenios con regiones de distintos países de Europa, que cambian dependiendo de la ciudad en que se resida. El programa está abierto a candidatos ya diplomados y suele incluir tres meses de prácticas remuneradas precedidos de un mes de curso intensivo del idioma en que se trabajará. Yo quería un destino donde hablar inglés y me propusieron Noruega y Suiza. El país del salmón me parecía un lugar estupendo para ir de vacaciones, pero no tanto como para pasar un invierno entero (la beca empezaba en noviembre), así que acabé eligiendo el estado alpino.


Desgraciadamente, unas complicaciones me cerraron esa puerta cuando empezaba a sentir en mi estómago el característico hormigueo que precede toda nueva etapa. Los responsables de la beca vieron en mi currículum que sabía francés y me hicieron otra proposición. En un mundo que gira en torno al inglés, conocer una lengua menos hablada abre muchas más puertas de las que se pueda imaginar. Como ejemplo, el destino francés de la beca llevaba mucho tiempo vacante y no encontraba ningún candidato. Fue cuando llegó a mis oídos el nombre de Borgoña y su capital, Dijon, que sólo conocía por su afamada mostaza. No pasaron muchos días antes de recibir una de esas llamadas capaces de cambiar una vida: una entrevista telefónica con el director del C.A.U.E. de Côte-d'Or. No se trataba de un estudio de arquitectura, pero se dedicaba a la sensibilización sobre esa disciplina. Aunque se alejaba de lo que estaba buscando, era mucho mejor que quedarme con los brazos cruzados o con un trabajo no remunerado. Durante unos días caí en el abismo que existe entre la imagen de lo que deseamos y la realidad, pero salí y acabé aceptando aquel viaje de cuatro meses que se convirtieron en seis años y medio. La aventura acababa de empezar. [Continuará]

Dijon, 20/11/2009

En medio de un mundo material estamos nosotros, preguntándonos cuál es nuestro sitio, si todavía existe, si nos queda algún derecho que reclamar o si ya lo hemos perdido todo.

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