Todos necesitamos un cambio controlado,
unos días que nos saquen de la rutina y hagan más soportable
nuestra vida. Los llamamos vacaciones y el simple hecho de contar con
ellos nos da fuerzas para seguir adelante y soportar momentos
difíciles, incluso si su presencia se convierte en un lujo difícil
de alcanzar y su imagen se diluye en el más improbable de los
sueños. Siempre nos quedarán los recuerdos de cuando éramos niños,
de cuando la cuenta atrás para las navidades se volvía
insoportable, de los largos meses de verano que tanto nos costaba
ocupar, de la angustia de la vuelta al cole. Vivir sin vacaciones nos
resultaba inconcebible y estábamos lejos de imaginar el mundo de
escasos descansos al que la sociedad nos estaba preparando.
Por esa época no sabía lo que me
estaba perdiendo por no haber nacido en Francia. En este país los
niños no pueden ir al colegio / instituto más de dos meses
seguidos. Como lo han leído, cada dos meses necesitan dos semanas -ni
más ni menos- de vacaciones. Si tenemos en cuenta además que los
miércoles por la tarde los colegios e institutos franceses están
cerrados a cal y canto, terminamos de completar el cuadro. Y,
agárrense, hace unos dos años la jornada del miércoles
completamente libre para los escolares era sagrada en toda Francia.
Se ve que alguien del gobierno se cansó de que sus homólogos
europeos le ridiculizaran en cada reunión de Bruselas.
A mi también me entró la risa floja
cuando una compañera de trabajo me explicó cómo funcionaba el
sistema educativo galo. No pude contenerme tras haber pasado unos
cuantos meses desmontando la generalizada imagen de España como un
país de vagos que se paraliza todos los días a la hora de la siesta
y que después de dormir tiene pocas ganas de trabajar... Para qué
nos sirve tener en los genes a Cervantes, Velázquez o Picasso si las
palabras "fiesta" y "siesta" son las únicas que
todo extranjero reconoce como ibéricas sin dudar. Marca España, ya
saben.
Diferencias culturales aparte,
imagínense ahora a los padres de las afortunadas criaturas haciendo
malabarismos en sus respectivos trabajos para ocuparse de ellas.
Sirviéndose con cuentagotas de las cinco semanas anuales de
vacaciones pagadas a las que todo asalariado francés tiene derecho.
Aunque los abuelos estén ahí para arrimar el hombro, no pocos
tendrán que pagarse una guardería o una niñera para salir del
trance. También están los que aprovechan el momento para hacer un
pequeño viaje con la familia y disfrutar de los pequeños placeres
de la vida. Para que el país entero no se vea paralizado cada dos
meses, las regiones se reparten en tres zonas que nunca están de
vacaciones al mismo tiempo, evitando que las carreteras se colapsen y
demostrando una buena organización que en España estamos lejos de
ver.
Pero no todas las historias tienen un
final feliz. Los padres que no tengan más remedio se verán
obligados a coger unos días no remunerados para ocuparse de los
peques y apretarse el cinturón a final de mes. Existen unos tipos de
contrato que prevén situaciones como ésta y cuentan con todos los
miércoles libres, por ejemplo, o con horarios más flexibles que
permitan a las familias adaptarse a los ritmos escolares. No hace
falta explicar que los sueldos acusan la disminución de las horas de
trabajo. Generalmente son las mujeres las que se ven obligadas a
optar por esta alternativa, como prueba de que el camino de la
igualdad laboral todavía está lejos de nuestro alcance.
Todo esto viene a cuento porque en
Francia acaban de terminar las vacaciones de "todos los santos".
Si el curso empieza en septiembre, no les hará falta hacer muchas
cuentas para calcular que halloween siempre pilla a los críos
en casa. Tampoco se vayan a pensar que la vida de los escolares es un
camino de rosas, pues las jornadas son más largas que en España y
los descansos son bien merecidos (por ejemplo, los chavales pasan en
el instituto mañana y tarde e incluso los sábados por la mañana).
Durante estos períodos de dos semanas la ciudad entera cambia: hay
menos gente por la calle, más tiendas cerradas, los horarios del
transporte público se alteran y todos se toman las cosas con más
calma. A menudo veo pasar familias enteras en bicicleta por la calle
y el niño que todavía llevo dentro les dirige una sonrisa triste,
pensando que el pasado nunca vuelve, que esos momentos efímeros de
felicidad no se olvidan y que ya nadie le podrá devolver tantas
vacaciones perdidas.
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